Capítulo 12

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Después de la excursión por la montaña fuimos a su apartamento en Benicasim. A primera línea de playa. Desde allí el mar parecía mucho más grande, mucho más bonito. Pero, sobre todo, mucho más puro. No perdí detalle de su piso. La verdad que era muy amplio, no le faltaba detalle. Las paredes estaban pintadas de un tono beige. No eran las típicas blancas que se llevaban ahora. La cocina estaba abierta hacia el salón. No había paredes que los separaran. Había una especie de barra con tres sillones altos en medio, pero nada más. Era bastante moderna, me gustaba. La cocina que teníamos en nuestro modesto piso estaba algo vieja. Algunas veces el extractor dejaba de funcionar y la humareda inundaba la casa. Del techo colgaban tres lámparas negras preciosas. Todos los muebles eran blancos. Incluso la nevera, aunque esta tenía una franja negra en un lateral.

El salón era mi lugar favorito. Desde el chaise longue negro había unas vistas privilegiadas hacia el mar. Los ventanales daban paso a un precioso amanecer, de eso estaba segura. Algo que me llamó la atención es que no había apenas fotografías. Las pocas fotos que tenía eran paisajes, animales y alguna de cuando era más pequeño. Pero... Solo él. Nada de sus padres, ni amigos. Cuando entré en el baño para poder ducharme me quedé muy sorprendida. EL suelo estaba adornado con baldosas blancas. Las paredes cambiaban de color, no eran beige sino blancas. Había una ducha enorme. Era completamente de cristal transparente. Y mi mente, algo sucia, no pudo imaginarse nada bueno... Además de ser una persona muy transparente, tenía muy buen gusto con la decoración. De eso no tenía duda.

Salí del baño aún con el pelo mojado. Desde el salón observaba el mar. Hoy estaba especialmente tranquilo. Apenas había olas. Escuché la puerta del baño cerrarse. El no tardó en aparecer. Se colocó a mi lado y nos quedamos ahí, en silencio.

-¿Te gusta?

Escuché su voz más ronca que de normal. Se mezclaba con el romper de algunas olas. Sonrió sin mostrar sus dientes.

-Me encanta.

-Estás muy callada.

De nuevo, volví a perderme en el mar. Mi mente se dejaba llevar con el color tan fuerte y bonito que desprendía. Su inmensidad me maravillaba. Hacía muchos años que no tenía estas vistas. Y había olvidado cuanto me gustaba.

-¿Carol?

-Es el mar.

-En verano brilla mucho más que hoy. Tendrías que verlo.

-Me gustaría mucho. Hacía años que no estaba tan cerca del mar.

-¿Por qué? Estás muy cerca del mar.

-Mi trabajo no me lo permite.

Y cuando me di cuenta de que había dicho cerré los ojos arrepentida.

-¿Es duro trabajar en la noche verdad?

Pero entonces la realidad me golpeó. Diego me conoció como una camarera de discoteca, no como paparazi...

-Hay días, como en todos los trabajos supongo. Algunas veces nos divertimos mucho, pero hay momentos de tensión. La verdad es que precisamente ese no era mi sueño.

-¿Y por qué no lo dejas?

-No tengo otra opción. Mi sueldo es el que nos mantiene a mi abuela y a mí.

-¿Qué te gustaría hacer?

-¿Sobre qué?

-¿Qué estudiaste?

Mordí mi labio al escucharle. Ese aún era un tema que me tocaba la fibra sensible. No pude estudiar. Con el poco dinero que ganaba mi abuela apenas llegábamos a final de mes. Tampoco les pude exigir mucho. Sabía que no podrían pagarme una carrera universitaria, así que solo terminé los estudios obligatorios. Dejé el instituto. Empecé a trabajar a los dieciséis años en una cafetería cerca de mi casa. Trabajaba veinte horas semanales y aunque el suelo no fuera mucho. Ayudaba a mi abuela a ir más desahogada. Él pareció notarlo. Frunció el ceño y me escudriñó con los ojos.

A través de CarolinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora