#12. De las madrastras

1.3K 137 11
                                    


Papá me ha llamado, me pregunta como estoy, como van las clases y si mamá está bien. Luego me dice que puedo visitarlo cuando quiera y así lo hago. Al día siguiente luego de terminar las clases, voy. Amanda me abre la puerta. Me saluda con una gran sonrisa y me dice que papá está en su estudio.

«El estudio» es la mesa de la cocina. Tiene la laptop abierta sobre la mesa y muchos papeles desperdigados alrededor. La sorpresa se dibuja en su rostro cuando me ve entrar. Al parecer no se espera que vaya a visitarlo tan rápido. No se lo digo, pero yo sé que debo aprovechar la oportunidad cuando se presenta, pues así es él. Su trabajo está primero y cuando se le da la oportunidad de trabajar en casa, es ese el único momento de conseguirlo.

Sí, es uno de los motivos por los cuales ha terminado engañando a mamá con su secretaria, la cual prepara un pollo en la cocina detrás de él.

—Cariño, no te esperaba tan pronto —dice con la vista en la pantalla de la laptop. Yo me siento en un banco frente a él.

—Lo sé, pero estaba aburrida en casa.

—No hay problema en que vengas de vez en cuando —opina Amanda mientras tapa una olla que esta al fuego y luego toma un paño de cocina con el que se seca las manos.

—Claro que no lo hay —dice papá antes de consultar uno de sus tantos papeles—. Pero ahora no es un buen momento, necesito terminar con esto.

—Te gustan los chocolates, ¿cierto? —me dice Amanda cuando se hace muy obvio que papá no va a dejar su trabajo de lado por mí, le asiento y ella me lleva a la sala.

La casa de ellos es bastante bonita, las paredes son de un color melocotón acogedor y tienen un par de cuadros que muestran paisajes naturales. Los chocolates están en una repisa y según las palabras de Amanda son un regalo de su madre. Me da un par y los como con ella en el sofá de la sala.

Mis interacciones con ella no han sido demasiadas y las pocas que hemos tenido no han abarcado más palabras que: «¿Quieres un poco más de jugo?» O «¿Me dices donde guardan el jabón?»

Pero siempre supe que en algún momento cambiaría, tanto si lo quiero como si no. Como toda novia, Amanda quiere ganarse el entorno de mi padre y el blanco principal soy yo.

Una pregunta que me hago constantemente —antes de ir a casa de papá o de salir de ella— es: ¿Qué pienso de Amanda? Y la única respuesta que encuentro a ello es que no lo sé.

Mamá la odia, por ejemplo, y es algo que nadie puede refutarle, papá en cambio la adora y también es fácil de entender, pero ¿qué hay de mí?

—Cuándo estabas en el instituto —me escucho preguntarle—, ¿tenías muchos amigos? —Ella masca uno de los chocolates, y ya fuera por el dulce sabor de la golosina o por un dulce recuerdo, sonríe.

—Unos cuantos, fue una época divertida. Recuerdo que los fines de semana nos escapábamos al lago o a veces al río. ¿Lo siguen haciendo ahora? —pregunta y soy consciente de lo poco que esta mujer me conoce.

—No lo sé, no tengo muchos amigos. —Miro el chocolate entre mis dedos y me corrijo—. No tengo ninguno, la verdad.

—No puede ser. —Parece escandalizada, como si le acabara de decir que tengo un ojo en el estómago—. Con alguien debes de hablar. —Me encojo de hombros.

—Bueno, hay una chica que a veces me habla. Se llama Lydia, pero no la considero una amiga, solo se me acerca cuando no tiene con quien más hablar. —Recuerdo a Frederick—. También hay un chico, pero solo hemos hablado un par de veces.

—¿Te gusta? —pregunta ella con normalidad, lo pienso un instante.

—No, no me gusta nadie. —Ella ladea una sonrisa y me mira con sus ojos color miel, como si mi respuesta fuera un absurdo.

—A los quince años siempre te gusta alguien.

—Tengo dieciséis. —Aprieta los labios.

—Lo siento, tu papá dijo que tenías...

—Sí, a veces se le olvida. —Miro hacia la mesa que está en medio de los sillones y ella retoma la palabra.

—Bien, como decía, a esa edad siempre te gusta alguien. Háblame de ese chico.

—No hay mucho que decir de él —contesto, porque es la verdad—, solo que nos hemos cruzado un par de veces camino de la consejera escolar, lo han puesto en detención otras tantas veces y que ahora se le ha dado por hablarme sin yo pedírselo. —La expresión de Amanda cambia, ahora se ve un poco pensativa.

—Aléjate de él —sentencia, señalándome con un dedo—. Ese tipo de chico es peligroso, salí con uno así en la secundaria. —Mira hacia el techo y confiesa—. Me destrozó el corazón.

Media hora después estoy llegando a mi casa y mamá aun no da señales de regresar. No lo hace sino hasta muy tarde, me pregunta cómo estuvo mi día y le digo que bien. También pregunta si fui a casa de papá y le digo que sí. Luego de eso ella se toma unos instante para beber de un vaso con agua y finalmente pronuncia la pregunta que más hace.

—¿Y cómo están? —La miro, sus ojos están apagados y su expresión es neutral, aunque no hay que ser un adivino para saber lo mucho que mi respuesta habitual le duele siempre.

—Están bien.

Contesto y luego me voy a dormir. El nombre de Amanda nunca es mencionado, pero su presencia se siente igual y lastima, lo hace porque no es tan mala como mamá quiere creer, y no hay nada que yo pueda decir o hacer para que mamá deje de detestarla y lo peor de todo, es que no puedo culparla por ello.

Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora