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La mañana se encontraba silenciosa, los padres del castaño se habían ido a sus respectivos trabajos como todos los días. Siendo un sábado, el menor no tenía nada que hacer en el día. Porque si, su madre había mentido -como siempre- únicamente para que la vida de su pequeño no diera un giro inesperado.

Cosa que pasará, porque es inevitable.

Erick restregó sus ojos con sus delicadas manos, se sentó en su cama y miro el despertador a un lado suyo. Se había levantado dos horas antes de que el aparato sonara, pasó sus manos por su rostro y se colocó sus pantuflas.

¿Qué haría Erick el día de hoy?, lo de siempre. Se daría una ducha, bajaría y cocinaría algo para desayunar, luego iría a su habitación de nuevo para ver televisión hasta que su madre regrese en la noche junto con su esposo para luego escribir en su diario y dormir de nuevo.

Lágrimas amenazaron por salir al verse en el espejo, tenía unas ojeras horrendas y en sus hombros y parte de su clavícula se encontraban unos leves moretones de la noche anterior. Porque si, su madre le había golpeado, y él ya lo esperaba por que siempre que hacia algo mal lo golpeaba. Hasta podría decirse que llego a acostumbrarse.

Pero lo que más le dolía es que su padre solo observaba, como la Señora Daysi se alteraba y descargaba su rabia con el cuerpo de su hijo tan inocente y necesitado de un verdadero amor familiar.

—Soy un asco... —y no pudo evitarlo, Erick se echó a llorar.

Se metió a la gran tina de su habitación de baño, se apoyó en uno de los lados de esta y se dejó llevar. Sus lágrimas caían resbalándose por sus hermosas mejillas hasta llegar al agua de aquella tina y perderse. Sus labios se encontraban rojos e hinchados de tanto morderlos por el nerviosismo de la noche pasada, su cuerpo pálido y suave ahora con manchas moradas y lamentablemente no de pintura.

Erick siempre se había amado a sí mismo, amaba su carisma, su cuerpo y todo lo que tuviera que ver con él. Por qué siempre decía que él era perfecto, el niño más feliz del mundo, todo lo decía. Por qué ahora no sabe que pensar de él, piensa que todo lo hace mal, que su cuerpo es un asco por siempre estar lleno de golpes y grandes ojeras debajo de sus pequeños y lindos ojos.

Gracias a los nuevos hechos de su vida el ya no podía amarse a sí mismo, ahora necesitaba que alguien le amase, que le dijera todos los días lo hermoso que es y el lograra creerlo.

El necesita a esa persona, y definitivamente no es Camila.

El chico salió de la tina y seco su cuerpo con cuidado para no sentir el dolor de los moretones. Se colocó una bata color blanca y llegó al tocador de su habitación para colocar la crema para ojeras y un leve bálsamo rosa para eliminar la recequedad de sus gruesos labios. Se colocó una camisa blanca sin abrochar bien y solo su ropa interior, dejando completamente visibles sus preciosos muslos desnudos –los cuales no tenían ningún moretón- y dejando admirar su  piel con pequeños lunares adornándola.

Camino descalzo hasta la cocina con una almohada entre sus delgados brazos, abrió la nevera y empezó a sacar una decena de huevos y jamon  para preparar su desayuno. El timbre empezó a sonar repetitivamente cosa que al chico le molesto y camino hacia la puerta con el ceño fruncido.

Nadie llegaba a su casa cada más que sus padres y Camila o sus maestros. No podían ser sus maestros ya que no eran días de clase y sus padres por el trabajo por lo que solo le quedaba su prometida.

Erick abrió la puerta y sintió unos delgados brazos pasar por sus hombros y un repentino beso en los labios, Erick la aparto con delicadeza y le saludo con una pequeña sonrisa.

—Hola Cami, ¿Quieres pasar?

—¡Sí! Pero antes... ¿Esta tu madre? —la chica miro hacia dentro algo desesperada.

Matrimonio; ChriserickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora