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Estaba recostado en su cómoda cama, abrazando el peluche que le regaló su madre, para uno de sus cumpleaños. Culpándose una y otra vez, creyendo que él tuvo la culpa de que el castaño se vaya a vivir solo. Lloraba cada vez más y más, como si su vida dependiera de ello. Sus mejillas regordetas estaban de un color rojizo tirando más a un rosado claro, al igual que como lo estaba su nariz. Sus lágrimas salían de sus ojos color café, para luego resbalarse lentamente por su mejilla y caerse en el peluche. Cada cosa que recordaba del castaño, hacía que una lágrima caiga. En esa habitación sólo se escuchaba sus sollozos, haciendo la atmósfera menos silenciosa. Hasta que unos sonidos que provenían de afuera del cuarto, hizo que el pelinegro haga silencio.

-tin hijo, ¿querés acompañarme a comprar?- dijo la mujer, con una dulce voz. Haciendo que más lágrimas salgan.

-perdón mami, pero me tengo que bañar- formuló el pelinegro, con su voz rota. Gracias a dios su madre no lo notó.

-bueno hijito, voy a lo del don Carlos y vengo ¿si?.

-sí mami- respondió el de lentes, aferrándose aún más al peluche de de oso.

Estuvo unos minutos así, llorando y teniendo ganas de matarse. Hasta que se escuchó cómo abrían y cerraban la puerta principal de la casa, indicando que su madre ya se había ido. Por lo que se levantó muy cuidadosamente de su cama, como si fuera un cristal y cualquier movimiento en falso, haría que se rompa. Se dirigió a su baño y entró en este, para luego comenzar de desvestirse y entrar en la ducha. Dejando que aquella agua cristalina caiga sobre su cuerpo.

Al terminar de darse una "relajante" ducha, salió del lugar de higiene con una toalla enrollada en su cintura, para comenzar a vestirse. Sinceramente, hoy no tenía ganas de vestirse como todos los días, por lo que sólo se vistió con su pijama azul de Stitch. Una vez cambiado, salió de su cuarto, bajó las escaleras y se fue a la cocina. Se dirigió a la alacena y estiró uno de sus bracitos, pero.. ¡Diablos!, no llegaba. Por lo que agarró una silla y se paró arriba de esta, llegando perfectamente a sacar un paquete de palomitas ya echas. Se bajó de la silla y colocó el paquete de dicho alimento en el microondas, para que se calienten. Una vez que las palomitas se calentaron, sacó el paquete y caminó tristemente hacia el sillón del living. Se sentó en este y prendió la televisión, poniendo una película en Netflix.

Todo estaba silencioso, sólo se escuchaba las voces de los actores de la película, pero se escuchó como abrían la puerta. Desvió su mirada hacia esta y, al ver que se trataba de Marcelo y Pedro. Sólo se colocó su capucha, quedando una imagen muy tierna de el pequeño tin. El señor Parnenzini, entró a la casa, al igual que se querido hijo.

--hey Martín! ¿y Silvia?- preguntó Marcelo, sentándose alado del pelinegro.

-se fue a comprar, dijo que ya venía- dijo el pequeño, con su voz triste.

El castaño sólo miraba a Martín con cara de enamorado, estaba tan tierno vestido así. Sacudió su cabeza, eliminando esos pensamientos respecto al pelinegro. Se sentó en uno de los sillones más pequeño y se dedicó a ver su celular. Ya que no tenía ganas de enamorarse del pequeño, más de lo que estaba.

Hasta que derrepente, entra Silvia a la casa. Viendo a su hijo con un pijama y al castaño sentado el el sillón viendo su celular. Su mirada se fijo en su prometido, por lo que se acercó a este y le depositó un cálido beso en los labios. El pelinegro sólo miraba la escena algo incómodo, pero decidió ver la televisión.

-hijito, ¿estás bien?- preguntó la mujer, sentándose alado de su hijo y acariciando su espalda.

-sí mami, ¿por?- obviamente que lo que dijo, lo dijo en broma. Pero verdaderamente estaba rota por dentro.

-porque sé que cuando usas ese pijama, es porque estás triste.

-ni mami, estoy bien. Sólo que.. Quería estar más cómodo- respondió Martín, dándole una sonrisa forzada a su madre.

-¿seguro?- preguntó la mujer de cabello lacio.

-si mami, no te preocupes- respondió Martín, con una sonrisa forzada.

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