#19. De Frederick y sus deditos de mantequilla

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Con los dedos de mis manos puedo enumerar las cosas que amo de la vida, y lo bueno es que me sobran dedos. ¿Acabo de escribir que es algo bueno? Sí, lo hice. Tengo la extraña idea de que cuantas menos cosas ames, más fácil es tu vida; porque cuando amas algo, junto al amor a ese algo está el miedo de perderle, de que un día por la mañana te levantes a buscarlo y ya no esté allí.

Por tal motivo, también me siento agradecida de que esas pocas cosas que amo, no sean personas, de hecho, solo me importan un par y a pesar de que mis padres me enojan la mayor parte del tiempo, les amo, aunque a veces me pregunto si solo lo hago por obligación. Sé que suena cruel e incluso infantil, pero no he podido parar de pensar en ello.

Desde que se separaron mamá casi no habla conmigo. Solo pregunta por mis notas, si ya he comido y qué tal va el instituto. Papá nunca ha sido muy comunicativo, y ahora que no vivo con él su existencia en mi vida es casi nula. Es gracioso, porque creo recordar más conversaciones con Amanda que con él. Así que, ¿les amo? Sí, lo hago, pero sigo preguntándome si solo lo hago por obligación. Por otro lado, he dejado de atormentarme con ese pensamiento y he llegado a la conclusión de que esa es una pregunta para ser respondida en tiempo futuro, así que la dejo de lado por el momento.

Bien, cosas que amo: amo mi computador. Aunque parezca algo banal, lo hago porque con él puedo ser yo misma. Ver vídeos en youtube de canciones que me gustan, visitar mis perfiles en las redes sociales, puedo ver películas, series, lo que se me venga en gana, todo lo que me gusta cuando quiera. Está este blog, que también amo, lo hago porque siento que es lo mejor que se me ha podido ocurrir.

Desde que escribo para ustedes, público invisible, me siento con más confianza, siento que puedo escapar de la prisión que me creé. Siento que puedo darle una palmada a la inseguridad por la espalda y mandarla de paseo. Siento que ustedes son esa amiga a la que le puedes confiar todo, esa amiga ideal que solo calla, que te escucha y no te juzga. Sí, algo así como alguien que no existe, y es por eso que es perfecto.

También amo abrir el refrigerador, sentir el frío acariciarme el rostro, mientras corto rebanadas de los diferentes quesos que mamá guarda allí y amo comerlos mientras las nubes de aire frío se escapan del refrigerador.

Otra cosa que he descubierto últimamente que amo, y eso lo descubrí gracias a ustedes, es que amo saber las historias de las personas. Me gusta saber por qué son como son, qué les gusta, qué quieren, con qué sueñan, a qué le temen, e incluso, por qué tienen motes tan ridículos como: Deditos de mantequilla.

Hace un par de días me he escabullido hacia la cancha de baloncesto del instituto. A mitad de la semana suele estar vacío, pues las prácticas del equipo siempre son a finales de la semana. Pero ese día no está sola, aunque no lo sabía.

Me siento en una de las gradas y abro mi mochila. En uno de los bolsillos tengo un cigarro que Frederick me ha regalado hace mucho, mucho antes de la dramática entrevista laboral de Bruno en la tienda de comestibles. También tengo un encendedor, ese, cortesía de la cocina de mi madre. Cuando expulso la primera nube de humo siento que el corazón se me sube a la garganta.

—Ahora entiendo por qué lo llaman así —dice una voz a mis espaldas.

Me giro y solo veo a Bruno incorporándose del suelo de tres gradas más arriba, motivo por el cual largo un suspiro de alivio y entiendo por qué siempre todos han tenido a Bruno por un chico maduro. No es solo su comportamiento, es todo él. Su voz gruesa, su rostro serio, su cabello bien peinado, tan diferente del de Fred.

—Pensé que no había nadie aquí —digo girándome de nuevo hacia la cancha y dando otra calada a mi cigarro mentolado. Escucho los zapatos de Bruno repiqueteando en las gradas de madera, unos cuantos pasos luego, se sienta a mi lado, la mochila vinotinto la deja entre sus pies.

—Vine buscando un poco de paz —expresa como si yo le hubiera preguntado qué hace allí, o como si acaso eso me importara.

—Uh... pues estamos igual. —Arrugo la frente mientras llevo el cigarro a mis labios, y al tiempo que el humo entra una pregunta se forma en mi mente—. ¿Qué fue lo que dijiste antes? —la formulo. Bruno arroja una mirada furtiva al cigarro y luego dice con una especie de sonrisa sarcástica en el rostro.

—Que ahora entiendo por qué tiene ese sobrenombre.

—¿Quién? —Sus ojos viajan a mi rostro y se enganchan a los míos. En ese segundo, solo ese instante, puedo comprender a Nicole. Bruno es fascinante. Sus ojos son oscuros, profundos, serios e incluso, orgullosos. No tiene nada de ese aire travieso que siempre rodea a Fred. Bruno es todo lo contrario.

—Tu querido amiguito —dice en lo que me parece un tono despectivo, y que decido pasar por alto.

—Frederick deditos de mantequilla. ¿Por qué lo llaman así? —Se encoge de hombros.

—Escuché alguna vez que todo lo que toca lo desbarata. —Mira de nuevo el cigarro entre los dedos de mi mano izquierda—. Ya sabes, como el niño travieso que siempre busca los jarrones de cristal más bellos para jugar y siempre, siempre termina por caérsele de las manos y romperlos. —Le aparto la mira y observo hacia el piso encerado de la cancha. El humo del cigarro sube en espirales desde mi mano y se esfuma.

—Siempre me ha parecido tonto como las personas se empeñan en hablar de las malas influencias. No existe tal cosa. El que hace algo, bueno o malo, lo hace porque le dio la jodida gana, no porque se sienta obligado. —Bruno suelta una risa, toma su mochila y dice antes de levantarse.

—Incluso ya hablas como él. ¿Quieres un consejo? —Ahora está de pie, con la mochila en su mano—. Aléjate de él y vuelve a ser la de antes. Entonces eras perfecta. —Me mira por unos segundos y luego se vuelve y baja las gradas. Siento el rostro caliente, de molestia, no de halago.

—¡Entonces era un fantasma! —Se detiene en el suelo de la cancha y gira a verme—. No era perfecta, era una estúpida mocosa que esperaba cosas estúpidas.

—¿Y ahora que eres? —pregunta como si tal cosa y no sé qué decir, él en cambio agrega—. Según como yo veo las cosas, eres el nuevo jarrón bonito de Frederick deditos de mantequilla.

—¿No te parece que tienes asuntos más importantes que atender, Bruno? —Arrojo la colilla al suelo y la aplasto con mi pie, estoy furiosa—. Como la barriga de cierta chica que dentro de poco comenzará a notarse. Esa barriga que crecerá gracias a tu gran colaboración.

Estoy tan enojada que no logro colocarme la mochila bien. Cuando logro dar con la jodida correa, la cuelgo de mi hombro y bajo de las gradas a grandes zancadas, Bruno sigue en donde se detuvo y cuando le paso por al lado él se siente con la libertad de tomarme por el brazo.

—No hables de lo que no sabes.

—Pues te digo lo mismo. Tú no sabes nada de Frederick.

—¿Por qué defiendes a semejante idiota?

—¡Porque lo quiero!

No es sino hasta ese momento, que sé que ha pasado lo que por tanto tiempo he estado evitando. Me importa una persona y el decirlo en voz alta lo hace más real que el solo pensarlo. Sí, ya sabía que lo quiero, que me importa, pero eso es una cosa, admitirlo frente alguien que ni siquiera es Frederick, lo hace peligroso, al menos para mí.

Zafo mi brazo del agarre de Bruno que sigue mirándome como si acabara de decirle que soy un viajero en el tiempo, y me voy ante la misma mirada.

El resto de ese día me lo paso pensando mucho en esa conversación. No es la primera vez que alguien habla mal de Fred, incluso Amanda que ni siquiera le conoce lo hizo. También pienso en que quizás debo hacerles caso. Quiero decir, una de las principales razones por las que me he alejado de la gente es porque no quiero tomarle aprecio a nadie. Mis padres se divorciaron y yo soy testigo de lo que eso ha afectado a mi madre. En ese tiempo Nicole no hizo nada para intentar seguir siendo mi amiga aun cuando yo había optado por el silencio y eso me dolió, lo hizo porque quería decir que yo no le era tan importante como sí lo era ella para mí y desde entonces sé que no quiero que nadie me importe, al menos no tanto como para temer su perdida y ahora está Frederick.

Quizás lo más sensato es alejarme otra vez, hundirme en ese mundo de silencio en donde soy mi propia amiga, mi propia consejera, mi propia critica, ese mundo que tanto duele. Ese mundo que tanto lastima, pero que incluso lastima menos que el perder a alguien que quieres.

Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora