Capítulo 6

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Desperté de golpe a penas sentí que me estrangulaban, una fuerte presión en la garganta me impedía respirar, era algo demoníaco. Anormal. La presión bajó de mi cuello a mi pecho, me aferré a las sábanas, y miré a todos lados con desespero, inhalé aire intentando calmarme, cerré mis ojos y los abrí repetidas veces hasta que mi pulso se normalizó, la presión fue desapareciendo con lentitud hasta que se esfumó por completo.

No estaba en mi habitación, no era mi casa, era una mucho más lujosa y espaciosa. Estaba tirada en una enorme cama, había un espejo de cuerpo completo a un lado de una puerta con manilla dorada, al otro lado, había otra puerta, una pequeña ventana diagonal a un armario del tamaño de la pared, un escritorio justo en frente de ella, con una laptop y libros perfectamente ordenados.

Me arrastré hasta la orilla de la cama y me libré de las sábanas negras que me cubrían. Cabe destacar que casi todo en la pieza era negro, a excepción de las puertas, y la ventana. Porque del resto; el clóset, la laptop, el escritorio, unos posters, la cama y las sábanas eran negras. Oh, las paredes eran blancas.

Me paré de la cama de un salto y fue el peor error que pude cometer: me mareé, y una punzada me atacó en la cabeza. Al igual que una en la espalda y en mis muslos. Me aferré a la pared y respiré profundo.

Okey, okey, estabilidad ante todo.

Caminé un par de pasos con cuidado, explorando la zona, como si estuviese en Chernobyl con miedo de morir, algo así. Entonces reparé en mi reflejo en el espejo, mi rostro libre de maquillaje, mi cabello natural, suelto, sin la ropa de anoche, sólo con unos shorts rosados con estampado de corazones, y una camiseta de rayas blancas y negras. En ese momento exacto, mi mente olvidó que estaba probablemente inestable físicamente, y terminé de salir de la habitación hacia un largo pasillo, habían varias puertas, pero sólo reparé en las escaleras.

Malditos millones.

Esas escaleras eran, tal vez, más grande que toda la segunda planta de mi casa. Eran tipo espiral, y me dieron náuseas de tan solo intentar bajarlas corriendo como hacía en mi casa. Cuando estuve por fin en la primera planta, caí en la presencia del costoso candelabro que guindaba encima de los costosos muebles de cuero negro, esos que rodeaban una mesa de vidrio con un senisero que sí, costaba más que mi vida.

Y a esas alturas no captaba de quien era la mansión.

Desde donde estaba, miré hacia una especie de arco encima de una puerta de manera que supuse y recé para que fuese la cocina. A penas me atreví a acercarme a ella, un olor a café y cigarrillos atacó mis fosas nasales, el café me gustaba, el cigarrillo no. Mis pies descalzos chocaban con el mármol produciendo un sonido sigilosamente bajo, y me aventuré hacia la cocina.

Retrocedí asustada a penas ví su espalda. La camiseta que cargaba era algo translúcida y gracias al sol que chocaba contra ella proveniente del ventanal de la estancia, podía ver su pálida piel y el centenar de tatuajes que la adornaban. Su cabello negro caía despreocupado, lo tenía largo, y liso. Sus venas se tensaban mientras movía la sartén, el tipo era bastante corpulento.

Me acerqué con pasos lentos y con algo de timidez, toqué su brazo.

—Señor... —lo llamé, mi voz salió tan fina e inocente que me dieron ganas de abofetearme, parecía una niña—. ¿Señor?

—En la barra. —señaló un par de platos, sin mirarme, y habló de nuevo— Come. —, su voz, esa voz la conocía. Y sí, era la que me daba escalofríos.

Sin embargo, no me moví ni un centímetro. Permanecía en mi sitio a la espera de su atención, y cuando se dió cuenta de que no obedecí, me miró. Sus ojos azules se clavaron en los míos grises, con las cejas hundidas, y la mandíbula tensa.

—Señor. ¿Podría decirme qué hago aquí?

—¿Cómo que qué haces aquí? ¿No recuerdas nada?

Lo miré con incredulidad y molestia.

—Si recordara no le estaría preguntando.

—Llevas tres días desmayada.

La sorpresa llenó mis expresiones faciales, y cuando toqué el puente de mi nariz no sentí los lentes.

—¿Y mis lentes?

—En la mesa de noche.

—¿Quien me cambió? ¿Porqué estoy aquí, y no en mi casa? ¿Y Keitha? ¿Y Athen? ¿Porqué me tiene aquí?

—Me aturdes. Come, por favor, no quiero tener que lidiar con tu cadáver. ¿No tienes hambre?

Me crucé de brazos e intenté buscar su mirada.

—¿Cómo sé que no está envenenada?

Me miró con cansancio, y se encogió de hombros.

—Piensa lo que te de la gana. Muérete de hambre entonces.

Abrí mi boca indignada, pero no dije nada más. Me senté resignada en la barra a comer lo que había preparado, y no podía negar que sabía delicioso. Comía con muchas ganas, pero como robot, sin despegar la mirada de él. Él por su parte, comía en la mesa, sin preocupación, con la mirada clavada en su comida. Me di el atrevimiento de mirar bien sus facciones, piel blanca, cabello oscuro, ojos claros, tatuajes, y un piercing en su nariz.

Un extra: dueño de un bar bastante frecuentado por gente adinerada. Y de paso, no era humano.

—Deja de mirarme.

Farfulló sin despegar la mirada de su plato.

—No lo estoy mirando, señor. —terminé el bocado que tenía por comer, y salté de la silla sin decir nada. Caminé hasta la pieza en donde desperté y busque mis lentes; estaban intactos. Busqué mi ropa con la mirada pero no la conseguí, bueno, eso realmente no me importaba mucho, no solía usarla seguido de todas formas y lo que me importaba en ese preciso instante era sólo una cosa: salir de esa casa. El paradero de mi teléfono era desconocido entonces, y también mi ubicación, si realmente llevaba tres días inconciente, eso quería decir que ya era lunes, que me perdí las clases del instituto y que Athen debía de estar como loco buscándome por todos lados. ¿Y yo? Internada en la casa de un millonario tatuado con físico de modelo Alemán, posiblemente hijo de un Dios de la mitología griega.

Ajusté mis lentes, busqué por el suelo de la habitación con la intensión de encontrar algo para ponerme en los pies, y lo encontré; un par de zapatillas rosadas pasteles estaban en un pequeño mueble pegado a los pies de la cama. Me las calsé; me quedaban perfectas.

Bajé las escaleras lo más rápido que pude y caminé hacia la puerta de la salida aprovechando la soledad.

Okey, nada se me salía  como quería.

El chico salió con pasos lentos y se paró frente a mí, bloqueandome el paso.

—¿A dónde crees que vas? Tú y yo tenemos asuntos pendientes.

SNOW  [S.S #05].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora