Madrid

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Iba a subir este capítulo como compensación por el drama en el que se ha vuelto a sumergir la historia y al releer el capítulo, no sé si vais a acabar con cierta esperanza en el cuerpo o vais a perfeccionar el arte de amenazarme. Pero bueno, aquí hemos venido a jugar. Seguro que a pesar de todo vendrán tiempos mejores.

Gracias por leer.


Nunca le gustó tomar decisiones. Elegir siempre fue un problema para ella, así que en muchas ocasiones lo dejaba en manos del azar. La cruz de una moneda le hizo decantarse por el piano y no la guitarra. Si el número de matrícula del siguiente coche que pase es impar, me compro las zapatillas. Si no, no. 

Le llevó muchos años y decisiones fallidas empezar a tener seguridad para confiar en que no había mejor criterio que el suyo para tomar sus propias decisiones. De la que más orgullosa se siente, sin lugar a dudas, es de haber decidido tener a Lucas, a pesar del oposicionismo de su familia y el dolor que vino después.

Le encantaba dejarse ganar por él a cualquier juego por el simple hecho de ver cómo se dibujaba ese hoyuelo en su pómulo derecha y recibía un abrazo de oso como premio de consolación. Al que no dejaba ganar con tanta facilidad era a su padre, a menos que el juego fuera entre las sábanas y a media luz.

Nunca ha sido una gran estratega y por lo tanto, tampoco demasiado fan de los juegos de mesa. El tablero parece inabarcable a su mirada, y ya no sabe si juega contra alguien o contra sí misma. Por no saber, no conoce ni las reglas del juego. Y en algún momento se le ha olvidado de eso de que lo importante es participar. Porque si acaba casilla que avanza, retrocede tres, cualquier economista le diría con los ojos cerrados que es una inversión sin sentido.

Las carreras de pies infantiles a su alrededor, combinados con risas y el sonido molesto del columpio solo son el ruido de fondo que acompaña a ese debate interno que mantiene su cerebro consigo mismo, alejándola del presente irremediablemente.

-Aiti-nota una mano rozándole el hombro tomando asiento a su lado.
Alza la cabeza despacio, aún sin saber muy cuándo ha llegado allí ni cuanto tiempo lleva sentada en ese banco.

Ana inspecciona su rostro sentada a su lado, acercando el carrito de Nico. Su gesto se frunce levemente al encontrar esa mirada que tantos escalofríos le provoca. Acaricia sus manos cruzadas sobres su piernas.

-Toma la bufanda que estás helada, amor-dice Ana poniéndole su bufanda, que llevaba en el carro de Nico colgada.

-Gracias-murmura Aitana aún sin mirarla, como si fuera incapaz de dejar de perderse entre las carreras para subir al tobogán y las peleas por el turno por el columpio. 

-¿Qué haces aquí, Aiti?-le pregunta acariciándole el brazo de nuevo.

Aitana consigue despegar la mirada del parque y se gira lentamente hacia su amiga. Sus ojos se empañan por segundos y como única respuesta se encoge de hombros.

Ana no sabe que decir y eso que hablar es una de sus actividades favoritas. Echa un vistazo de reojo para comprobar que Nico sigue subiendo y bajando del tobogán ajeno a ellas.

-Está enorme-murmura Aitana dirigiendo la vista también al pequeño.

-Me da la sensación de que cada vez que parpadeo crece un par de centímetros-dice orgullosa sin poder evitar una sonrisa al hablar de su hijo.

-¿Cuánto tiene ya?

-Va a hacer tres en un mes.

Aitana alza levemente las cejas sorprendida. La última vez que le vio fue en su primer cumpleaños.

Canción DesesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora