Me da igual

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No se lo ha visto venir, pero quizá estaba cegado por el brillo que desprende su propia sonrisa. Puede que le haya destellado y haya hecho que no viera la crónica de un desencuentro anunciado.

Ambos tienen la costumbre de dejar vuelta la puerta del despacho, con una abertura que invita a entrar y que grita que el otro es bienvenido en ese rayo de luz que se cuela por esos centímetros hasta el marco.

Con eso le basta y hasta le parece que su perfume se escapa atravesando el pasillo hasta sus fosas nasales. Sabe que está ahí. Y en las últimas semanas con los cambios que está sufriendo su equipo y el presupuesto, le inspira tranquilidad.

Pero ahora que vuelve del baño, encuentra frente a sí una puerta perfectamente encajada en el marco  y por un momento siente que acaba de cerrársela a él en la cara, imponiendo de alguna manera una distancia entre ellos que hace nada era inexistente.

Puede enfadarse. Él también. Tiene razón. Así que la imita cerrando la puerta tras de sí.

Han discutido más veces sobre trabajo y han sido capaces de seguir con sus vidas. Pero ahora tienen que replantearse los límites que se han dado deslizándose por debajo de la ropa.

Puede que simplemente haya sido el hecho de que desde que sus bocas son expertas en la anatomía del otro, todo ha sido casi como un sueño eterno. No han discutido aún, solo ha habido piques inocentes cuya intención simplemente era girar la piedra del mechero para prender la llama más rápido de lo normal.

Discutirán. Está claro. No siempre estarán de acuerdo en todo, ni dentro ni fuera de la oficina.

Podría haber sido por cualquier cosa. Es verdad que de primeras no han dado muy buena imagen al chico de prácticas al que Ana ha acompañado hasta la sala de reuniones a la espera de que Luis y Aitana llegaran. A los dos se les había pasado y la definición de las tareas que tiene que llevar a cabo está en el aire, y por lo que parece, cada uno tiene una idea un poco distinta de cuáles deben ser.

Después de esa conversación que el chico observaba como si de un partido de tenis fuera sentado en la silla, Aitana ha sabido guardar las maneras algo más que él, pero Luis puede presumir de conocer muy de cerca su sonrisa y la que le ha dedicado al chico al despedirse no era sincera ni de lejos.

Recoge el escritorio antes de irse a una entrevista para la que ha quedado sin detenerse a despedirse de Aitana como habría hecho cualquier otro día.

Siente cierta incomodidad y por mucho que trata de centrarse en las preguntas, solo le ronda la cabeza si Aitana le habrá escrito o no.

Comprueba con cierto nerviosismo cuando llega a su coche que no. Luis sigue con lo que había planeado hacer en ese día a pesar de que sabe que lleva con el ceño fruncido más horas de las que le gustaría.

En más de una ocasión se ha rozado el bolsillo del pantalón pensando en escribirle. Pero tampoco sabe muy bien qué decirle. Lo que sí sabe es que no le gusta estar así con ella.

Cruza la puerta del establecimiento que regenta su amigo, después de fumarse su último cigarro y duda si pedirle otro a él. 

Cuando se acomoda en la barra cerca del escenario, ve cómo Miriam se acerca hasta él después de haber saludado a su amigo.

- ¿Cantas hoy?dice él tratando de sacar tema de conversación.

- No, no, que va. Pero creo que Amaia sí. Si llega a tiempo de apuntarse, claro. ¿Has venido solo?-pregunta curiosa mirando a su alrededor en busca de su compañía.

- Sí-dice dándole poco importancia aun intuyendo las intenciones de Miriam con la pregunta.

Miriam le dice que en cuanto encuentren otra silla puede sentarse con ellas en su mesa. Hasta entonces, Luis se recluye en ese trozo de barra que ha sido su fiel compañero en incontables noches.

Canción DesesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora