Capítulo 23

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Esa noche esperamos hasta tarde, a que los Grier estuviesen más calmados para retirarnos.

Dereck estaba estable, un poco adolorido, pero bien. Al igual que Owen, con la diferencia que éste último se vendría con nosotros a la casa de Keitha, en donde Mália y Adair junto a los hermanos Clütt terminarían su reposo.

Al despedirnos, y llegar a la casa Clütt, decidí se valiente.

—Mália, Keitha, ¿podemos hablar un segundo a solas? —Kith me miró sonriendo de lado, sabiendo lo que pretendía, y se fue con Snow y Owen. Adair tenía intenciones de irse, pero la detuve—. Adair, quédate por favor.

Las chicas se sentaron frente a mi, en el sofá grande. Debo admitir que estaba nerviosa hasta la médula; temía sus reacciones. Temía que todo lo que Keitha me había demostrado en el corto lapso juntas —cariño— fuera falso.

Temía bastantes cosas, pero aquello era lo principal: la falsedad de su aprecio hacia mí.

—Todas tuvimos acciones poco agradables —comencé diciendo—, y comienzo disculpándome por las mías. Por las malas palabras, insultos, y demás.

Un momento mínimo de silencio rompió por un microsegundo mis esperanzas. Hasta que Keitha habló.

—Ángeles, todo lo que hicimos fue por ti. Por querer acercarnos sin dañar a terceros, pretendíamos hacer las cosas bien pero todo se salió de control, Jack... —Keitha comenzó hablando, con los ojos brillosos, y al nombrarlo rodó los ojos—. No me disculparé por sus idioteces.

—En todo momento le recordé que tenía una hermana por la cual hacíamos todo esto, y él aparentemente lo comprendió. Y sí, sé que sus acciones no fueron compatibles, incluso a mí me sorprendió. —intervino Adair.

—Nos sentimos egoístas, y tal vez una disculpa no sea suficiente para recomponer tus sentimientos rotos, pero quiero demostrarte que sigo queriendote. Y que siempre lo hice, a pesar de mis errores. —murmuró Mália.

Mordí mi mejilla, manipulando a mis ganas de llorar como niñata.

—Me sentí decepcionada, sentí por primera vez en toda mi vida que mi hermano amaba a alguien más que a mí, y la ponía por encima de mi. —fruncí el ceño— Es un sentimiento que, en lo que me resta de existencia, no quiero volver a sentir.

Keitha y Adair miraron a Mália, presionandola para que soltara lo que debía soltar.

—Créeme, no volverá a pasar. —me aseguró, mirándome a los ojos— Tengo asuntos pendientes por resolver con Adonis, y lo hablé muchas veces con Jack. Creo que justo ahora...

—Justo ahora deben de estar pateandose el culo. —dijo Keitha, cruzándose de brazos— Okey, en conclusión, todas tuvimos errores. ¡Diculpanos en general! Y, estás disculpada.

Reí y algunas lágrimas se me resbalaron, pero las quité de inmediato. Me sentía feliz, y aliviada, a pesar de que teníamos una tormenta más por pasar.

—Okey, un brollón resuelto, nos queda otro. —Adair bufó por la nariz, y nos miró— Quiero que una de ustedes me de una respuesta que me deje dormir tranquila.

Me acerqué más a ellas, confundida, mi curiosidad picando y tal vez, el conocimiento que ya sabía sumado con el que necesitaba.

—¿De qué hablas, Ada? —pregunté, en voz baja.

Ellas se acercaron.

—Los Grier tienen la localización de Kenna. Quieren atacar mañana por la noche. —susurró.

Tapé mi boca, sorprendida.

—Snow no me comentó nada. —dije, jadeando.

—Snow sabe. —Keitha me confirmó— Le dijo a Kith que nos mantuviera en la mansión Grier junto a Adair y Arlet, mientras ellos atacaban.

—¿Creen que somos incapaces? —esta vez preguntó Mália, hundiendo su pálido ceño.

—No creo que sea eso, más bien, para cubrir la mansión y mantenernos a salvo. —dijo Adair—Aunque, pensándolo de otro modo...

—No quieren que vayamos por razones obvias. Y eso lo hablaré con Snow hoy. —dije, decidida.

Keitha silbó.

—¿Seré madrina? —alzó la ceja, pícara, pero al recordar a Snow, se me escapó un suspiro entrecortado, su alegría se borró—. ¿Ángeles? ¿Está todo bien?

—No. —confesé— Con él, no había tenido esta sensación tan asquerosa, de que me ocultaba algo, hasta ahora, cuando Bloody mencionó su inmortalidad —un escalofrío me recorrió el cuerpo, y sentí mis mejillas arder—, algo está mal con él.

—Define mal. —dijo Keitha, seria.

—Últimamente se enferma mucho. ¡El otro día se desmayó! De no ser por Athen, seguro colpaso. Estaba tan asustada... —comencé a balbucear—, se supone que no debe de enfermarse, porque es un ser inmortal.

—Ángeles... —Adair me llamó, y presté atención—, ¿Snow no te ha mencionado algo así como la última reencarnación? ¿Última vida?

Todos los cables sueltos de mi cabeza comenzaron a conectarse y a armar teorías que, francamente, atacaban directo a mi corazón.

—Athen me mencionó algo, y he escuchado rumores. Sólo eso. —respondí, sintiendo mi pulso acelerarse.

Para cuando nos acercamos más, estábamos en el suelo, armando un círculo confidencial.

—No creo que él le diga todo por sí mismo. —Keitha bufó, rodando los ojos— Eso dificulta todo.

—Tienes suerte de que tenga un hermano cercano a Snow. —dijo Adair, sonriendo— Está arriba durmiendo, por lo de mañana, pero de seguro los chicos lo despertarán. El punto aquí es que no creo que se de cuenta que te estoy contando esto.

—Snow lo sabe todo. —le recordó Mália— incluso los secretos más resguardados.

—Lo sé, pero será peor si se entera de otra boca, otra voz, otra manera. Además, yo me sé esa historia de memoria.

—Sueltalo, Eisfel. —le apresuró en un susurro, Keitha.

—Todas sabemos que Snow tiene una larguísima historia detrás de su inmortalidad y belleza inhumana. —comenzó— Y eso se remota al año mil cuatrocientos diecinueve. Cuando Snow conoció a la hija de una de las brujas más buscadas en el mundo infernal, y en Garoha, al igual que el mundo celestial. Aquella chica de nombre Celestine, por sus celestiales ojos. En aquel entonces, su madre era alguien cuerda, pero cruel. Al ser el príncipe infernal se vio obligado a buscar a la familia de dicha bruja para matarlas y no dejar rastro alguno de su árbol genealógico. Plan que se fue a la mierda cuando la conoció.

—Qué linda narración.

—Tú calla —señaló a Mália, y siguió—. La conoció, y se enamoró perdidamente de ella. Está demás decir que el príncipe tenía su título por ser una de las razas más poderosas: Ángel caído y demonio. Sí, tenía un porcentaje de sangre celestial, y un porcentaje de sangre demoníaca. En fin, la cuestión está en que, al verse en dicha relación amorosa con la joven, lo castigaron. Le dieron el peor de los castigos, que, viéndolo bien, estar encerrado en los pozos infernales hubiese sido mejor. Estaría con su amada el resto de la eternidad, sí; pero siendo obligado a verla morir, a que, en alguna vida, no lo recordara, y eso se repetiría por seis siglos. En la última reencarnación, le sedieron la oportunidad de borrar la memoria de la chica y así ambos quedar libres del castigo, pero lo negó; alegó que su amor era más fuerte que cualquier atadura. Y sí, Snow pasó siglo tras siglo intentando salvar a su amada de la muerte, obviamente, fallando, pues nunca logra salvarla a tiempo, o simplemente, no encuentra una cura para dicha muerte. He aquí la razón por la cual estamos reunidas el día de hoy: Snow ya no posee la misma inmortalidad de hace cinco siglos atrás, ésta es su última oportunidad de saber cómo salvar a la Celestine, o bien, de morir y dejarla atrás. O bueno, no morir, si no más bien, regresar a su hogar sin derecho a regresar.

Para cuando terminó, las lágrimas ya estaban bajando de mis ojos hasta mi barbilla.

—Ángeles... —Keitha y Mália se acercaron para abrazarme.

—Lo lamento. —dijo Adair— Créeme, yo tampoco quiero que te pase nada, ni a ti ni a Snow.

—Por eso ha estado tan mal —sollocé, y cuando me di cuenta de algo, sentí que me desmayaría—. Entonces, sin siquiera ser mío, me lo arrebataron. Siglo tras siglo.

SNOW  [S.S #05].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora