III- El origen

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Años antes de la rebelión del Obispo Keons.

—Niño! Te llaman en la celda 37 —llamó Nico al pequeño obispo, quién como siempre, estaba maravillado con las mágicas luces que habían en el centro de la sala general de la torre central.

El joven Keons, quién aparentaba quizás unos 15 años de edad, levantó la cabeza prestándole atención al mayor. Asintió rápidamente y se puso de pie, mirando con tristeza a las hermosas luces.

—Volveré niñas... —dijo estrechando una mano hacía las luces, mientras se alejaba lentamente.

—Keons! Podrías darte prisa por favor?!

—Va, va... Y donde quedaban las celdas 30? —preguntó con cierta inocencia. Nico hizo una mueca, intentando que el joven recordara, y nada. Bajó la cabeza y bufó.

—En el edificio 12, afuera. Parte Este.

—Cual de los dos Estes? —Nico abrió los ojos con furia. Se acercó al joven castaño y le dio una fuerte cachetada.

—No es gracioso. De donde sacaste eso de que hay dos Estes?!

—Lo escuché... Está el Sur y el Este, y ambos pueden ser lo mismo...

—No —dijo con fuerza el mayor— El Sur es el Sur y el Este es el Este. Si llegas a oir a alguien decir que el Este está... —hizo una pausa, como si fuera incapaz de decir lo que sigue— Como sea, si oyes a alguien decir eso, no dudes en traerlo.

—Y porqué?

—Vete Keons, te llaman en la 37 —dijo finalmente, dandole la espalda al castaño.

—Y cual de todos los edificios es el 12?

***

El joven se estaba sobando las parte de atrás de la cabeza, ya que Nico lo había golpeado otra vez por sus estúpidas preguntas. Caminaba por Dema buscando el edificio famoso, donde un paciente supuestamente lo llamaba. Todo era gris, y todo el lugar estaba revestido en cemento blanco, y a Keons le aburría un poco el repetitivo paisaje, una de las razones por las cuales subía a los pisos altos de las torres, para admirar esas tierras prohibidas llenas de flores y arbustos.

Estaba en frente de la puerta del edificio que le correspondía. Sacó la llave de su bolsillo, la única llave de la que se hacía responsable, a diferencia de los otros obispos, quienes tenían un inmenso llavero con todas las llaves del lugar. Al abrir se enfrentó ante ese obscuro pasillo, sin vida ni brillo. En los alrededores solo habían salones con extraños aparatos, similares a aquellos que se usaban en la antiguedad para torturar a los pobres pecadores y a los grandes revolucionarios, pero la inocencia de Keons era demasiada como para comprender la verdadera finalidad de esas herramientas de fierro forjado.

Subió las escaleras de madera para llegar a las celdas del segundo piso. Cada paso hacía ruido, y se hizo notar rápidamente.

—Ya viene el obispo! Es Sacarver, todos en sus lugares! —hombres y mujeres murmuraban entre si, con miedo en sus temblorosas voces.

Keons asomó la cabeza para ver a los prisioneros, quienes estaban arrodillados y sumisos detras de las rejas. Un hombre mayor, de quizás unos 60 años abrió los ojos y le echó una mirada rápida a Keons. Sonrió y alzó la voz.

—Falsa alarma, no es Sacarver. Es solo un chico... —dijo desprestigiando la autoridad que Keons tenía sobre todos ellos. Se sintió ofendido.

Hear Me Now | A Twenty Øne Piløts StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora