Capítulo 38

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-Nate-

Se hacía de noche cuando me animé a visitar a Sarah. Se me caía la cara de vergüenza por lo que había hecho. ¿En qué estaba pensando cuando decidí que hacer eso era buena idea? La pelirroja no iba a perdonarme nunca y con razón.

Sabía que me había equivocado y, aunque no era tan hipócrita como para afirmar que mi cambio era total, una parte de mí se sentía orgulloso por poder decir que ya no veía las cosas tan oscuras. Y eso se lo debía a esa chica que debía estar odiándome con todo su corazón. Es verdad que con la mención de Dalia, había perdido la cabeza tal como haría el Nate de antes. Pero no quería caer de nuevo en esos errores del pasado, se lo debía a mis amigos. Era hora de avanzar, incluso si tenía que reconocer que me costaba deshacerme de las viejas costumbres.

La pelirroja se encontraba sentada al borde de la cama con el móvil entre sus manos. No despegaba la mirada de él desde hacia varios minutos, bloqueándolo y desbloqueándolo como si tuviera algo que hacer y tuviera dudas sobre ello. Lanzó un largo suspiro y se metió un dedo en la boca como si fuera a morderse las uñas. Nunca le había visto hacer eso. «¿Acaso te has permitido conocerla?». «No, la verdad es que no».

— Lo siento, Aiden. Tengo que hacer esto.

¡Espera! ¿Desde cuándo conocía al pelirrojo? ¿Y qué iba a hacer?

Desbloqueó el móvil, se metió en contactos y, en apenas dos segundos, clicó un número. Se levantó y comenzó a dar vueltas por su habitación (signo de nerviosismo, por cierto), ¿iba a cumplir su amenaza?

— Hola, Paul. —Pues claro que sí, era Sarah y ella siempre cumplía su palabra—. ¿Qué te parece quedar en mi casa y nos ponemos al día? — ¿Ponerse al día? ¿Es que todo el mundo se conocía en este pueblo o qué? —. Ha pasado mucho tiempo desde que coincidimos en el hospital.

El chico debió decirle algo gracioso porque ella se echó a reír. La suave risa se oponía a la tristeza que reflejaban sus ojos, era una magnifica actriz. Bueno, eso era algo bueno en cualquier ámbito de la vida excepto la amistad. Así que le iba a venir bien. «Chico, tienes que ser buen actor para no mostrar lo mal que te cae el hijo de puta de tu jefe», la ronca voz de mi padrastro se coló en mi memoria, era el único buen consejo que me había dado.

Cuando Sarah colgó lanzó otro suspiro y se llevó las manos a la cara, después de tirar el móvil en la cama. Se dio ánimos y se juró que no pasaba nada. Se dejó caer en la cama y maldijo cuando se clavó el aparto recién lanzado. «Torpe», pensé sonriendo. Se puso boca abajo y la vi toquetear el teléfono, ahora era el turno de Dalia.

En otro momento, habría estallado de rabia, pero tenía que aprender a avanzar. Y no podía ponerme como una fiera porque Dalia y Paul, o cualquier otro, estuvieran juntos. Yo no estaba allí y, aunque formaría siempre parte de su vida, no podía entrometerme ni opinar. Mi tiempo había pasado, era difícil, pero tenía que aprender a vivir con eso.

— Hola, Dalia. ¿Por qué no te pasas por mi casa? —Escuché un murmullo indeciso—. Tranquila, he pensado que nos vendría bien conocernos un poco más. Además, necesitas despejarte y yo puedo ofrecerte el relato fascinante de una pelirroja con problemas de corazón que se pasaba los días en el hospital. —«No parece muy emocionante», la oí decir—. Creo que te voy a sorprender. Perfecto, te paso la dirección y nos vemos a las... ¿seis? Perfecto.

Colgó con una sonrisa en los labios. Me repetí que era lo correcto, pero seguía siendo difícil, maldita sea. Todavía pensaba en Dalia como mi novia, mi chica, y no era tan fácil aceptar que eso se acabó en el momento que mi corazón dejó de latir.

**********

El reloj marcaba las 17:49.

Sarah se encontraba en el salón sentada en el sofá mientras su mirada se dirigía de la puerta al móvil, así sin parar. Me estaba poniendo de los nervios. ¿No podía estarse quieta? ¿Viendo la televisión o algo así?

El sonido del timbre fue mi salvación. Al menos, ahora le tocaba aparentar y tendría que quitar la cara de pena que parecía haberse convertido en su favorita. De un salto, se puso de pie y fue a abrir la puerta. Era Dalia, impuntual como siempre. Mi chica era incapaz de llegar a la hora, llegaba antes o llegaba después, pero nunca a la hora.

— Hola, ¿dónde puedo dejar el paraguas? —Sarah le indicó un cubo y le pidió el abrigo. Había estado tan concentrado observando a la pelirroja que no me había dado cuenta de que estaba diluviando—. Bueno, ¿y qué planes tenemos?

— Primero dime cómo te encuentras y luego ya pensamos en algo, ¿vale? —propuso Sarah y Dalia afirmó con una sonrisa—. Oye, ¿quieres algo?

La morena pidió un vaso de agua y la chica fue a buscarlo mientras la otra preguntaba por su familia, la pelirroja contestó que se habían ido al cine y que tardarían en volver. Volvió de la cocina con dos vasos y los dejó en la mesa.

— ¿Todo bien, entonces?

— Sí, necesitaba hablar con alguien que no se compadeciera de mí, y mis seres queridos suelen pensar que soy de cristal. Es más, hablar de Nate parece haberse vuelto un tabú en mi familia, es dulce, pero difícil a la vez. Él existió. ¿Entiendes? —Sarah asintió.

— Bueno, pues siempre que quieras hablar de Nathan, ya sea para bien o para mal, aquí me tienes. —La pelirroja suspiró y pareció pensárselo antes de seguir hablando—. Igual que Nathan estuvo para mí, no necesitó conocerme para estar ahí. Yo aspiro a lo mismo.

Los nombres de esa imagen que proyectaban las palabras de Sarah estaban equivocados, era ella quien había estado para mí sin que me conociese y yo el que no había sido capaz de darle una oportunidad. Dalia esbozó una pequeña sonrisa y cogiéndole una mano se lo agradeció profundamente.

— Bueno, dejemos de hablar de cosas... —El timbre interrumpió a Sarah—. Voy a ver quién es... —Abrió la puerta y Paul estaba allí con un rostro marcado por la duda—. ¡Paul! ¿Qué haces aquí? Habíamos quedado mañana. —El chico la miró contrariado, la pelirroja se acercó a él y susurró—. Dalia está aquí, sígueme el juego.

Paul se sonrojó y miró al interior donde una Dalia sentada le saludaba tímidamente con la mano, él dio un paso hacia atrás, pero la pelirroja se lo impidió.

— No, Paul, tranquilo, no molestas. Entra, anda. Está lloviendo a cántaros y nadie debe salir a la calle así.

— ¿Pasa algo? —preguntó la morena levantándose.

— No —le aseguró Sarah mientras empujaba al chico haciéndolo entrar en la casa—. Dice que no quiere molestar y yo le he dicho que no sea tonto.

Dalia se acercó a los otros dos.

— A mí no me importa, puedes quedarte.

El chico finalmente accedió ruborizándose aún más. En el pasado, habría pensado que era patético, pero debía mejorar, en todos los aspectos. Incluido este. «Paso a paso, supongo». La pelirroja les indicó el sofá y ambos se sentaron en absoluto silencio, Sarah dijo que ahora volvía con otro vaso de agua. Ni siquiera le preguntó al chico, se marchó hacia la cocina dejando solos a la «parejita». Me acerqué hacia ellos.

— A ti también te ha llamado hoy, ¿no? —afirmó más que preguntar Dalia. El chico asintió—. Me parece que hemos caído en una trampa.

— ¿Esto es una cita a ciegas?

— No tengo ninguna duda.

Ambos soltaron una risita tonta.

Estupendo. Me había convertido en el sujetavelas voyeur siendo un maldito fantasma. ¿Podría la vida post mortem ser más rocambolesca?

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora