Capítulo 17

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Estaba en el despacho de Snow, que ciertamente, se inclinaba más a ser una habitación personalizada. Él estaba sentado en su trono, por llamarlo de alguna forma. Y yo en la silla frente a él, casi temblando de la ansiedad.

Tocaron la puerta, y uno de los gorilas que cuidaba la entrada apareció con Athen entre sus manos.

—Jefe, aquí está. —le dió unos empujones, y el rubio lo miró de la peor forma, pero entró.

Snow se levantó, entonces, haciendo que Athen se sentara en la silla al lado de mí, y él se fue a la puerta.

—Ninguno de los dos saldrá de esta habitación, ni rogando a los Caídos, hasta que se arreglen. ¡Nos vemos! —agitó su mano, y se largó.

Por eso estaba como estaba.

Me encontraba con la cabeza gacha, sin poder atreverme a mirarlo.

—¿Cómo has estado? —pregunté, en un hilo de voz.

Hubo un silencio por su parte, al principio, pero luego habló.

—Mal.

Alcé la mirada, y lo que vi me partió el alma.

Sus ojos marrones cristalizados, su labio inferior roto y temblando.

—Jamás quise hacerte daño —confesó, en un gimoteo—. Jamás te deseé mal, nunca quise tenerte lejos, porque... porque eres lo único que tengo.

Era literal; Athen no tenía familia. Yo era lo único a lo que podía aferrarse.

Mi corazón latía a mil por minuto y era más que obvio que mis ojos estaban desbordandose de lágrimas.

Yo seguía sentada en la silla, sin poder creer lo que pasaba. La escena que pasó me dejó en shock:

Se tiró al suelo, frente a mí, sus ojos fijamente en los míos, tomó mis manos entre las suyas frías.

—Sé que te he escondido muchas cosas. No he sido el mejor, pero te necesito, no tienes idea de cuánto te necesito. Vuelve a mí, por favor.

En mi vida había visto a Athen así; llorando, tan arrepentido, tan honesto, tan roto.

Tan humano.

Mi pecho ardía. Entonces, lo tomé por los hombros y lo hice ponerse de pie, a pesar de que era más alto que yo. Pasé ambos brazos por su abdomen y lo pegué a mí. Su olor seguía intacto; colonia barata pero, con el mejor pigmento.

—Disculpame a mí, por no confiar en ti y darme cuenta de lo cruel que podía llegar a ser Jack conmigo. Por dejarte. Lo lamento tanto. —balbuceé, sollozando.

Sus brazos me apretaron con fuerza, reacio a soltarme.

Pasaron minutos, minutos eternos pero perfectos. La puerta se abrió y un pequeño aplauso nos hizo separarnos levemente.

—Así los quería ver. —Snow entró a la pieza, y le dió un par de palmadas a Athen— Amaría verte en los pozos infernales, pero... ella te quiere, bastante. Y francamente me alegra que no se odien mutuamente.

Athen tomó mi mano, y se percató de mis marcas. Su cara se deformó, de felicidad a furia.

—¿Quien te hizo eso?

—Oye, no creo que quieras saber lo que pasó.

Athen mostró una sonrisa torcida.

—Hoy tengo peculiares ganas de jugar con sangre. Ahora, ¿podrías contarme lo que pasó?

Sonreí nerviosa, y subí mis gafas.

—Mamá hizo una pequeña visita. Jack no apareció, Snow me salvó. Me peleé con Jack, Mália y Keitha. Owen y Derek están mal, Adair está con ellos y por ende, no sabe nada aún. Estoy viviendo con Snow y no he ido al instituto.

La mirada vacía de Athen me asustó de momento. Suspiró con pesadez y prosiguió a salir del lugar, junto a mí y Snow. Los tres nos fuimos a casa, en todo el camino, Snow le contó absolutamente todo, con lujos de detalles, a Athen.

—Somos nosotros tres. No contaremos con nadie más, por los momentos. —dijo Athen— Ángeles tendrá que comenzar a ver clases por internet, para que no tenga que salir tanto de casa. Snow y yo nos encargaremos del resto de investigaciones hasta dar con el paradero en concreto de la pelirroja y el asiático.

Estábamos todos sentados en la sala, cansados. Athen debía quedarse pero, el gran debate mental era; ¿En dónde dormiría?

Corrí hasta mi habitación y me lancé en la cama, enrollandome en las sábanas, haciéndome la dormida. La puerta crujió y alguien entró. Su peso se hizo presente a mi lado.

Por primera vez, agradecí a los Caídos que la cama fuera suficientemente grande. Sentía su aliento en mi cuello, sin embargo. Cuando me armé de valor, me giré, la punta de mi nariz rozó su pecho. Y entré en pánico al comenzar a tener la duda de que no era Athen.

—¿Athen...?

—Athen está durmiendo en mi habitación. —aclaró, con voz ronca— Hoy dormiré contigo, ¿te molesta?

En busca de mi voz, lo único que pude soltar, fue:

—No... no me molesta.

Se quedó un momento —que está demás decir que sentí que fueron eternos—, mirándome fijamente a los ojos. Me di cuenta, entonces, que sus ojos eran tan similares a los míos, pero al mismo tiempo disntitos.

En los suyos resaltaba ese aire tan salvaje; tan libre; tan dominante. Habían distintos tonos de azul combinados y bien diferenciados. A veces se veían verdosos, otras veces azules, su cambio constante me fascinaba.

Los míos eran tan simples; celeste pálido. Sin mucho qué destacar.

Aproveché la cercanía para analizar con detenimiento cada partícula de su rostro.

Piel blanca y completamente lisa; sin una imperfección ni rastro de granos o arrugas. En su nariz tenía un pequeño, súper mínimo orificio. Tal vez de una perforación que poco usaba, tal cual tenía uno en el labio inferior, de lado izquierdo. Sus cejas negras, su cabello largo y negro siempre peinado hacia atrás. Y algo imposible de obviar: el millón de tatuajes que adornaban su piel.

Aquello me llamaba de sobremanera la atención, no tanto su forma peculiar de ser, de expresarse, su historia o físico, si no; la forma en que me miraba.

—¿Por qué me miras tanto? —interrogué, en un susurro.

No tardó ni dos segundos en responder.

—Veo mi historia a través de tu mirada. Nuestra historia.

SNOW  [S.S #05].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora