¿Puedo?

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Han ido en metro hasta casa de Noelia, y Alba, sentada sobre sus piernas durante los 20 minutos de trayecto se ha quedado medio dormida apoyada en su pecho. Luis sonríe con la boca cerrada, acariciando con delicadeza su cabeza, embelesado contando los leves suspiros que se escapan entre sus labios y chocan contra su camiseta. Apenas oye todo el ruido que inunda el metro a media mañana. Solo puede pensaren la risa que se escapaba entre los deditos de Alba jugando al escondite, tapándose la boca para que no la encontrara, o sus gritos agudos cuando jugaba cerca de la orilla y el agua helada le mojaba los pies, y ella reclamaba sus brazos.

Llegaron a Ourense ya entrada la noche y en casa de los Cepeda no se oía un alma cuando Luis abrió la puerta principal, con Alba en brazos poniéndose un dedo en la boca recordándose a sí misma que no podía hacer mucho ruido, tal y como le había explicado su padre en el coche segundos atrás.

Luis preparó un vaso de leche para la niña, que cabeceaba agarrándolo con las dos manos. A duras penas consiguió que se lavara los dientes sola y para cuando abrió la maleta en busca de su pijama, Alba ya había caído rendida sobre esa colcha testigo de toda su adolescencia. La pequeña ni siquiera se inmutó cuando la llevó al cuarto de su hermana, que no llegaba hasta el día siguiente, para que los dos pudieran dormir cómodos después de un día y un viaje tan largos.

Luis estaba tan cansado y abrumado por la sensación de volver a casa que no cayó en la cuenta de que los cambios angustian enormemente a la pequeña, que se despertó apenas media hora después, cuando él acababa de cerrar los ojos. Alba lloraba desconsolada totalmente desubicada. Luis salió corriendo a por ella en la oscuridad del pasillo y le llevó más tiempo del pensaba tranquilizarla, asegurándole que estaba con ella y que podían dormir juntos. Limpió las últimas lágrimas con los pulgares, con Alba agarrando con fuerza en una mano a Fipi, y en la otra la camiseta de Luis. Deshizo sus pasos hasta su dormitorio para acostarla a su lado. Alba aún seguía nerviosa y no cayó de nuevo en los brazos de Morfeo hasta que Luis comenzó a cantarle en susurros mientras acariciaba su melena.

Al día siguiente, con las pilas totalmente cargadas, Alba volvió a ser el terremoto de siempre, prácticamente arrollando a su abuelo cuando le vio sentado en la cocina leyendo el periódico a la hora de desayunar. Algo más seco fue el saludo entre padre e hijo, que afortunadamente para Luis, pudo poner algo de distancia al ir a buscar a María y sus sobrinos al aeropuerto tan solo unas horas después.

Alba atendía con curiosidad a las indicaciones de su abuelo en el taller donde aún fabrica guitarras, más por placer y por ocupar el tiempo y la mente que por otra cosa, mientras los hermanos se ponían al día en la cocina café en mano.

Desde que su madre falleció, la casa siempre parece algo más en silencio y si afina el oído, aún se escuchan sus risotadas al torcer las esquinas. Por eso Galicia es refugio, hogar, pero también ese recordatorio de que Encarna no llegó a conocer a Alba por algún mes. Luis echó en falta esos abrazos llenos de energía y el marcado acento de su madre en los primeros meses tras la llegada de Alba a sus vidas, cuando se sintió completamente desbordado e inútil ante ese pequeño cuerpo enrojecido de tanto llorar retorciéndose frente a él.

Entre ellos siempre hubo una conexión especial. No se puede querer a dos personas igual, con la misma intensidad, y eso es lo que Luis padre leyó en la mirada de su hijo cuando enterraban a su mujer en el cementerio de la ciudad.

Luis evitó volver a Galicia en un tiempo, el verde de su tierra le llevaba al recuerdo de su infancia, donde su madre siempre era esa actriz indispensable para la obra, irremplazable pese al tiempo.

Volver es terapéutico y doloroso, debe ser por eso de que el dolor y el placer están conectados.

Está tan ensimismado contando las pecas que le han salido en lo que vade verano a Alba que apenas oye el nombre de la parada, y tiene que salir corriendo con ella en brazos para no pasarse de estación, más por Noelia que por él. Alba abre los ojos algo desubicada a un par de calles de su destino y se resiste a que Luis la baje de sus brazos. Ella también sabe que van a tener que despedirse en muy poco tiempo, así que se abraza a su cuello, provocando una sonrisa en Luis, que besa su cabeza.

Canción DesesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora