Por un segundo puede sentir el roce de su deditos en su mejilla. Aunque sea imposible, siente que si abre los ojos encontrará su mirada verdosa y las cuatro pecas de su naricilla sonriéndole. Tiene tanto miedo a que no sea así que se acurruca más en la cama abrazando el cojín con forma de nave espacial.
Pocos minutos antes de que la alarma suene es una llamada de su madre la que le despierta. Abre los ojos algo confundida despertando en la cama de Lucas. El sol se cuela por las rendijas de la persiana que no se molestó en cerrar ayer y se pasa la mano por la frente suspirando antes de contestar. No tiene muy claro cómo acabó allí.
Cuando Aitana sale del portal no puede decir que le sorprenda demasiado encontrar el coche de Ana aparcado en doble fila. Sube al asiento del copiloto saludando a Ana, que le dedica una sonrisa empática antes de arrancar.
Ana trata de distraerla contándole algún cotilleo de la oficina del que se ha enterado últimamente con una mínima participación de Aitana.
-¿Qué tal Marcos?-pregunta en un semáforo a un par de calles del garaje.
Aitana le mira sorprendida. Solo ha hablado sobre Marcos con Miriam y duda muchísimo que Miriam se lo haya contado a alguien, ni siquiera a Ana. Enseguida cae en que en la fiesta del aniversario de Noemí cualquiera pudo verles.
-Había que ser tonto para no saber que había algo-explica ante su confusión por la pregunta- Y ya en la fiesta me lo confirmaste.
Aitana se muerde el labio y juega con la cadena de su bolso. Ana entiende en su gesto que quizá no sea ni el momento ni la ocasión para hablar de ello.
-¿Algún día me contarás qué pasó?-pregunta entrando en el parking.
-Algún día, sí-le asegura Aitana tomando aire.
Mientras desayuna con Ana recibe la segunda llamada de su madre para asegurarse de que ha ido a trabajar. Aitana trata de mantener la calma y contestarle con el más dulce posible, aunque no promete poder seguir haciéndolo en cada llamada si estas van a repetirse cada hora.
A pesar de que a Ana le gustaría, ninguna de las dos puede alargar el desayuno demasiado, pero la canaria es capaz de sacar a lo largo de la mañana numerosas excusas por las que dejarse caer por su despacho y confirmar que su amiga sigue allí y más o menos bien dadas las circunstancias.
Ana le insiste en que vaya con ella a casa a comer con Miguel y Nico, invitación que Aitana declina excusándose en que se ha traído comida. Además, tanta atención sobre ella la está asfixiando. Entiende el miedo en la mirada de Ana y en el temblor de las cuerdas vocales de su madre al otro lado del teléfono, pero necesita un rato a solas.
Hace un año, sus padres salieron a hacer unos recados y acabaron dándose por rendidos ante sus esfuerzos infructuosos porque Aitana saliera de casa.
Sin embargo, parecía que últimamente las pesadillas se habían reducido, lloraba menos y comía de vez en cuando.
Solo era un espejismo en medio de un desierto que iba agrandándose segundo a segundo, apretando el nudo en el pecho de Aitana, que ya había tomado una decisión mucho antes de que sus padres cerraran la puerta.
No hacía mucho había asegurado a su madre que Miriam iba a llevarla a terapia. Se vistió, bajó al supermercado más cercano y la farmacia a la vuelta de la esquina, y volvió a subir guardándolo todo debajo de la cama mientras su madre salía a dar un paseo.
Aitana no veía salida en esa inmensidad de dolor que cada día parecía tirar un poco más de su tobillo arrastrándola hacia las profundidades. Así que lo hizo. Para callar las voces de su cabeza, para dejar de sentir que se ahogaba, para terminar con todo de una vez.
ESTÁS LEYENDO
Canción Desesperada
RomanceLos comienzos no siempre son buenos, las primeras impresiones tampoco.