#17. De algunas revelaciones

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He tomado la costumbre de caminar con Frederick luego que el periodo escolar termina. A veces nos tomamos un café en alguna cafetería, otras solo fumamos un cigarrillo en la plaza, la mayoría de las veces solo caminamos hasta que nuestros caminos se dividen.

Hoy en cambio, me pide que lo acompañe a la tienda de comestibles; pues dice que necesita una carga nueva. Lo cual quiere decir que no tiene cigarrillos. Cuando cruzamos la puerta de cristal de la tienda, noto un pequeño cartel que avisa a los usuarios que la tienda está necesitada de personal. En ese instante jamás hubiera creído que algo tan simple desencadenaría algo un poco dramático.

—Mira esto —dice Frederick con una sonrisa mientras toma un paquete de malvaviscos—. Amo estas cosas.

—¿En serio? —pregunto sin poder evitar reírme. Es un poco extraño imaginarse a Fred comiendo una cosa esponjosa, dulce y blanca.

—Sí, en serio. Hasta yo tengo mis debilidades. —Toma una de las bolsas y me pregunta si yo quiero algo, le digo que no. Luego nos formamos en la fila y él me pregunta si compra unos Lucky Strike o unos Marlboro. Solo entonces le pregunto cómo logra que le vendan cigarros cuando es menor de edad—. Ay dulce criatura, observa y aprende.

Es lo único que dice, pero aquel día no va a poder ser. Luego de su respuesta me fijo en un chico que está en el mostrador hablando con quien parece ser el encargado de la tienda. Tiene el cabello negro, bien peinado y una mochila vinotinto pendiendo de su hombro izquierdo.

Delante de Frederick y de mí solo está un señor, dos muchachas y un hombre adulto, por lo cual no me es imposible escuchar parte de la conversación del joven estudiante con el encargado.

—Lo siento, hijo. Pero no podemos contratarte sin una autorización de tus padres. —Veo al chico apoyar las manos sobre el mostrador y apretarlas en dos puños.

—No puedo decirles a mis padres que busco trabajo, ¿entiende?

—En ese caso no puedo hacer nada.

—Señor, necesito este trabajo.

—Ya lo sé, pero tengo que cuidarme la espalda, no puedo solo contratar a un menor de edad sin violar las leyes. —Frederick está totalmente ajeno a esa conversación, su mirada está fija en el cajero que atiende a los compradores y sospecho que en su mente repasa la operación que emplea para comprar cigarros.

—Escucha hijo. —El encargado suaviza su voz—. Habla con tus padres, estoy seguro de que ellos —El muchacho interrumpe al encargado con una carcajada gutural y es ese el motivo por el que las otras personas en la fila, a parte de mí, comienzan a prestar atención a la conversación.

—¿Qué se supone que debo decirles? —Veo como los músculos de los brazos y la espalda del muchacho se tensan a través de su playera verde—. «Mira papá, resulta que embaracé a una amiga y necesito el maldito trabajo.»

—¿Ves como no soy el único que maldice? —me susurra Frederick con una sonrisa y en otra circunstancia yo habría reído, pero a diferencia de Fred, yo sí reconocí la voz del muchacho.

—Lo siento chico, mis manos están atadas.

—Me vale una mierda. ¿Sabe qué? Quédese con su puesto de mierda. —Un segundo después las manos de Bruno tiran del mostrador al suelo un aparejo donde se muestran diferentes golosinas.

Al suelo van a estrellarse barras de chocolate, paletas y pequeños paquetes de caramelos ácidos. Cuando Bruno se da la vuelta hecho una fiera, sus ojos se detienen en Frederick y en mí. Solo un instante, pues cuando el encargado comienza a reclamarle por los daños, Bruno huye de la tienda de comestibles.

Frederick no compra nada, ni sus malvaviscos ni sus cigarros. Últimamente estoy comenzando a creer que nos entendemos más cuando no hablamos que cuando lo hacemos. Él deja la bolsa sobre un estante y salimos de la tienda. Caminamos juntos por la banqueta y no es sino hasta llegar a la esquina que Frederick dice.

—Vaya, y pensar que todos creen que la Nicole es bulímica.

—¿Qué te hace pensar que Bruno se refería a ella?

—¿Y quién más si no? —No digo nada, no hay que ser un genio para sacar el resultado de ciertas sumas. Cuando cruzamos la esquina, Frederick suelta una risotada.

—A veces me asusta preguntarte ciertas cosas —confieso—. Pero, ¿qué encuentras tan gracioso?

—Bruno, claro —dice con tranquilidad y yo revoleo los ojos.

—Sabía que no debía preguntar.

—Oye, es gracioso. Siempre andaba por allí con ese aire de niño pretencioso, siempre creyéndose mejor que los demás. Pedazo de idiota.

—¿Por qué? ¿Por mantener relaciones? No es algo que tú no hayas hecho.

Pienso que se defenderá pero no lo hace. Supongo que soy una persona de muy pocas palabras, pero las contadas veces que las uso, escojo las correctas.

Más tarde también escojo las correctas, cuando papá se presenta al caer la noche, con una caja de frutas confitadas: las favoritas de mamá. Y eso solo nos previene sobre que viene con noticias no muy gratas.

Ellos son muy fríos al saludarse, un simple hola y buenas noches. Mamá le ofrece agua y él la acepta. Cuando nos sentamos todos en los sofás de la sala, me pregunto cómo habrían sido cuando se conocieron. ¿Se amaron alguna vez? ¿Me planearon? ¿O fui un accidente como el de Nicole y Bruno?

—Suéltalo ya —dice mi mamá. Tiene cara de póker al igual que papá.

—Amanda está embarazada. —Veo como el cuello de mamá se contrae y un segundo después está asintiendo. Papá me lanza una mirada, una que no me agrada. ¿Qué quiere? ¿Qué finja que es la primera vez que lo escucho? Pues lo siento mucho.

—¿Cuánto tiempo tiene? —es lo que digo y sé que él no se espera esa pregunta, no de mi al menos.

—Poco más de tres semanas.

—¿Y lo dices hasta ahora? —espeta mamá, que seguía tranquila, en apariencia.

—¿Y que querías? ¿Que viniera y celebráramos todos juntos a penas me enteré?

—De verdad no sé porque sigo esperando tanto de ti.

—De verdad no sé porque yo espero algo de ustedes —digo y ambos me miran, siento que la garganta se me cierra pero no me arrepiento de haberlo dicho—. Lo siento, mañana tengo clases, permiso.

Desde ese momento hasta ahora los he escuchado discutir. Mientras escribo esto puedo decir con seguridad que me siento confundida, asustada y terriblemente sola. Porque no quiero terminar como ellos, que ya poco importa si en algún momento se amaron, porque lo único que ahora importa es que ya no se soportan y no quiero eso para mí. Tampoco quiero terminar como Bruno o como Nicole, ni quiero ser como Ceci o Frederick.

Que aunque le he dicho a Frederick que ya no me importa lo que sea que haya tenido con Ceci, pasa que sí me importa.

Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora