#25. De los involucrados: Nicole y Lydia

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Seguro que ya estarán pensando que mis tres horas de detención son como mil años, pero no, solo son tres horas y como lo he dicho en una entrada anterior, no sabía el montón de tiempo que en realidad puede ser.

Cuando decido que estoy mucho rato en el aula vacía, salgo del escritorio. Tengo las piernas acalambradas y me toca esperar un par de minutos para que me sienta segura de caminar sin trastabillar. Cuando estoy en el pasillo, la primera persona que veo es a Nicole. Come una barra de caramelo verde y parece tranquila, quiero decir, mucho más tranquila de lo que la he visto últimamente.

—Ey tú, todos nos estábamos preguntando dónde estabas. ¿Qué hacías? —Se mete el caramelo a la boca y lo saborea.

—Nada, andaba por ahí.

—Bien, vamos. —Se gira sobre los talones y camina por el pasillo, la sigo. En el camino me explica que Lydia ha tenido una idea—. Ya te lo explicara mejor ella —dice cuando yo le pregunto de qué se trataba.

Así que ahí estamos, dos antiguas amigas que se han distanciado y que con el tiempo sus vidas viraron en caminos completamente diferentes.

—¿Estás bien? —pregunto cuando doblamos en un esquina. Ella no responde. Sigue saboreando su caramelo como si solo fueran ella y él en todo el mundo. Hasta que por fin se detiene y dice.

—No. —La miro, la expresión de su rostro no concuerda con su respuesta, sé entonces que usa una máscara. Un nuevo rostro para mostrar al mundo, uno que grita estar bien y tranquila, cuando en su interior no existe más que miedo y dolor.

—Hace algunos días estaba con Frederick en una tienda de comestibles —digo, metiendo mis manos en los bolsillos traseros de mi pantalón—. Ahí vimos a Bruno. Buscaba un trabajo. —Ella suelta una risa, es ese estilo de risa que dice: «No sabes absolutamente nada de mí.»

—¿Sabes que me dijo Bruno? —Se humedece los labios y veo como sus dedos aprietan el caramelo—. «Tomes la decisión que tomes, yo te apoyaré.»

—Pero, eso está bien. ¿No? —comento dubitativa, ella vuelve a usar su risa.

—Eso es una completa estupidez, ¿no te das cuenta? Se lavó las manos. —Su expresión tranquila ya no existe. Nicole, la chica que todo adolescente voltea a ver una segunda vez, la chica que siempre tiene una sonrisa en el rostro, la chica que siempre se ve hermosa en cada periodo escolar. Nicole, la chica que algún momento fue mi amiga, está en pocas palabras: devastada—. Cualquier decisión que tome, me va a perseguir por el resto de mi vida. ¡A mí, no a él! —Menea la cabeza y se frota las mejillas con su mano libre, la que no está pegajosa por el caramelo.

—Sé que no es mi asunto pero, ¿ya tomaste una decisión?

—Tienes razón, no es tu asunto.

Acto seguido comienza a caminar y yo vuelvo a seguirla, sintiendo que ese día ya está siendo demasiado largo y que no podré aguantarme otra sorpresita más. Lo que no sé en ese instante es que apenas comenzaban.

Regresamos al aula de detención. El profesor Murray sigue durmiendo en su escritorio y todos los alborotadores de último curso están reunidos frente a él, Lydia frente a todos, gesticula con mucha vehemencia.

—Sería como en esa vieja serie, en la que salía el papasito de James Lafferty*. —Lydia cierra los ojos y suelta un suspiro. Ceci está sentada sobre la mesa de un pupitre, tiene los brazos cruzado y el ceño arrugado.

—No creo que sea el mejor ejemplo. Te recuerdo que esa capsula fue abierta y que desencadenó un tiroteo.

—¡Oh vamos! Ninguno de nosotros la abriría. —Marta se encuentra prisionera en los brazos de Simón. Los recuerdo riendo y besándose en aquella aula vacía y me pregunto qué tendrían en mente hacer. Nicole camina hasta ellos y se detiene a su lado, yo sigo de pie en la puerta, mirándolos.

Descubro entonces una horrible realidad, esos chicos son mi gente. Con sus defectos y locuras, con ellos comparto la mayor parte de mi día y de mis días. No son solo compañeros de clases. Son personas que están allí la mitad del día, mostrándome quienes son por medio de sus acciones o de su forma de vestir, incluso. Hasta puede decirse que me sirven de guía, como una alerta roja de: «No hagas esto, mírate en este espejo.» O como una buena señal: «Puedes ser quien tú quieras y nadie tiene derecho a ponerlo en tu contra.»

—Así que una capsula del tiempo —dice Frederick. Está de brazos cruzados, apoyado contra una pared. Lydia se vuelve hacia él.

—Sí, podemos entrar al salón de audiovisuales y tomar prestada una grabadora. Cada quien filma un pequeño mensaje diciendo quién es, o qué ama hacer, o qué espera del futuro. Cualquier cosa sobre sí. Luego la enterramos y la abrimos dentro de treinta años.

—Es estúpido —sentencia Bruno. Está sentado en un pupitre y se apoya la barbilla en la mano. Lydia revira los ojos.

—Sera divertido, aunque la olvidemos y el video eche raíces. Aún nos queda. —Lydia se vuelve y miró el reloj en la muñeca de Murray—. Treinta minutos antes de que él se despierte. Tiempo suficiente para que todos grabemos algo.

—¿Qué nos garantiza que eso no se publica? —pregunta Ceci. Todos miran a Lydia.

—Fácil, todos vamos a estar ahí, y si se llega a publicar, el culpable será fácil de encontrar. Solo nosotros vamos a saber de eso, ¿no? —Todos guardan silencio. La idea parece por un lado algo divertido, por otro algo estúpido y finalmente algo peligroso. Lydia se voltea y me mira. Luego me toma por la muñeca y me pone frente a todos—. A ver, creo que todos estamos de acuerdo en algo, esta señorita es la que tiene mejor criterio de todos, ¿no? —Ceci revolea los ojos y los otros solo guardan silencio—. ¿Qué piensas? ¿No sería genial tener aunque sea un mínimo registro de cómo somos a los dieciséis años?

¿De verdad todos piensan que yo tengo un buen criterio? ¿Por qué siento que la supuesta capsula del tiempo depende de mi respuesta? ¿Por qué todos me miran como si de verdad esperaran con ansias mi afirmación?

Los miro, a todos esos chicos. A los rockeros que se esconden detrás de mucho negro, a las niñas bonitas que encuentran a su primer gran amor en la secundaria, a las niñas bonitas no tan afortunadas que encuentran una maternidad apresurada. A los deportistas fanfarrones y a sus amigos que tienen la certeza de ser el mejor de la clase. A las extrovertidas que quieren agradarle a todo el mundo, a los chicos que encuentran en el aroma de un cigarro mentolado lo necesario para decir: «No sé por qué soy como soy» y lo sé.

Ahora somos lo que somos y en el futuro deberíamos poder recordarlo. No con una vieja fotografía mental, borrosa por el olvido, sino con un recuerdo real, uno tangible que proclame a gritos: «¡Ey, éste eras tú, no lo olvides!»

—Creo que deberíamos hacerlo.

Y ahí está, la peor idea que he tenido en mucho tiempo.


Zarzamora.


(*) Es una referencia a la serie estadounidense One Tree Hill, en la que se narra la historia de un grupo de jóvenes y sus familias en un pueblo pequeño llamado Tree Hill, a través de la escuela secundaria y después de la universidad. James Lafferty es uno de los actores principales de ésta serie y da vida al personaje Nathan Scott.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora