#38. De los ángeles

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El día antes de volver al instituto tengo un sueño perturbador. Estoy en mi habitación pero se ve diferente. Todo es blanco; el armario, la ropa, el piso y las paredes. En mi sueño, llevo la playera blanca que dice «Me, Myself and I» y unas bragas del mismo color.

De pronto, comienzo a sentir que la espalda me pica y luego del picor sigue un pequeño dolor, como punzante y palpitante y en menos de nada: ¡pum! Unas alas nacen en mi espalda y hasta logro escuchar el sonido que produce el aleteo.

Mi cabello comienza a danzar por una brisa inexistente y noto como todo enfrente de mi cambia con ligereza. Es como si un cristal comenzara a dividir mi habitación en dos y del otro lado, todo se vuelve de color negro. Poco a poco, la oscuridad creciente logra que pueda reflejarme en el cristal que me separa del lado oscuro de mi habitación, pero entonces noto que no es solo un reflejo. Es otro yo. Una versión oscura de mí. Con alas oscuras y mucho delineador negro en los ojos y que sonríe con malicia.

Es la yo que dormita en lo profundo de mi mente y a lo que más le temo en el mundo.

Coloco una mano en el frio cristal que nos separa y ella hace lo mismo. Sus alas negras están inmóviles mientras que las mías se agitan con frenesí y el sueño comienza a tornarse en pesadilla. Pues el cristal se está desvaneciendo y ahora puedo sentir la mano de mi versión maligna.

Ella me la aprieta y ladea una sonrisa macabra mientras levanta su mano libre, en donde tiene un largo cuchillo de carnicero que tiene tallado mi nombre.

Lo siento

Dice segundos antes de clavar el cuchillo en mi pecho.

No puedo despertarme de aquel horrible sueño y casi puedo sentir el dolor de la herida que no sangra carmesí si no negro. Antes de despertarme, veo el rostro del ángel negro inclinarse sobre mí y sonreír.

Es un sueño terrible, y es el preludio de mi regreso a clases. Lo cual no puede ser muy bueno.

Mi primera clase pasa sin sobresalto, excepto por el hecho de que hay un examen del cual no estoy informada, por supuesto, y que irremediablemente dejo en blanco. Luego de aquella clase voy al patio trasero, allí me topo con Ceci y sus dos rockeros. Frederick no está con ellos.

—Ey tú, estabas desaparecida —ironiza Ceci—. ¿Qué pasó? ¿El remordimiento no te dejaba venir? —Voy a irme, pero recuerdo a Amanda.

—¿Has visto a Frederick? —Ella se ríe.

—Si lo supiera no te lo diría. Además se supone que tú deberías saber dónde conseguirlo, después de todo, él confesó quererte a ti, no a mí. Cualquier chica en su sano juicio no se le despegaría desde el momento en que escucha algo como eso. —Miro al amigo de Ceci, el que ha confesado su homosexualidad, está cabizbajo—. ¿Sabes? Es gracioso como todos dicen que él te va lastimar o que te va a romper el corazón, pero yo creo que es al revés. Tú lo vas a destruir. Así como lo hiciste con todos nosotros cuando publicaste ese video.

—Ya déjala en paz, Cecilia —dice uno de sus amigos, el chico cabizbajo que alza la vista un solo segundo y en cuya mirada siento más rencor que el destilado en las palabras de Ceci—. Ya no importa. —Pienso en aprovechar el momento de sorpresa de ella para irme, pero no lo hago, las palabras de Amanda siguen latentes en mi mente.

—Yo no publiqué el video, Ceci. —Ella me mira y sé que ni en mil años la convenceré, pero sigo adelante. Quizás ella no me escuche, pero sus amigos sí—. Que no haya dicho nada comprometedor no me convierte en culpable. Y siento por lo que están pasando, pero no es mi culpa.

Cuando les doy la espalda, el amigo de Ceci dice.

—Freddie está en el salón de arte.

—¡Ey! —lo reprende Ceci, yo me limito a darle las gracias al chico y a ir al salón de arte.

¿Para qué voy hacia allá? En ese momento no tengo ni idea, pero aun así voy. Porque siento que debo hacerlo, es como un impulso. Como un instinto que me dicta que debo hacerlo, porque si no lo hago lo lamentaré.

Hay un par de chicos en el salón de arte. Unas chicas ríen mientras tallan un trozo de madera y hablan sobre un chico llamado Darren. También hay un chico que tiene puesto unos audífonos y pinta una casa cerca de un lago con colores cálidos. Más allá de él está Fred.

Se sienta frente a una mesa y dibuja sobre una hoja grande de papel con crayones de cera. Hasta este momento ignoraba que él tenga aquellas dotes artísticas, sobre todo cuando me acerco y veo el hermoso ángel que está dibujando. Él alza la vista en el momento en que yo miro maravillada, horrorizada y sorprendida, por igual, su dibujo.

—Ey, desconocida —sonríe y yo alzo la mirada hacía su rostro. Estoy muda, me tiemblan las manos y juro que habría salido corriendo si tan solo hubiera podido moverme.

—Hola —medio tartamudeo, me aclaro la garganta y señalo el dibujo—. No sabía que...

—¿Que soy un maravilloso dibujante? ¿El próximo Monet? Sí, no mucha gente lo sabe. —Vuelve a sonreír y me pregunto cómo lo hace. Como si no ocurriera nada, como si yo nunca le hubiera estrellado la puerta del baño de chicas en la cara y como si él nunca hubiera dicho que está enamorado de mí.

—¿Por qué un ángel? —Él mira instintivamente su dibujo y luego se encoge de hombros.

—Son misteriosos, me gustan. —Luego su mirada se engancha a la mía y ninguno dice nada por un rato. Puedo escuchar las risas de las chicas que esculpen la madera e incluso la música del chico de los audífonos así como su pincel danzando—. Siento lo de Ceci —dice entonces, rompiendo el incómodo silencio—. Le pedí que dejara de molestarte, pero cuando se le mete una idea a la cabeza no hay quien se la saque.

—¿Tu qué crees? —pregunto de golpe y él se muestra contrariado—. ¿Crees que publiqué el video?

—No. No le harías eso a Nicole, eso lo sé. —Bien, eso es algo. ¿Ahora qué sigue? Lo único que sé es que me alivia saber que él no piensa igual que su amiga, y también sé que quiero salir corriendo de allí.

—Bien. Uh, nos vemos. —Me giro para irme pero él me detiene.

—¿Es en serio? ¿Eso es todo? —Me doy cuenta que las chicas detienen su divertida conversación y miran con disimulo en nuestra dirección. El chico que pinta la casa del lago sigue perdido, absorto en su mundo y casi deseo ser él. Ajeno a todo.

—Ya va sonar la campana —digo girándome de nuevo—, y falté varios días a clases

—Lo cual no entiendo. ¿Qué evitabas? —Tiene las manos sobre su dibujo y expresión seria, casi dolida—. ¿A mí?

—No, yo. —Estoy a punto de atragantarme con mi propia lengua y de decir sí cuando la campana suena. Perfecto, por tres segundos mi vida adquiere el gracioso matiz de una serie ochentera: salvada por la campana—. Hablamos después, ¿sí?

Y huyo.


Zarzamora.

De la vida y otras cosas #1 [El blog de Zarzamora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora