Capítulo 15

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Todo mi cuerpo temblaba. Mi corazón latía tan rápido que no sé si sería capaz de ralentizarlo antes de que explotara. Sentí mi estómago como si de una bomba se tratase. Mis niveles de ansiedad alcanzaron un punto algo abrumador y un leve mareo me invadió. Cerré los ojos con fuerza durante unos segundos. Rogué que esto no estuviese pasando. Sus ojos habían perdido ese brillo que tanto le caracterizaba. Me observó dolido y esperó una respuesta. Pero por mi mente, solo surcaron mentiras y más mentiras. El problema era que no sé si sería capaz de volver a mentirle. No sé si sería capaz de volver a hablar con él sabiendo toda la sarta de mentiras que invadían esta extraña relación de amistad.

Un espasmo de valor invadió mi cuerpo a pesar de que mis pies se sintieran pesados. Como si estuviese caminando con bloques de hormigón atados a ellos.

-¿Vas a contestarme?-Preguntó. Su pierna golpeó con fuerza el suelo y su respiración se volvió más pesada.

-Diego, yo...-Busqué una manera de justificarme, pero ninguna era lo suficientemente válida como para que saliera de mi boca.

Su mirada se intensificó. Intentaba descifrarme y eso me horrorizaba. Buqué consuelo con mis pies, pero no era suficiente. Su voz volvió a reclamare una explicación.

-¿Qué está pasando Carolina? Llevas semanas con un comportamiento impropio de ti.

Pero de nuevo el silencio volvió a ganar la batalla. Me sentí completamente atrapada. Era como si las mentiras empezaran a hundirme en el fondo del océano.

-¿No confías en mi verdad?-Una extraña punzada atravesó mi pecho.-No confías en mí.-Afirmó. Quería gritarle que no es así. Que confiaba plenamente en él.

Asintió con la cabeza decepcionado. Se levantó del sofá y pasó por mi lado rozándome con el hombro. Quería fingir que sus palabras no habían calado dentro de mí. Quería de verdad creerlo, pero no era así. ¿Cómo había podido ser tan egoísta? Me quedé unos segundos ahí. En mi lugar, sin poder reaccionar. El puño invisible que pinzó mi estómago se retorció. Apreté los dientes intentando controlarme. Pero no lo conseguí. En silencio seguí el camino que Diego acababa de recorrer. La puerta estaba entreabierta. Aunque dudé unos segundos entre, entrar o dejar que pensara. Desde mi lugar pude ver su espalda. Fuerte y tensa.

Abrí la puerta y él ni siquiera se movió de su lugar. Caminé insegura. Sentía como mis piernas temblaban a cada paso que daba. El nudo de mi garganta se apretaba cuando estaba a tan solo un metro de él. Cerré mis ojos con fuerza. Y justo en ese momento, tomé una inspiración profunda antes de armarme de valor.

-Si confío en ti.

Pero él no se movió, ni siquiera me miró.

-Confíe en ti desde el primer momento Diego.-Tenía que tranquilizarme o no podría continuar.-Pero esto es más difícil de lo que pensaba.

Sentí como las lágrimas se apoderaban de mis ojos. Sabía que no era tan sencillo como esto. No iba a ser suficiente y me daba miedo su reacción. La opresión en mi pecho aumentaba un poco más. Pero él se mantenía en silencio. Me senté a su lado. Con un poco de distancia. Sus manos sujetaban un marco de fotos y sus ojos se mantenían clavados en él.

-Diego...-Intenté llamar su atención.

-Se llamaba Carla.-Susurró. Seguí la dirección de sus ojos y me enfoqué en la fotografía. Diego, Joel y una chica rubia entre ellos.-Cuando empecé a jugar en el Villareal la fama me cegó de alguna manera. Intentaba siempre tener los pies en el suelo, pero eso pocas veces ocurre. Rápidamente empezó a cambiar todo. Sientes que tienes el mundo bajo tus pies, pero en realidad no hay nada.-Su voz sonaba inestable y ronca. Suspiró y pasó sus dedos por encima del cristal.-Joel fue mi mejor amigo desde primaria y Carla, era mi hermana. Empezaron a salir en el instituto y aunque al principio me negué, termine aceptándolo. Fueron mi mayor apoyo en cada partido, en cada momento. Solamente ellos conseguían devolverme al mundo real.-Su voz se quebró y sentí como si el mundo se me viniese abajo. Acaricié su mano intentando reconfortarle y una lágrima solitaria cayó por su mejilla.-Cuando eres famoso piensas que eres inmortal, pero no es así. La prensa me seguía día sí día también, hasta aquel día. La presión pudo conmigo y tras un ataque de ira subí al coche enfurecido, mi hermana me siguió. Estaba tan cegado con lo que había ocurrido que no escuchaba nada, todo era rojo. Solo supe acelerar y acelerar, hasta que todo se convirtió en negro. –Y ahí se rompió. Las lágrimas recorrían sus mejillas y descendieron por su cara. Sus ojos buscaron los míos en busca de consuelo.

A través de CarolinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora