Capítulo 37

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-Sarah-

Todavía no podía creer lo que había hecho el estúpido de Nathan, me había pasado gran parte de la noche rezando para que todo fuera una maldita pesadilla, pero no era así.

Había perdido la cuenta de cuantas veces llamé a Kay ni cuantos mensajes le escribí, en los dos casos recibí la misma respuesta. Es decir, ninguna. Siempre me saltaba el contestador y, aunque estaba en línea, no abría mis mensajes. Si tenía alguna duda sobre si había visto la libreta, ahora no me quedaba ninguna. No creía poder odiar tanto en este momento a alguien como a Nathan, no recordaba odiar con tanta intensidad. Pero el odio se entremezclaba con la ansiedad y temor de la reacción de Kay, quien parecía querer postergar la confrontación lo máximo posible.

Este mejunje de malos sentimientos no me permitió un agradable sueño. En palabras menos floridas, no había tenido una buena noche. Habría dormido un par de horas y, aunque era finde, mi despertador interno decidió seguir la vieja costumbre de levantarme a las siete y media de la mañana. «Mi cuerpo me odia, mi vida me odia. ¿Algo más, universo?»

Miré por la ventaba, aún era temprano para desayunar y de todas maneras, entre Karla y, bueno, lo otro se me había quitado cualquier hambre que pudiera tener. Mi vida como enferma era muchísimo más sencilla que como persona sana, nunca pude imaginar algo así cuando mi residencia habitual era el hospital.

— Hola, mala durmiente. —Un fantasma pelirrojo apareció delante de mi ventana—. Has fastidiado, pero bien, a Campanillo. Aunque, entre nosotros, se lo merecía.

— ¿Quién eres? —Ya ni me sorprendía que un fantasma se apareciera en mi cuarto antes de las ocho de la mañana, ¿en qué mala comedia se había convertido mi vida? El chico esbozó una gran sonrisa que se dividía entre agradable y creepy.

— Soy el secretario que no sabías que tenías. Llevo siguiendo a Campanillo desde casi el mismo tiempo que tú. Aunque odio reconocer que tú has sido más tenido mejores resultados que yo, ¿estaré perdiendo mi toque?

El pelirrojo lanzó la pregunta de forma retórica y bastante dramatizada a mi parecer. ¿Acaso estaba hablando de Nathan? ¿Y lo llamaba Campanillo? Normal que su «trabajo» no hubiera funcionado. Pff. ¿Por qué no me parecía raro que hubieran mandado a otro también el trabajo? Estaba acostumbrada a jugar a oscuras con los fantasmas... y la diosa, claro. Estaba cansada ya de tantos secretos y mentiras, solo quería que todo acabara ya. Pero esta iba a ser mi vida gracias a Nathan.

— No pongas esa cara, no soy para nada rencoroso. Algo que no podemos obviar de nuestro amigo en común, pero, tranquila, ahora ya me encargo yo.

— ¿Perdona? —De eso nada, llevaba semanas intentando que empezara a razonar e iba cumplir mi promesa le gustase o no a ese fantasma.

— De pelirrojo a pelirroja, no puedes jugar con el destino. No puedes forzar las cosas por muy enfadada que estés con él, solo Nathan puede unir los hilos y nadie puede forzarlo a hacerlo. Tú eres demasiado imparcial en este momento, así que ha llegado mi momento.

El fantasma se equivocaba. Cuando quedaban los últimos minutos, no podían hacerme fuera del partido a su conveniencia. Me negaba.

— Ya veo que no puedo convencerte, pues te voy a contar una historia.

— No quiero que me cuentes nada, quiero que me dejes hacer lo que es mi trabajo. —Hice el gesto de las comillas mientras decía la última palabra. El fantasma chasqueó negando con el dedo.

— Necesitas escuchar esta historia, así que ponte cómoda y deja que mi fascinante voz te envuelva. —Hizo una breve pausa que solo me puso más nerviosa—. Por cierto, mi nombre es Aiden.

No se iba a ir, ¿verdad? De todos los fantasmas que había conocido solo Amaya era aceptable, mi vida iba a ser un infierno. Hice un gesto de desesperación, pero me senté al estilo mariposa y, con un movimiento de cejas, lo incité a que comenzara. Cuanto antes empezara, antes acabaría.

— Campanillo perdió a su madre cuando era muuuy pequeño y quedó al cuidado de un padrastro que no lo tenía en alta estima y que nunca le mostró ni una pizca de amor. —El pelirrojo contaba las cosas como si fuera un cuento y yo una niña pequeña—. Creció rodeado de latas de cervezas vacías, latas de conserva, escasez, desprecios y discusiones. Hizo amigos, pero a ninguno de ellos le contó la pésima vida que le había tocado. Así pasaron laaargos años en los cuales el ya no tan pequeño Campanillo conoció el valor de la amistad, pero nunca el amor.

Todo eso estaba muy bien, pero no exculpaba su comportamiento. «Pero lo explica, ¿no?», maldita conciencia comprensiva.

— Cuando tuvo edad para ponerse a trabajar y poder reunir el dinero suficiente para largarse de esa mazmorra que no podía llamar hogar, conoció a alguien. Una princesa tan bondadosa y ciega a los defectos que él veía en el espejo... Esto le cautivó profundamente, empezó a sentir cosas que no solo no esperaba sentir, sino que desconocía que podía. Después de años de soledad, incomprensión, rabia y lamento, se enamoró. —Aiden suspiró—. Aish, el primer amor. Hace hacer locuras hasta el hombre más sabio. Imagínate cómo debió ser para alguien que el único amor que recibió fue el de sus amigos.

— Lo forzaron a sentir eso —lo contradije—. No se enamoró a primera vista.

— Eso no significa que los sentimientos no fueran reales. Puede que alguien forzará su encuentro, pero nadie les obligó a gustarse o enamorarse, en el caso de Campanillo. En el de Dalia no lo tengo tan claro, pero, bueno, debes entender que fue sobrepasado por sus sentimientos.

— ¿Qué me quieres decir con esto? —No entendía nada. No me contaba nada que yo ya no supiera.

— Que no hablas con un ser racional, estás hablando con un chico enamorado que tiene rabietas de niño de cinco años. Campanillo puede medir metro ochenta, pero nunca creció. No, al menos, como tú o los otros han hecho. Si no eres capaz de comprender eso, no puedes ayudarle.

Aiden desapareció sin avisar, costumbre fantasmal. ¿Quién sería realmente ese chico? No sería un fantasma común como Nathan si le habían mandado encargarse de él. Pero, según mis pocos conocimientos, no tenía pinta de llevar mucho tiempo ahí. No tenía sentido, pero eso no era importante.

Iba a levantarme de la cama cuando escuché a alguien llamándome, era de nuevo el pelirrojo.

— Por cierto, no hay avances sobre el culpable de la manipulación.

— ¿Por qué me cuentas esto?

— Porque aún guardo la esperanza de que recobres el sentido común y te vuelvas a congraciar con Nathan. Después de todo, tu trato con la diosa sigue vigente, pero tiene fecha de caducidad. Y, ahora sí, adiós.

Volvió a desaparecer.

Suspirando, cogí mi móvil y vi varios mensajes, los abrí con el corazón en un puño.

Solté un extraño ruidito, eran de Dalia agradeciéndome lo del otro día.

El silencio por parte de Kay parecía ir para largo. Y me temía que esto fuera la gran calma que precede a la tormenta, no creía que fuera a sobrevivir a otro naufragio. No habíamos superado un primer bache para meternos en un foso.

«Felicidades, Sarah. Eres incapaz de convencer a un fantasma que siga adelante, eres incapaz de tener una relación», me reprochó la voz en mi cabeza. «Yo también te quiero, conciencia».

Genial, ahora discutía conmigo misma. 

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora