#39. Del impacto que causamos en otros

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No me percato de que Frederick no es la única persona que estoy evitando, sino hasta que entro a mi clase de matemáticas. Llego a tiempo al salón por lo que puedo sentarme en la última fila. Siempre he pensado que es un puesto excelente para ocupar. Nadie te ve, pero tú los ves a todos. Por otro lado, no recuerdo los puestos laterales, o en este caso, el lateral izquierdo, que es el que Bruno ocupa.

Me concentro en mi libreta y en lo que el profesor dice. Bloqueando por completo a la persona que tengo al lado, así como las miradas ocasionales que puedo sentir arroja a veces en mi dirección.

Anoto con diligencia todo lo que el profesor dice o escribe en la pizarra. Hace mucho tiempo que no me concentro tan bien en una clase como este día, hasta que en un segundo que el profesor se toma para borrar el pizarrón, un trozo de papel doblado a la mitad es dejado con prisas sobre mi libreta. Cuando lo abro, solo dice:

«Siento lo que dije en la capsula.»

Por instinto giro el rostro hacia Bruno, él mira hacia el frente, con su cabello oscuro bien peinado y esa expresión de tranquilidad y seriedad que siempre lleva. Recuerdo como siempre he pensado que de todos los de nuestro curso, él es el más maduro y de hecho, recuerdo que no soy la única que lo cree. Todo el mundo ve a Bruno como el chico intachable que se graduará con un excelente promedio y que irá a la universidad con altas expectativas. Y entonces me molesto, hasta el punto que le escribo una respuesta:

«¿Lo que dijiste de mi o lo que dijiste de Nicole?»

No hace falta aclarar que no obtengo respuesta. Sin embargo, cuando la campana suena y todo el mundo comienza a irse, él dice.

—Ambas. Lo que dije de ambas.

Me doy cuenta de que algunas personas se giran a ver. Es increíble cómo nos hemos convertido en la sensación del instituto. Todos saben quiénes somos, lo que sentimos, queremos o de lo que nos avergonzamos.

—Yo también lo siento. Pero no por nosotras, por ti. —Me guindo la mochila del hombro y me pongo en pie, antes de irme digo—. Eres listo y cuando quieres agradable. No entiendo por qué entonces eres un idiota.

—Tengo dieciséis años, no es como que sea el único chico que piense así. —No puedo evitar abrir la boca, incluso puedo sentir como su comentario me resulta tan desagradable.

—Esa no es una excusa. Porque si te refieres a Damián, si, de acuerdo, es un completo idiota, pero al menos él no es un hipócrita. Adiós Bruno.

Salgo al pasillo pisando fuerte. Me sorprendo de comprobar lo sencillo que es hablar con Bruno y de lo difícil en cambio que me resulta nada más mirar a los ojos a Frederick. La situación es distinta, supongo. A Bruno no lo quiero, además sé lo que él busca de mí. Pero Fred, con él es distinto. Primero porque me importa, y segundo, porque de acuerdo, él dice que me quiere, pero lo ha dicho en un video que se supone nunca debía ser publicado. ¿Qué hubiera ocurrido si el video siguiera enterrado en su caja en el campo de futbol?

Me freno en el pasillo con ese pensamiento y recuerdo la mañana en que el video es oficialmente público. Frederick no quería que yo lo viera, y en el video deja bien claro que nunca ha pensado decirme lo que siente. Entonces, ¿por qué me dice todas esas cosas en el salón de arte?

Entonces me doy cuenta que estoy oficialmente enojada. Frederick no tiene ningún derecho a verme con esa mirada de dolor. No tiene derecho a acusarme de evitarlo cuando él nunca ha pensado en decirme nada.

Estoy pensando en buscarlo cuando una chica se me cruza en el camino. Aferra con fuerza su mochila, lleva gafas de montura azul y el cabello suelto. Me reconozco de inmediato en esa chica. Lleva el cabello suelto y enmarañado para ocultar su rostro, la forma de aferrar su mochila delata su inseguridad, e incluso el temblor en su voz cuando me habla, es el mismo que a veces me ataca a mí.

—Hola, eh, quería decirte algo. —La chica se frena y baja la mirada, luego dice—. Gracias.

—¿Por qué? —pregunto contrariada. No conozco a esa chica de nada, y por su apariencia parece ser de los cursos menores, pero entonces dice.

—Vi lo que dijiste en la capsula del tiempo. —Se muerde el labio y luego agrega con prisas, casi atropellándose con las palabras—. Me sentí muy identificada con lo que dijiste. No sé cómo explicarlo, pero desde que vi ese video ya no me siento tan sola. Gracias.

Y entonces me da la espalda y se va de prisa por el pasillo atestado de estudiantes. Me quedo allí preguntándome si así me veo yo todo el tiempo. Con el temblor de la voz y la mirada huidiza.

Con ese pensamiento espero hasta la siguiente clase, solo cuando la campana suena otro pensamiento invade mi mente, la clase siguiente es la del nombre extraño. Voy rogando en mi mente que a la profesora ya se le hayan pasado las ganas de querer ayudarnos con actividades didácticas estúpidas.

No tengo suerte.


Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora