A la mañana siguiente, luego de desayunar, me armé de valor para pedirle un favor ciertamente interesante a Snow.
—¿Podrías acompañarme a la casa de Keitha? Por favor.
El tipo tatuado alzó una ceja y chasqueó su lengua.
—Veo que pensaste en mí toda la noche, ¿eh?
—No en ti. Más bien, en tus palabras.
Me afinqué en la isla, viendo a Snow comer.
—¿Me llevas a la casa de los Clütt? —pregunté de nuevo, alzó una ceja y me miró burlón. Rodé los ojos mientras rascaba mi clavícula—. Sí, en caso de que no te lo creas aún.
—¿Y llegaste a la conclusión...?
Solté un gruñido de fastidio, y lo miré de nuevo decidida a hablar.
—Qué ella pasó por cosas tan horrendas como yo y no fue su culpa, debo pensar como el ser humano que soy y comprenderla, como siempre lo he hecho. Al fin y al cabo todo lo que hice desde el principio fue por ella, para cuidarla.
Aplaudió, y terminó su bebida.
—Estoy orgulloso.
—Sí, sí, como digas. ¿Me llevas? Estoy apurada. —dí la vuelta y lo zarandeé por el brazo derecho.
—Sal, voy en un momento, me voy a cambiar.
Asentí y salí luego de tomar mi celular y mi suéter. No pasaron más de cinco minutos cuando ya tenía a Snow a mi lado abriendo la puerta de su auto.
Estaba ansiosa, deseosa por arreglar las diferencias y ser el mismo grupo de chicas que éramos antes: aquellas chicas que soñaban con el baile, aquellas unidas por sobre cualquier cosa, que se apoyaban mutuamente; aquellas que eran felices por encima del lado cruel del mundo.
Antes de salir del auto, estacionado frente a la mansión Clütt, Snow tomó mi mano y le dió un apretón. Sus ojos celestes enviaron corrientes de confianza a los míos.
—Estaré a tu lado en todo momento —habló en voz baja y suave—. Sólo confía en ti misma.
Arrugué mi ceño.
—No lo sé, yo..
—Yo confío en tí. ¿Vamos?
Mi pecho se estrujó, sonreí y le devolví el apretón. Cerré los ojos, y cuando los abrí, él estaba caminando junto a mí a la puerta. Sus nudillos chocaron, y como respuesta, solo obtuvimos silencio.
Un silencio incómodo; de esos en los que sientes que pasará algo catastrófico.
Snow intentó de nuevo, esa vez, más fuerte.
Ambos nos apegamos a la puerta, y oímos una conversación.
—No estoy haciendo nada malo, solo vine a pasar el fin de semana aquí. ¿Eso es grave? ¿Estoy cometiendo un pecado o algo así? —esa voz era la de Mália, pero se oía distorsionada; rota.
—Jamás te detienes, solo sabes causar problema tras problema y molestias. —se escuchó una voz femenina— Por tu culpa Amélie murió.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza.
—Por favor, baja esa botella. —apareció una voz de hombre.
—¿Crees que tocando el violín serás igual de buena que ella? —siguió aquella voz femenina—. ¡¿Crees que podrás llenar el vacío que dejó por tú culpa?!
—¡Basta, por favor! —Mália gritó—. ¡Deja de culparme!
Snow, preocupado, intentó mirar por las persianas de la ventana.
—Ambas tienen objetos en la mano, si no intervenimos rápido, esto se tornará feo. —me tomó de la mano, y me guió para dar la vuelta a la casa.
Forzó la cerradura de la puerta trasera, que conectaba con la cocina, y con pasos rápidos pero silenciosos, entramos.
—¡Ella murió por tú culpa! ¡Tú culpa! —gritó la mujer, desde donde yo estaba, podía reconocer su rostro; era la señora Scott—. ¡Todo siempre tiene que ver contigo! ¡Por tú culpa mi hija no pudo cumplir sus sueños! ¡Por tu estúpida culpa mi hija está muerta!
—¡Cállate!
Todo pasó muy rápido.
Yo corriendo para sostener a Mália por detrás, Mália gritando y apuntando a la señora Scott con la botella, el señor Scott con los ojos muy abiertos, Snow intentando separar a la señora Scott.
Mália enterrando la botella con los trozos rotos en el cuello de su madre.
La sangre no tardó en envolver el cuerpo, yo sostuve a Mália y el señor Scott en cuestión de segundos se desplomó en el suelo, inconsciente.
Mis ojos estaban muy abiertos, Mália, con las manos manchadas de la sangre de su progenitora, se tapó la boca.
—Tienes buen pulso. —comentó Snow, revisando a la señora Scott.
Lo miré de mala gana, y puse toda mi atención en Mália, ella me miró con sus ojazos azules cristalizados, temblando del miedo.
—Ángeles... —su voz temblorosa me dió a entender que se daba miedo a ella misma—, la maté... yo...
—Intenta calmarte primero, nada saldrá de aquí. —dije, soñando segura de mis palabras.
Realmente también estaba a punto de botar mis ovarios por la boca.
—N-no, no... esto... yo no soy esto... —sonaba confundida, y entonces, cayó en un trance.
Sus lágrimas bajaban por sí solas, y parecía que todo se había detenido por esos minutos eternos: yo sosteniendola, ella llorando en silencio y observando el cuerpo sin vida sobre el charco de sangre oscura. Snow revisando su herida, y el señor Scott desmayado, muy cerca de mancharse con la sangre de su esposa.
—Si quieres puedo curar esa herida, y borrar su memoria. Aunque, tal vez no vuelva a hablar en su vida. —habló con voz neutra.
Más sorprendida no podía estar.
—No.
—¿No?
—Mália Scott se suicidó por la muerte de su hermana, y sus padres tuvieron un accidente automovilístico. —habló Mália, arrastrando las palabras— Nadie se enterará de lo sucedido.
—Vaya, me impresionas.
Snow seguía con su jodido humor.
Y yo no era capaz de articular ninguna palabra, estaba simplemente atónita ante la escena.
—Se merece esta muerte.
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SNOW [S.S #05].
RomanceLa historia continúa. El último castigo. La última reencarnación. Todo cambiará... y no precisamente para bien. Quinto libro de la Saga Sangrientos. Por favor, no copies un trabajo que fue hecho con esfuerzo, pon de tu propio esmero y usa tu imagina...