Capítulo 6

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Desde mi habitación podía escuchar a mi abuela y Conchi hablar. Había llegado del trabajo apenas un par de horas atrás, pero había sido completamente imposible dormir. Sentía la frustración y el cansancio danzar por mi cuerpo. Me levanté y cogí el ordenador que tenía encima del escritorio.

Encenderlo significaba volver a verla. Encenderlo significaba romperme un poco. Unos años atrás había encontrado una foto debajo de la almohada de mi abuela. Cuando ella se fue, mi abuela decidió borrar todo rastro suyo por la casa. Escondió las fotos, los álbumes, sus muebles y sus cuadros. Se implicó día y noche para hacerme creer que ella no existía para nosotras, porque se había ido de nuestras vidas. Siempre he pensado que todo eso lo hizo para que el dolor se fuera antes, para que, de verdad, en su mente se borrara. No voy a decir que no verla más no me dolió, porque sería mentirme. En el colegio, el día de la madre siempre escribían cartas a sus madres. Algunas de mis compañeras se reían de mi porque yo se lo hacía a mi abuela, pero para mí fue mi única madre. En las fiestas de final de curso, me sentía sola, aunque no lo estuviese. Fue una época muy dura para mí. Siempre sentí que todo era mi culpa, que yo era quien sobraba en la ecuación. Y a pesar de todo, esa imagen era la única que me recordaba como era ella. Mentiría si dijese que no nos parecíamos. Mentiría si no dijese que la echaba de menos, a pesar de todo, a pesar de tanto. Estaba segura de que mi abuela no sabía que poseía esa imagen, porque si fuera así, estaría en serios problemas.

Mi madre me sostenía entre sus brazos, sonriendo. Sus ojos brillaban como dos rubíes. Aunque recuerde muy poco de esa escena, me mantenía anclada a ella. La playa de Benicasim estaba más bonita que nunca o eso recordaba yo... La arena, el mar, un par de toallas y algunas palas. Mi abuela estaba feliz, muy feliz. Creo que no volví a ver esa sonrisa desde que ella se fue.

Mi mano se acercó temblorosa hasta la pantalla. Y como cada vez que veía esa imagen, acariciaba el rostro de mi madre.

Nunca supe lo que era tener una madre, a pesar de que mi abuela hizo lo posible porque no notara su ausencia. Me aferraba a que ella iba a volver, porque mamá siempre lo hacía. No fue hasta que tuve ocho años que me percaté de que esta vez, mamá, no iba a volver.

Mi corazón bombeaba con fuerza, gritando todo lo que sentía. Todo lo que yo callaba.

Dejé a un lado todo lo que pasaba por mi cabeza y me centré en una única persona, Diego Rodríguez. Investigué, indagué, pero no encontré absolutamente nada. Y ahí me di cuenta de que Martín tenía razón. Diego escondía algo. Era completamente imposible que un futbolista del nivel de Diego no tuviese ninguna noticia que no fuese exclusivamente de su carrera deportiva. No había fiestas, no había exnovias, no había NADA. Apenas encontré un par de fotos con sus padres y eran antiguas, doce años atrás. Abrí el informe que tenía en un pen drive y lo completé con lo poco que encontré.

Olivia me mandó un par de mensajes. Le conté lo poco que había encontrado. Y ella, como mente retorcida que tenía me dio una idea que, por alguna razón, mi cabeza no había valorado.

"¡¡Búscale en Insta tía!!

Instagram era la faceta perfecta de muchas personas. Vidas de lujo. Coches. Mansiones. Viajes. Pocas personas se mostraban reales en esa red social. Muchas veces terminaba siendo el pozo de los famosos. Desde mi perfil, completamente imperfecto, extraño y poco atractivo para la gente. Busqué al fanfarrón.

Su foto de perfil era de hacía poco. Del último photoshoot del equipo. Camiseta blanca, cuello naranja y el escudo de su equipo. Analicé la foto detalladamente. Él era enigmático. Silencioso y cauto. Analizaba siempre todas las frases que salían de su boca. Y así se mostraba en la foto indescifrable. Su mandíbula se marcaba tanto como sus brazos bajo la camisa que llevaba anoche. Sus ojos brillaban, no solo por la luz que debía haber en escena sino porque sus ojos lucían siempre con cierta chispa. Tenía el pelo bien peinado. Las pocas veces que lo había visto lo llevaba así, sin ninguna greña que se escapara. Y eso me hacía pensar que Diego Rodríguez era un perfeccionista de mierda.

A través de CarolinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora