Espejismo

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Abre los ojos lentamente. Aún siente en su cuerpo la calma que le ha traído viajar a Barcelona. A casa. No han llegado a 48 horas, pero el tiempo es muy relativo cuando lo importante es lo demás.

Ha tomado café con Marta. Ha visto a sus padres sonreír después de mucho tiempo, animando a Alba a probar todos lo columpios del parque de Sant Climent. Ha fumado con Luis más de un cigarro. Y ha cerrado el capítulo de su historia con Dani para poder leerlo siempre que eche de menos sus besos en la sien.

La luz baja es la única que ilumina el espacio, pues el sol cayó poco después de que abandonaran Sants, hasta donde su padre insistió en llevarles. Aitana tuvo que tragar saliva y, aunque sea físicamente imposible, cree que retuvo el aire los kilómetros que separan su casa de la estación, sentada en el asiento del copiloto de ese coche que solía ser suyo.

Quiere recolocarse en el asiento y es entonces cuando repara en el peso sobre sus piernas. Baja la mirada encontrando a Alba apoyada en su pecho, respirando pesadamente con los ojos cerrados y la boca a medio abrir.

Traga saliva, pero tiene la boca seca. Trata de que su respiración no se acelere, pero es demasiado tarde, porque su pecho ya sube y baja a trompicones. Alba debe notarlo, y probablemente en sueños aún se recoloca en su cuerpo, abrazando su tronco.

Necesita separarla. Necesita que el aire que le falta pase entre ellas, y que sus manitas no rocen su cuerpo, ni su cabeza le dé calor en el pecho.

Su cuerpo tiembla contrastando con la paz en la que Alba está aún sumida, ajena al inminente ataque de ansiedad del cuerpo sobre el que descansa.

Quizá haya sido todo un espejismo. Porque en algún momento, mientras el humo se escapaba entre sus labios, ha llegado a creer que algún día podrá ser capaz de no sentir ese puñal que le recuerda que su hijo ya no está cada vez que ve a un niño. Ha llegado a creer, sumergida en su burbuja, que un día podrá salir del agua y volver a caminar.

El fin de semana ha sido una montaña rusa de emociones. Pero el viaje en montaña rusa se acaba, y uno tiene que volver a poner los pies sobre la tierra. Y en la tierra uno sigue siendo el que era antes de subirse.

Ella sigue siendo la Aitana que salió de Madrid, y cada kilómetro que se acercan es más consciente de ello. De que a menos que pida un enésimo favor a alguien, tendrá que volver a esa casa en la que odia estar sola y a dormir en ese sofá que le está destrozando la espalda casi tanto como tiene el corazón.

No puede creer que solo tenga ganas de llorar cuando hace apenas unas horas ha visto el rozar las teclas de piano con Alba sobre sus piernas como la mayor victoria hasta ahora conseguida.

Alba entró a su cuarto para pedirle que le hiciera trenzas otra vez. Ase sentaron en la cama mientras Luis se duchaba y mientras ponía todo su empeño en hacer el peinado lo mejor posible, Alba le preguntó señalando con el dedo el teclado que qué era eso. Aitana le explicó que serví para hacer música y Alba se puso muy contenta, explicándole que su padre hacía música también pero con otra cosa diferente.

No sabe si fue valentía, inconsciencia o la inocencia de la niña lo que le hizo levantarse de la cama cuando terminó y tenderle la mano para que se sentara sobre sus piernas cuando tomó asiento en la banqueta.

Alba aplaudía entusiasmada sobre sus piernas mientras Aitana conseguía que con poco esfuerzo, sus dedos recordaran melodías machacadas durante tardes y tardes de su infancia y adolescencia. Apenas le temblaban los dedos, y la risa de Alba era el acompañamiento perfecto a los acordes que le iba arrancando al teclado.

En cierto punto tomó las manos de la niña con las suyas. Dudó unos segundos el sentir que con sus diminutas manos podía rodear las de ella. Respiró hondo un par de veces. Quizá se estaba precipitando y ambas acabaran llorando.

Canción DesesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora