Capítulo 1

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-Sarah-

Habían pasado ocho semanas desde mi operación de corazón, cuatro desde que había llegado a mi casa y, aunque debería estar disfrutando de mi nueva vida, de lo único de lo que estaba segura es de que me estaba volviendo loca.

Fruncí el ceño. Una de las cortinas se movió y el sol me cegó durante unos segundos. Le di la espalda a la ventana, ya que no estaba dispuesta a levantarme todavía. Desde el trasplante, no había dormido bien ningún día. La imagen de esa mujer me perseguía ordenándome ayudarlo, pero ayudar, ¿a quién?

Por si no fuera suficiente no poder dormir más de dos horas seguidas, tenía alucinaciones. Veía gente que nadie más veía, ellos me perseguían pidiéndome ayuda y por mucho que corriese o me escondiese, ellos siempre lograban encontrarme. ¿Estaba perdiendo la cabeza? ¿Después de años esperando el corazón adecuado ahora iba a volverme loca de remate? ¿Iban a tener mis padres que ingresarme en un psiquiátrico?

Todas esas preguntas me trastornaban cada día desde que había salido del hospital.

El silencio solo roto por el sonido de mi respiración fue relegado por una discusión de mis padres que se colaba en mi habitación a través de la puerta abierta.

― Estuvo muerta durante dos minutos, eso tuvo que tener consecuencias. Se comporta como una desquiciada, se levanta a las dos de la mañana gritando que la dejen en paz... ¡Está perdiendo la cabeza!

― Helen, ¡nuestra hija no está loca! —«Gracias, papá»—. ¡No digas tonterías! Solo necesita hablar con un psicólogo, hasta la misma noche de la operación pensábamos que el corazón nunca llegaría. La niña ya se había hecho a la idea de que iba a morir y ahora se encuentra con años de vida por delante. Eso es lo que la tendrá intranquila.

― ¡Eso está muy bien! Pues avísame cuando consigas sacarla de su habitación—Mamá fue alzando la voz—, porque yo ya no puedo más con ella.

No quería seguir escuchando, así que me levanté y cerré la puerta.

― ¡Lo ves! La niña ya te ha oído. —La discusión continuó—. ¿¡Cómo puedes hablar de tu hija así!?

― ¿Quién te crees tú para reprocharme algo?

A pesar de cerrar la puerta, todavía los seguía oyendo, por lo que rompí el silencio que había caracterizado mi habitación durante estas últimas semanas y encendí el reproductor de música. Subí el volumen hasta que sus voces se perdieron entre los primeros acordes de mi grupo favorito. Me senté en mi cama, flexioné mis arrodillas y las abracé.

Solo quería dormir, olvidar. Cualquier cosa que me diera unos segundos de paz.

Cerré los ojos y tararee el ritmo de mi canción favorita intentando dejar de pensar por unos minutos.

― Tienes que ayudarme... —Otra vez no, por favor—. Te lo suplico, eres la única que puede hacerlo.

«No es real», repetí en voz alta como un mantra. No podía ser real. Intenté convencerme que todo era producto de mi imaginación, pero esa cosa seguía insistiendo. Mis manos empezaron a temblar mientras un frío helado recorría mi cuerpo. Mi corazón latía desbocado, solo quería que todo acabara y poder levantarme de esta pesadilla. Ahí estaba de nuevo la voz pidiéndome ayuda, reclamando que le hiciera caso. Me tapé las orejas pero de nada sirvió, podía oír la voz de esa cosa cada vez más cerca y ese hecho hizo que empezara a negar con la cabeza a un ritmo vertiginoso. No. Basta, por favor. Solo quería que se callara, no podía más. Sentí las lágrimas deslizarse por mis mejillas. Esto no podía estar sucediendo y, de repente, se hizo el silencio. Abrí los ojos para comprobar y, efectivamente, ya no había nadie allí.

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora