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El castaño ni se inmutó en contestar algo, sólo tomó al menor de sus muslos para que no se caiga y se paró, para luego caminar hasta las escaleras y subirlas. Al llegar a la habitación d pelinegro, lo que hizo fue tirarlo en la cama (sin mucha fuerza obvio). Para luego, subirse arriba del pequeño y dejar sus piernas a cada lado de la cadera de Martín. Empezó a besarlo con lujuria y pasión, sentían como sus ganas de besarse iban aumentando cada vez más, como si su vida se tratara de ello.

Parnenzini fue bajando hasta el cuello del bajito, osea, descendió un camino de besos desde sus labios, mandíbula y cuello. Empezó a dejar suaves besos, lamidas y mordidas no tan fuertes, su piel se tornaba a un color rosa tirando más a rojo, que después se harían violetas. El pelinegro sólo soltaba jadeos o de vez en cuando un gemido, poco audible. Sus respiraciones medias agitadas se escuchaban, haciendo poca silenciosa la atmósfera. El mayor se separó de Martín y lo miró con deseo, mientras guardaba en su mente el bello rostro de el pequeño.

—Sos tan hermoso bebé— formuló Pedro, acariciando el suave y sedoso cabello del menor. Haciendo que este largue una leve risita.

—Lo decís porque me querés poner nervioso— respondió Martín, con sus mejillas coloreadas de un color carmesí muy lindo.

—Capaz que sí..— susurró, el de mechitas blancas, en el oído del pequeño. Haciendo que un escalofrío recorra el pequeño cuerpo del de lentes.

Unieron sus labios una vez más en un lujurioso beso, haciendo que Kovacs sonría. Parnenzini comenzó a sacar la camiseta blanca de Martín, y obviamente, este dejó que el más alto lo haga. Juntaron sus labios en un lujurioso y apasionado beso, pero el menor tomó la iniciativa y de un rápido movimiento, se subió a Pedro. Para comenzar a dejar besos en el cuello de el recién nombrado, besos que al cordobés ya lo excitaban. De vez en cuando lanzaba suspiros o gemidos cargados de placer. Hasta que sintió una mano a cada lado de su cadera, tomando su remera y comenzando a sacarla. Una vez que el menor le sacó la camiseta al cordobés, siguió dejando besos en el cuello de este, para luego, dejar de besarlo y sacarle el pantalón, que tenía el castaño.

Tomó de las muñecas a el pelinegro e hizo que se quede debajo de él. Bajó la cremallera del jean de Martín, para seguidamente, sacar el jean de el pequeño. Haciendo que a esta le de vergüenza y se tape con sus bracitos.

—¿qué pasa?— preguntó el de mechitas blancas, al ver que su pequeño se tapaba.

—no me mires..— respondió el menor, el siempre tuvo inseguridades con respecto a su cuerpo.

—¿por qué?— dijo Parnenzini, medio confundido. El pelinegro sólo fijo su mirada en los ojos del mayor.

—vos sabes Pedro.. Soy horrible, además so sé si pueda com...— sus palabras fueron interrumpidas abruptamente, por un peso en sus labios.

—bebé, vos sos hermoso. Si tan sólo verías las millones de cualidades que tenés, te vas a creer el mas hermoso del mundo, y eso es lo que sos. Hasta tus defectos que no tenes son hermosos, igual que vos.

Habló el castaño con una sonrisa, haciendo sentir seguro al pequeño. Es que las palabras del mayor son totalmente encerio, Martín es hermoso, es lo más lindo que sus ojos marrones hayan visto en su vida. Y quiere que el menor se sienta igual, que se sienta seguro de si mismo.

Empezó a besar el cuello de el pequeño, para luego meter su mano en el bóxer de Martín y tomando el miembro entre sus manos, haciendo que el pelinegro largue un suspiro. Empezó a mover su mano muy lentamente, de arriba a abajo, consiguiendo un gemido del de lentes. Ese gemido hizo que Pedro sonría en el cuello del chiquito y empiece a mover su mano cada vez más rápido. Hasta llegar a tal punto, que el bajito empiece a sentir su vientre cosquillear, indicando que estaba por correrse. Y al hacer dicha acción, lanzó un gemido que enloqueció al mayor. Por lo que se sacó su bóxer y con con el propio líquido seminal del bajito, acercó uno de sus dedos a la entrada del de brakets. Haciendo que los nervios de este se hagan presentes.

—tranquilo..— dijo Pedro, en tono de susurro. El pelinegro sólo atinó asentir con la cabeza y lanzar un suspiro.

Metió muy cuidadosamente y despacio un dedo en el interior del pequeño, haciendo que este cierre sus ojos y apriete las sábanas con sus manos. El castaño optó por acariciar las piernas de Martín, tratando de que este se tranquilice. Luego de unos minutos, el dolor había desaparecido y ahora era solo placer, placer que sólo su novio le podría dar. Por lo que el mayor decidió meter otro dedo en el interior de el pelinegro, haciendo movimientos de tijeras. Martín sólo comenzó a mover sus caderas, ya que necesitaba más de ese tacto tan placentero, necesitaba más.

—ya.. T-te quiero a vos— habló el más bajito entre algunos gemidos, haciendo que Pedro sonría leve.

—lo que mi bebé hermoso quiera— respondió el mayor, con una sonrisa en su rostro.Sacó los dos dedos, de Martín y colocó su miembro. Dando leves caricias con su glande.

—voy a entrar, si te duele avísame, no quiero lastimarte. Y no olvides que te amo mucho, hermoso— formuló Pedro con una leve sonrisa, haciendo sentir seguro a su hermoso bebé.

Le dejó un dulce beso en la frente de Martín para empezar a introducirse en el interior del pequeño. Este sólo cerró sus ojitos con fuerza. Dolía, pero no tanto. Ya con la punta de su miembro dentro de Martín, se acercó al cuello de este y empezó a susurrarle palabras para que se tranquilice y dejar suaves besitos. Introdució todo su miembro de una, en el bajito. Haciendo que este suelte una que otra lagrimita. Se quedó quieto así, por unos minutos, besando a Martín. Ya que no quería lastimarlo, pero el pelinegro habló.

—y-ya.. Podes, ah!, moverte— dijo el pelinegro. Pedro no espero a que el menor diga otra cosa y empezó a moverse con lentitud dentro de Martín.— ¡ah! M-más rápido.

Empezó a hacer las embestidas cada vez más rápidas, a medida que el menor iba pidiendo más y más. El de lentes sólo podía gemir de placer, se sentía demasiado bien esto. Pedro tomó a el mas bajo de sus caderas y empezó a hacerlo más rápido. ¡Diablos! Esta vista le encantaba, tan entregado, tan suyo.

—ah ~ ¡AH! Ahh ¡Pedro!— gemía el menor, apretando las sábanas del placer. El castaño de vez en cuando daba gemidos roncos y suspiros.

Hasta que llegó un momento que las embestidas eran súper rápidas, Martín gemía de todo el placer que tenía en su cuerpo y Pedro sólo miraba al pelinegro. Guardando en su memoria cada expresión que haga el menor. Hasta que Parnenzini empezó a sentir un cosquilleo familiar en su vientre, avisando que se estaba por correr. Por lo que siguió con lo suyo y simplemente dejó que aquel líquido blanco entre en el interior de el de lentes.

Salió de Martín, con su respiración agitada y gotas de sudor recorriendo su frente. Se dejó caer alado de el chiquito y lo miró con una sonrisa.

—Te amo— dijo Martín, para luego darle un pico en los labios a el de mechitas blancas. Para luego colocarse en su pecho.

—yo también bebé, dormí bien— dijo Pedro, para darle un beso en la cabecita de Martín y cerrar sus ojos. Cayendo en un profundo beso.

como quieras, papi, rápido o lento. Soy adicto a tus movimientos "

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