Vuelve a mirarse en el espejo de la entrada e inevitablemente un suspiro se escapa de sus labios desordenando levemente ese flequillo con el que tanto ha tenido que pelear con las planchas. Para hacer tanto tiempo que no se maquilla, es agradable poder entrever sus ojos entre las inmensas ojeras que se han convertido en sus compañeras de vida en los últimos meses.
Añadir un cinturón negro al vaquero ha sido una buena opción y esa blusa siempre le gustó, favoreciendo el color de su mirada. A ella ya no le gusta, pero parece una buena carta de presentación para pisar su puesto de trabajo tras prácticamente un año de baja.
Alza la mirada al reloj colocado justo encima del espejo, presidiendo el hall. Si no sale ya, va a llegar tarde, y no es plan de aparecer después que el resto y ser testigo y parte de la comidilla de la oficina más de lo que su imaginación le permite.
Mete el llavero junto al móvil en su bolso y cierra tratando de hacer el mínimo ruido posible. Baja las escaleras rápido y la brisa de mayo le hace estremecerse cuando pisa la calle. El metro ya está prácticamente colapsado y cede su sitio a una señora mayor que ni siquiera se lo agradece.
Los últimos metros hasta el edificio los recorre con paso lento y algo indeciso. Todavía puede arrepentirse, dar la vuelta y volver a la cama.
-Aitana, madre mía. ¡Cuánto tiempo! Bienvenida-le dice Nacho, uno de los abogados, que se detiene a saludarle aminorando su paso- Bueno, te veo arriba, que tengo una reunión en cinco minutos. Me alegra verte.
Se limita a forzar una sonrisa asintiendo con la cabeza, como si después de todo lo que ha pasado tuviera sentido volver a trabajar.
Cruza la recepción. La chica tras la mesa ya no es la misma, y hace amago de detenerla, si no fuera porque alguien se acerca a preguntarle por una de las oficinas. Aitana camina directa al ascensor, como si por andar rápido los demás no fueran a darse cuenta de su presencia. La joven aún le sigue con la mirada mientras da las indicaciones pertinentes al hombre con corbata.
Ha tratado de llegar unos minutos antes para no tener que cruzarse con todo el mundo. Camina directa hacia su despacho, que afortunadamente está en un pasillo en el que solo hay una sala de reuniones y otra sala. Abre la puerta.
Si hubiera leído en la placa que no era su nombre el que estaba escrito en letras negras quizá hubiera llamado y se habría ahorrado ver sentada sobre su mesa a una mujer, que le suena de contabilidad, rodeando con sus piernas la cintura de un hombre que le arranca gemidos colándose en su sujetador mientras besa su cuello.
Los dos la miran sobresaltados, aún con la respiración agitada. Aitana cierra la puerta de golpe sin saber cómo reaccionar. Su ceño se ha fruncido y cree que aún tiene que procesar lo que acaban de ver sus ojos.
Pero sobretodo necesita que alguien le explique por qué lo que acaba de ver estaba sucediendo en su despacho. Concluye que es un poco extraño quedarse ahí parada así que da un paso atrás y es en ese momento cuando lee en la placa.
Luis Cepeda.
Antes de que agarre el pomo de la puerta para abrirla otra vez y preguntarle a ese tío por qué cojones está su nombre en su placa, Ana, enfundada en un mono negro, con su elegancia innata, avanza hasta ella deprisa pensando que su amiga aún no ha entrado en el despacho.
Quizá tendría que haberle puesto al tanto con anterioridad, pero no sabía cómo explicarle los cambios que ha habido desde que ella no está allí.
-Aitana, cielo, ¿cómo estás?-pregunta con su marcado acento canario, que persiste a pesar de los años que lleva viviendo en la capital, dispuesta a darle un abrazo.
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Canción Desesperada
RomanceLos comienzos no siempre son buenos, las primeras impresiones tampoco.