Capítulo 26

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Llevaba todo el día intentando hablar con él. Pero nada parecía funcionar. No me cogía las llamadas. No leía los mensajes. Diego había desaparecido de la faz de la tierra. Muy dentro de mí, sentí que había descubierto algo. Me lo imaginaba.

Acompañaba la respiración silenciosa de mi abuela. Allí sentada en un rincón sentía como el mundo se me venía encima.

En primer lugar, sentía a mi abuela desvanecerse. Por otra parte, estaba Diego. Y por último Martín.

Anoche el Valencia jugó contra el Barcelona. Diego estaba fuera de lugar. Dos amarillas. En una ocasión tiró al suelo a un jugador del Barcelona. En otra le dio una patada a otro jugador. En las dos ocasiones de gol que tuvo, las falló. El entrenador le gritaba desde el banquillo. Nacho se acercó a él y le dijo que se calmara. Estaba en otro lugar. Lo sentía. En la segunda parte lo sentaron en el banquillo. El entrenador lo miraba de reojo enfadado. Perdieron el partido... Nunca lo había visto comportarse así. Y por más que lo llamaba, me mandaba al buzón de voz. De alguna manera él se había enterado. Sabía quien era y no quería ni verme.

Había leído muchos titulares que hablaban de Diego. Ninguno era bueno...

"¿Diego Rodríguez, ¿acabado?"

"Un 4-1 marcado por las malas jugadas de Diego Rodríguez"

"¿El equipo se planteará ceder al delantero?"

Y tenía que remediarlo de alguna manera. Me levanté del suelo y cogí la mano de mi abuela.

-Volveré pronto.-Besé su mano y salí.

Conchi estaba en el salón viendo la televisión. Nos turnábamos las dos. No queríamos dejarla sola en ningún momento.

-¿Dónde vas?-Preguntó.

-Tengo que hablar con Diego.

-No se si es el mejor momento para hacerlo Carolina. Es muy reciente, deja que pase un tiempo y búscalo.

-No puedo hacerle eso Conchi.

Salí del piso rápidamente. Le indiqué la dirección a un taxista. En la parte trasera del coche escuchaba la canción de Rozalén de Girasoles. Esa canción me traía siempre tan buenas vibras. Condujo en silencio y yo se lo agradecí. Al llegar a la entrada de la urbanización sentí mi corazón bombear con fuerza. Estaba nerviosa. Bajé del coche y allí delante vi su casa mucho más grande que nunca. Me sudaban las manos. No sabía que hacer.

Llamé al timbre. Pero nada funcionaba. No dejé de hacerlo. Lo llamé por teléfono. Incluso grité su nombre. Pero el parecía no querer cooperar. Sabía que estaba en casa. Podía ver el coche desde aquí fuera. Me senté en la acera. Lo estaba perdiendo y lo sabía. Las lágrimas picaban en mis ojos. Me encontraba mal. Me dolía el corazón como jamás había sentido. Allí sentada vi el sol caer. Empezó a hacerse de noche y allí estaba yo. Como una niña pequeña. Llorando. Temblando. Rompiéndose.

Me rendí y me levanté del suelo. Lo había perdido. Y yo me estaba perdiendo también. Apenas caminé unos minutos cuando un coche que pasaba por mi lado frenó en seco. Bajaron la ventanilla y me llamaron. Era Nacho.

-¿Qué haces aquí Carolina?

-Intentar hablar con él, pero...

-Ven. Voy a su casa.

Subí al coche. Tardó muy poco en llegar. No había ninguna luz encendida. Nacho al bajar chasqueó su lengua.

-Maldito idiota.-Dijo.

Sacó unas llaves del bolsillo y abrió la puerta del jardín. Entré detrás de él. Nerviosa. No sabía como lo iba a encontrar. No sabía como actuaría. Me daba miedo su rechazo. Mucho miedo. Nacho entró en su casa, se hizo a un lado y yo también entré.

A través de CarolinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora