Capítulo 11

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El lunes, como Athen dijo, avisó al instituto que no iría por una semana, porque estaba en cama.

Realmente sí estaba en cama, pero esperando a que Athen terminara de decirme lo que pretendía.

—Debo salir a... al trabajo. Regresaré tarde. —cerró sus ojos y suspiró— Ángeles, por el amor que tengas a todos los caídos, no salgas de casa sin avisarme. Si tu madre aparece, llámame. ¿Sí?

—Tranquilo, no haré nada malo. Adelantaré tarea, sabes que no me gusta estar sin hacer nada.

Me levanté y lo tomé por el brazo, para acompañarlo al porche.

—Tú intenta no venir tan tarde, por favor. Sabes que no me gusta estar sola de noche. —dije, con una media sonrisa.

—Lo intentaré. Te dejé comida hecha, si te da hambre calientala. —se acercó y me dio un pequeño beso en la frente— Nos vemos más tarde, te quiero.

—¡Yo igual! —dije, y sacudí mi mano hasta que desapareció de mi vista.

Cerré las ventanas, y tiré la puerta, cerrándola con seguro.

—No le tengo ni un poco de cariño a los malditos Caídos.

Corrí escaleras arriba, busqué mi mochila, y comencé a guardar todo lo que había preparado la noche anterior.

Teléfono con carga completa, cargador, audífonos, una pequeña caja de primeros auxilios, otro teléfono de emergencia, polvo mágico para heridas, llaves, ropa extra, una manta, una navaja, y linternas.

Y lo más importante; el polvo para portales.

Jack siempre tenía Guardado en un compartimiento de su gaveta, decía que sólo era para casos de emergencia.

Querido hermano, esto es una emergencia.

Si Mália estaba con Keitha, de seguro Adair, y Jack también.

Me colgué la mochila, y aún en el borde de la ventana, estaba dudando. Sabía de sobra que Athen descargaría toda su furia de Dios sobre mí, pero valdría la pena.

Inhalé todo el aire posible, tomé un poco de polvo, y lo tiré sobre la ventana. Los colores infinitos me recibieron, mordí mis labios, y crucé. Si mi pequeño entrenamiento por Jack seguía intacto en mi mente, sin equivocaciones, me llevaría directamente a la Casa principal de los Clütt.

Y así fue.

Me tomé mi tiempo, para armarme de valor y chocar mis nudillos contra la enorme puerta. Jamás me imaginé que ella fuera quien abriría la puerta, mi corazón no estaba listo aún.

Su piel de porcelana seguía intacta, agregando entonces un par de ojeras violáceas, usaba poco maquillaje. Su cabello platino estaba mucho más largo, casi más abajo de su cadera, y estaba más delgada. Sus enormes ojos cristales se aguaron.

Me tomó desprevenida.

Se abalanzó sobre mi repitiendo un Lo lamento constante, pero sabía que la que debía disculparse era yo. Se aferró mucho más a mi, y yo a ella, con miedo de que fuese otro sueño, y terminara despierta y con el alma destrozada.

No era capaz de emitir ni una palabra, solo permanecía pegada a ella, queriendo expresarme de esa forma, queriendo darle a entender todo mediante ese abrazo que quise que fuera interminable.

Cuando a penas pudo separarse, me hizo pasar y cerró la puerta luego de mirar a ambos lados, como cuestionando que no hubiese alguien más ahí afuera a parte de mi.

—Mália, lo lamento tanto, yo... —no era capaz de hablar, las lágrimas me atragantaban—. Perdóname por todo, por favor. Sé que fue cobarde de mi parte pero no tuve otra opción, yo...

SNOW  [S.S #05].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora