Capítulo 10

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-Nate-

Me senté en el mismo sofá donde meses atrás había consolado a Julie cuando su ex la dejó hecha polvo, donde años antes (cuando todavía éramos unos niños) nos dimos nuestro primer beso. Pero, sobre todo, en el mismo sofá donde me había quedado incontables noches cuando salía de casa o mataba a mi padrastro.

Su casa se había convertido en mi refugio.

Julie siempre había sido una gran amiga. Sabía cuando necesitaba silencio y cuando necesitaba «barullo», como ella lo llamaba, y que significa que las preguntas debían esperar. Lamentaba no poder agradecerle eso ahora que había muerto.

No haberle dado las gracias por estar ahí. Ni a Kay, ni a Karla.

Era una mierda de amigo. Tenía gracia que tuviera que haber muerto para verlo. Estando vivo nunca me paré a pensar que tan necesarios eran para mí.

Negué con la cabeza intentando deshacerme de esos pensamientos y enfocarme en la conversación que se daba delante de mí. Estaban todos, incluida Dalia.

— La señora Thorne cierra la cafetería para nosotros —dijo Karla tachando alguna cosa en un papel—, así que el lugar ya lo tenemos. Ahora solo queda...

— La música y las invitaciones —acabó Julie—. Bueno, ya sabéis. Avisar a la gente.

Los demás asintieron sin darle la mayor importancia al desliz de mi amiga. Total, planificar una cosa así sería del agrado de muy pocos. Kay le puso la mano en el hombro y le susurró que no pasaba nada.

— Dios, soy un total desastre. Quería que esto fuera lo más ameno posible y voy yo y la cago. Lo siento, Dalia. Soy una idiota.

— Tranquila... —Dalia fue incapaz de encontrar las palabras hasta varios segundos después—, t-todo está... bien. Sí.

— Todavía no me puedo creer que estemos haciendo esto —se sinceró Kay—. A ver, sé que es lo que quería Nate. Nada de caras tristes y música melancólica, pero nadie, ni siquiera nosotros, podemos esperar estar la mar de felices organizando este... ¡Cómo queráis llamarlo!

Mi amigo tenía razón. Por mucho que yo quisiera que no fuera un acontecimiento deprimente como a los que había ido, debían pasar su correspondiente duelo y tardarían mucho tiempo en olvidar el vacío que les había provocado debido a mi temeridad. Lo había fastidiado todo. Puede que mi corazón ya no funcionase, pero el nudo que sentí en mi pecho fue muy real.

La tensión era palpable.

— Mirad, organicemos esto y luego que cada uno se largue a su casa a llorar. —Karla se puso de píe—. ¿La música? Pongamos el pendrive de Nate. ¿Cómo avisamos al resto? ¿Para qué existen las redes sociales? Se crea un comunicado y se cuelga. Y punto.

— ¡Karla! —exclamaron todos por la crudeza de sus palabras.

— Ni Karla, ni leches. Este asunto es ya demasiado jodido para que lo jodamos más. Coger cada uno vuestras cosas y para su casa, allí nos lameremos las heridas porque lo vamos a necesitar. No debe haber ni una lágrima ese día, ¿de acuerdo? Así que hartaros de llorar porque no podemos seguir así. Ni un día más.

Esa era la Karla que conocía: sin filtro, decidida y cabezota como ella sola. Sus palabras podían ser duras pero certeras y, para su propio bien, repletas de verdad. No debían organizar ningún gran acontecimiento, era una despedida. Un modo de recordar mi vida sin vestidos negros ni música de órgano. Rock and Roll y comida basura, ese era el mejor plan para darme mi último adiós.

Podía ver desde el sofá como los ojos de todos estaban rojos intentando con todas sus fuerzas no llorar, y saber que todo esto era culpa mía lo hacía todavía más difícil.

— Bueno... Alguien tendrá que invitar a... ¿Sam?

— Sarah —corrigió Kay pasándose una mano por el pelo—. Ya me encargo yo de avisarle.

— ¿Sarah? —repitió Dalia levantando la cabeza esperando una explicación.

— Sí. Kay y yo nos la hemos encontrado hace un par de días.

— Te olvidas de decir que casi te la comes.

Julie levantó una ceja y empezó a reírse a carcajadas. El resto le miraron como si estuviera loca, pero eso no le hizo parar, sino que volvió a reír solo que con más fuerza.

— Lo siento —dijo enjugándose las lágrimas—, es que me imagino a la pobre chica retrocediendo mientras Karla escupía fuego por la boca.

— Ojalá, —Karla rodó los ojos—, pero la chica tiene unos buenos ovarios.

Kay y Karla se miraron y ellos también se echaron a reír. ¿Qué les pasaba a esos dos? Pero lo más importante: ¿quién narices era esa tal Sarah? No recordaba a nadie que se llamara así.

— ¿Sarah? —volvió a insistir Dalia—. ¿Esa no es la chica que dijisteis que conocía a Nate aunque él nunca habló sobre ella?

— Sí, esa.

¿Perdona? Yo no conocía a ninguna Sarah. No sabía de quién hablaban, pero estaba seguro que esa chica no me conocía ni yo a ella. ¿Quién narices era Sarah y por qué decía que la conocía? ¿Por qué mentiría alguien en algo así? Esto no me gustaba nada de nada.

Las facciones de Dalia reflejaron su dolor.

— ¿P-por qué Nate no me hablaría sobre ella? —Mi chica movía las manos nerviosa—. ¡Es que no lo entiendo! Te lo juro, ¿qué ganaba guardándose eso? —Su voz sonaba desesperada—. Nate era de guardarse cosas, pero ¿una persona? Me parece demasiado, Kay, ¿estás seguro de que esa chica dice la verdad?

— Me describió a Nate en su totalidad y comprobé que los detalles coincidían. El padre de ella trabaja al lado del mecánico. Fui a dar una vuelta y lo comprobé, es el mismo hombre que hemos visto con ella esta mañana. Y le pregunté al mecánico si le sonaba una chica pelirroja y dijo que sí. ¿Lo veis? Además de guapo, puedo ser un gran detective.

Mi amigo se cruzó de brazos con una sonrisa socarrona. Al ver que eso no surtía efecto, se acercó a Dalia y la abrazó. El cuerpo de mi chica se empezó a sacudir.

— Shh. Tranquila, no dejaría que nadie te hiciera daño, a ninguno de nosotros. Os lo prometo—. Se separó de Dalia y le cogió las manos—. Si Nate no te contó nada es porque él no le daría mayor importancia, para él, sería como ese extraño que siempre te encuentras en el autobús y con el que entablas una conversación. Realmente ninguno de nosotros es capaz de prever cuanto impactamos en la vida de las personas de nuestro alrededor. Un mísero encuentro puede ser el momento del día para otro. Quizá para Sarah sus encuentros eran una vía de escape y para Nate, rutina. Yo que sé. Todos sabemos cómo era Nate, sus acciones no siempre eran lógicas.

— Amigo, por un momento, te había salido la vena filantrópica, pero la destrozaste en dos segundos. Debe ser un tiempo récord —soltó Karla y todos se echaron a reír.

Una pequeña ola de felicidad me invadió. Desde mi muerte, no recordaba haberlos visto así de relajados. Era un progreso.

— Bueno, supongo que Julie y yo conoceremos a esa chica en la fiesta, ¿no?

Sí, aunque no serían las únicas. Yo también tenía ganas de conocer a esa tal Sarah y no creo que fuera a gustarme lo que iba a ver.

Nada de nada. 

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora