El trabajo empezaba a ser mucho más sencillo. Había empezado a coger el ritmo que Mireya llevaba. Aunque la cafetera seguía siendo todo un reto para mí. No terminaba de entender su funcionamiento. Y mira que lo había intentado.
Me gustaba este trabajo. Era mucho más tranquilo. Sin tener que correr detrás de nadie. Sin tener que esconderme de seguratas, alias armarios del Ikea. Y sin jefes déspotas. Aún no se lo había dicho. Quedaba poco tiempo para que terminaran esas tres semanas. No negaba que estaba nerviosa y algo preocupada... Martín podía llegar a ser un gran problema si se lo proponía.
Recogía las mesas mientras Mireya preparaba los cafés. Las mesas estaban llenas. Normalmente la hora punta solía ser las diez y media. Aunque a las doce se volvía a llenar. Teníamos unas cuantas clientas fijas. Un grupo de ancianas que salían a tomar el café. Eran entrañables y estaban encantadas con mi compañía. Otro grupo de cuatro enfermeras que salían a tomarse un café y descansar de las duras jornadas laborales que llevaban en el hospital.
Olivia se había escapado de su despacho esta mañana para pasarse a tomar un café con una compañera. Podía jurar que estaba mucho más feliz ella de que estuviese aquí, que yo. Me gustaba. Mireya y yo nos compenetrábamos bien. Y aunque algunas funciones no eran lo mío. Ella me sonreía y me tranquilizaba. Quería hacerlo bien. Quería poder tener otro futuro que no fuera el que Martín me daba.
A las dos de la tarde recogíamos las mesas. Limpiábamos el local. Y echábamos el cierre. Mi jefa estaba encantada con ella. Antes tenía que hacerlo todo ella y ahora podía contar con ayuda. Terminaba antes y podía ir a casa de su hija a ver a su nieta de ocho meses. Me despedí de Mireya. Solo cruzar la calle lo vi apoyado en su coche. Estaba radiante, como siempre... Llevaba unos pantalones vaqueros que se ceñían a su cuerpo. Una camisa blanca junto a una cazadora marrón. Las gafas de sol le terminaban de dar ese estilo casual que solía llevar. Me sonrió. Le sonreí. No sabía que hacía aquí. Anoche no quedamos con nada de esto...
-¿Qué haces aquí?-Le pregunté.
-Vaya. Que poco te alegras de que haya venido...-Mordió pícaro su labio inferior.
-No, no es eso...
-Quiero llevarte a un lugar.
-¿Dónde?
Subimos al coche. Pero el no dijo nada. Encendió el motor y condujo en silencio. En un semáforo se giró a mirarme y me beso. Cuando se puso verde volvió a retomar la marcha. Me gustaba verle conducir. No se por qué, pero en él se veía atractivo. La radio sonaba de fondo. Porque no hablábamos. Me costaba concentrarme porque verle así me parecía tan sexy...
Pasamos varios barrios de Valencia hasta llegar a un lugar. Me sorprendí al ver que estábamos en el hospital. Diego aparcó y me miró. Ya no sonreía. Es más, se veía nervioso.
-¿Qué hacemos aquí?
-Tengo que llevarte a un sitio.-Volvió a decir.
No pregunté. Porque se notaba inquieto. Se puso las gafas de sol y cogió mi mano. Nunca había hecho esto en público. No me causaba rechazo, pero era extraño estar así con él. Entramos en el hospital y él no se quitó las gafas. Caminaba y tiraba de mi por los pasillos. Se me hacía extraño estar aquí. Casi nunca había enfermado, mucho más de llegar a estar en un hospital. Cuando mi abuelo enfermó, vinimos unas cuantas veces aquí. Aunque mi abuela era la que se quedaba con él. Prefería que no tuviese que ver ciertas cosas. Y cuando mi abuela estuvo ingresada entendí el por qué... Olivia estuvo ingresada cuando tenía quince años. Le gustaba ir en bicicleta. Era algo que se le daba bien, hasta que cayó... Se rompió la pierna y juró no volver a hacer deporte jamás.
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A través de Carolina
RomanceCarolina es una mujer con las ideas claras. Diego es la nueva estrella del Valencia. Carolina es el as bajo la manga de la revista Minutos. Diego está harto de los paparazzis. Carolina es el mayor miedo de los famosos. ¿Podrá conseguir la mayor exc...