Desde la última vez que vio a Marcos ha pasado un año y medio. No le cuesta recordar la última en que le sonrió en el ascensor de ese mismo edificio. Ella se bajó en la planta baja, mientras él le sonreía apoyado en el espejo diciéndole adiós con la mirada siguiendo su bajada al garaje. Llevaba la barba peor recortada que ahora, y su piel no lucía el mismo moreno que ahora.
Desde entonces ha pasado mucho tiempo, muchos mensajes y llamadas que se han perdido en el teléfono de Aitana y que un día se cansó de mandar al no recibir ninguna respuesta.
Puede que las cosas ahora mismo fueran muy distintas si Marcos no hubiera aparecido en su vida.
Quizá la vida es solo, una cadena de sucesos, quién sabe si dependientes o independientes unos de otros. Lo que sí sabe es que Marcos forma parte de su historia. Que tenerle en su vida ha determinado decisiones de las que no encontraba del todo segura, que ha hecho que pensara y sintiera cosas que han hecho tambalear a su moral.
Cuando Aitana empezó a trabajar en la revista, su usuario para entrar en la plataforma digital no paraba de darle problemas, denegándole el acceso continuamente. Cuando llamó a la puerta del despacho de Marcos, no esperaba encontrar una mirada verde y una sonrisa arrolladora al otro lado de la mesa.
Probablemente conectaron en ese momento, o quizá fue un poco después, cuando empezaron a compartir charlas y descansos en la cocina de la revista.
Marcos fue la primera persona con la que tuvo confianza dentro de la revista, y que le ayudó a adaptarse fácilmente. Fue el primero en felicitarla cuando la nombraron directora de su departamento, y una de las dos personas que más aplaudieron cuando envuelta en un vestido azul marino con brillos, como si se hubiera escapado de cualquier cuento de hadas, subió a recoger el Premio de Periodismo hace algún septiembre ya.
Ahora mismo si sube la mirada sabe que se encontrará con sus ojos verdes atentos a Claudia, a la que le tiembla levemente la voz al exponer el presupuesto para el próximo trimestre. Juega con un bolígrafo entre sus dedos. Sabe que no le gustan demasiado esas camisas entre las que se siente el heredero que nunca quiso demostrar ser con su forma de vestir. Es más, Aitana no supo que era dueño de un 15% de la revista hasta casi un año después de haberse hecho su amiga.
Toma alguna nota con la mano izquierda en uno de los folios que ella misma ha metido en el dosier que preparó con Luis.
Aitana suspira tratando de centrarse en la voz dulce de Claudia, fijarse en los números que señala en la pantalla, y que juegan a bailar frente a su mirada. Agradece que en este tema no tenga que opinar y, mientras los socios discuten con Noemí el presupuesto, Claudia toma asiento de nuevo y defiende su trabajo.
Luis le sonríe a la rubia cuando se sienta con las piernas aún temblándole, dándole la enhorabuena con la mirada por la exposición, al tiempo que Noemí toma la palabra. Claudia desprende profesionalidad e inteligencia, desenvolviéndose muchísimo mejor de lo que había pensado ante las preguntas punzantes que le dirige un hombre canoso, propietario de casi un tercio de la empresa.
Luis, algo ajeno también al tema económico, mueve las hojas, ordenándolas, asegurándose de que sus esquinas encajan perfectamente. Al bajar la mirada a sus manos, ve que las de Aitana a su lado dibujan en los márgenes de los papeles esbozos.
Cuando le preguntó por ellos cuando le pasó unas notas de una entrevista llenas de dibujos similares, ella se avergonzó levemente excusándose por lo sucias que estaban las hojas. Luis trató de rebuscar y leer la mente de ella a través de esos iris tristes dibujados en cada hoja.
El temblor de sus manos hacen que el trazo sea impreciso e irregular. Deslizar el bolígrafo por los márgenes del folio le hacen centrarse, estar más concentrada en el momento, rellenar cada blanco, ocupando todo con ruido para que el dolor se oiga atenuado y solo de fondo.
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Canción Desesperada
RomanceLos comienzos no siempre son buenos, las primeras impresiones tampoco.