Capítulo 8

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Keitha me miraba sentada en el umbral de la ventana, Kith, por su lado, estaba tirado boca arriba en el suelo, encima de la alfombra peluda y amarilla.

—¿Entonces, estuviste estos tres días en casa del dios tatuado? —cuestionó ella, atónita.

—Sip.

—Ese Dios Tatuado —Kith se afincó en sus codos y miró a su hermana con burla—, se llama Snow.

—¿Y por qué Athen le llamó Astharot?

—Es su apellido, Snow Atharot. O al menos eso supongo, no lo sé, siempre lo llaman o Snow, o Astharot.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—Esa no es una respuesta, Frate. —rechistó Keitha.

—Nu te implica, Keitha.

—No entiendo una mierda de lo que dices, Kith.

—Dice que no es de nuestra inconveniencia, sea la razón que sea. —me informó Keitha, y se quejó— ¡Frate! ¿Qué tanto sabes de Snow?

—No sé absolutamente nada, porque su vida no me importa, y a ustedes tampoco debería de importarles.

—Pero...

—Sólo déjalo estar, Ángeles —replicó él—, haz la tarea, es para mañana. Y piensa en una muy buena excusa para la falta de hoy.

—Ya voy, Frate. —imité su pronunciación y lo miré con inocencia cuando me lanzó una mirada llena de cólera. Keitha se tiró a reír, pues su hermano era lindo, pero bastante malhumorado, como un chocolate amargo.

...

—¡Muévete, Lee! ¡Así llenas el vacío de la nota de ayer! —el profesor de Deporte me alentó, el muy maldito me miraba sentado desde las gradas, con unos lentes negros y una sonrisa de suficiencia.

Por eso estaba calvo.

Era la única, hablando literalmente, que trotaba en esa estúpida cancha. El resto de mis compañeros me observaban desde las gradas, unos con compasión, otros con burla, y el resto, simplemente de a ratos, o me ignoraban, era indiferente. Keitha miraba al profesor, tal vez, intentando arrancarle la cabeza con su mente. Y Kith pues... el muy querido Frate estaba mirándome con una sonrisa de oreja a oreja, me alzaba sus pulgares de vez en cuando, brindándome su apoyo falso.

Luego de dar diez vueltas más, mis piernas comenzaron a morir lentamente. No sentía mis muslos, me ardían la planta de los pies, y mi corazón latía tan rápido que sentía que en cualquier momento me desmayaría. El silbato sonó en mis oídos como la gloria pura, similar a los cantares de los querubines. No sabía si eran así de hermosos y gloriosos, pero de seguro que sí.

Mis compañeros se disolvieron en partes al azar de la cancha, algunos incluso se fueron de la clase pues quedaba media hora, pero no haríamos nada, eso lo aprovecharon. Me tiré de largo a largo en las gradas, intentando recuperar el aire que había dejado de existir en mis pulmones. Keitha se acercó a mí con una sonrisa alentadora, y me extendió una botella de agua.

—¡Gracias!

—De nada —canturreó—. ¿Te importaría esperarnos aquí unos minutos? necesito hacer un par de llamadas... a mis primos. ¿Recuerdas, los que vinieron de visita el otro día?

—Sí, claro. Los esperaré aquí. —le aseguré, y seguí bebiendo de la botella mientras se alejaban sin prisa.

Mientras ellos se iban a hacer lo suyo, yo bebía de mi agua, pensando... pensaba bastante. Honestamente. Recordaba, desgraciadamente —para mí, pues aún me pegaba su ausencia– a Mália. Curiosamente, recuerdo la vez que me comentó que, a escondidas, había oído hablar a Clover y a Adonis sobre una tal Celestine.

SNOW  [S.S #05].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora