-Nate-
Me aparecí directamente en la habitación y me sorprendió encontrarme solo a Julie y al padre de Karla, ¿dónde estaban los demás? Cuando había visto entrar a Julie y a Kay, las imágenes de mi amiga rodeada de botellas bombardearon mi mente y sentí la necesidad de escapar, de huir. Y ser fantasma te ponía realmente eso al alcance de la mano. Pero una vez fuera entendí que en esta habitación de hospital era donde debía estar, así que volví y me encontraba con este panorama.
Justo cuando iba a buscar a mi amigo al pasillo, la puerta se abrió dejándolo entrar. ¿Dónde estaba la pelirroja? ¿Se había ido? La cara de Kay era de funeral, pero no sabría decir si se debía a Karla o a Sarah, a saber lo que había pasado entre ellos.
Por cierto, ¿y Dalia?
¿No había venido con los demás?
— ¿Y Sarah? —preguntó Julie con la voz entrecortada.
— Se ha ido. —Esa fue la única explicación que salió de la boca de mi amigo. El tono de su voz indicaba que no estaba nada contento.
Julie debió notar el humor de nuestro amigo porque asintió y volvió a dirigir su mirada a Karla. Colocó uno de sus mechones detrás de la oreja y agarró una de sus manos, susurraba algo, pero no lograba escucharla. El señor Roberts, quien hasta entonces se había dedicado a mirar por la ventana y mandar mensajes por el móvil, pareció recordar que no estaba solo.
— ¿A-alguno s-sabía de s-su... —cogió aire— su problema?
En cada sílaba se podía palpar el sufrimiento, el dolor de un padre. Todos negaron mirando el suelo, seguramente incapaces de enfrentarse a la mirada torturada del adulto, ¿qué sentimiento era el dominaba sus acciones, vergüenza o culpa? Temía que fuera una mezcla de ambas, combinación explosiva que yo ya sentía. Por un lado, vergüenza por no haber reconocido que Karla no estaba bien y, por otro, culpa por no haberlo visto venir. Me hubiera gustado estar ahí para ella, decirle que todo iba a estar bien, pero eso ya no era posible.
— En serio, me vais a decir... —El señor Roberts volvió a coger aire—... que ninguno de vosotros sabía nada. ¡¿Creéis que soy tonto?!
Ambos se estremecieron, pero ninguno fue capaz de levantar la cabeza y enfrentarse al padre de Karla que ahora suspiraba y refunfuñaba. En medio de esta tensión, apareció Dalia.
— Siento llegar tarde, ¿cómo está?
Como siempre, la presencia de la chica ayudó a calmar el ambiente. Era un efecto que me había ayudado multitud de veces y que en este momento venía de perlas. Lo que menos necesitaba Karla ahora es que su padre y sus amigos tuvieran una discusión. Dalia barrió con una mirada la habitación y adivinó que se encontraba en una situación volátil. Se acercó al señor Roberts y le cogió la mano, dibujó una pequeña sonrisa y todo rastro de enfado desapareció de su rostro.
— Señor Owen, ¿por qué no va fuera a tomar aire? Está muy tenso y no creo que usted quiera recibir así a Karla cuando despierte, ¿verdad?
El tono suave empleado por Dalia me era conocido, no podía contar cuantas veces lo había utilizado conmigo durante nuestra relación. Y sorprendentemente, siempre surgía efecto. El señor Roberts asintió y se despidió de mis amigos comentando que volvería en unos minutos.
— Ahora, ¿alguien puede decirme qué ha pasado? —La suavidad fue reemplazada por la seriedad, y si todavía no había quedado claro, puso sus manos en la cadera adoptando la típica pose de madre pidiendo explicaciones.
— Coma etílico —fue capaz de responder Julie después de unos segundos incómodos. Mi chica maldijo y se llevó una de las manos a la frente.
— ¿Los médicos saben algo más? —Kay negó con la cabeza—. Estupendo.
Dalia se acercó a la camilla y recolocó el pelo a la chica. ¿Qué manía tenía todo el mundo en tocarle el pelo? La oí suspirar y volver a maldecir.
— No salimos de una y nos metemos en otra, ¿eh?
Aunque la intención podía ser graciosa, el tono en el que lo dijo no lo era. Un tinte roto, amargado, pesado. Pero tenía razón y eso era peor. Era como una patada en los huevos porque, aunque Sarah no se equivocaba al decir que yo no le había puesto una botella en la mano a mi amiga, no podía evitar sentirme culpable. Era imposible.
El ruido de la puerta al abrirse sobresaltó a todos, ¿habría vuelto ya el padre de Karla? No, para mi sorpresa, era April quién surgió detrás de la puerta. ¿Cómo se había enterado? ¿La había llamado Sarah? Después de todo eran amigas o lo habían sido, y si sabía de la relación entre ella y mi amiga era lógico que la chica estuviera allí. Por una vez, agradecí la intromisión de la pelirroja. Karla la había querido y, si era como yo sospechaba, lo seguía haciendo. Era bueno que estuviera allí.
April saludó a todos, quienes asintieron como respuesta. Parecía que estuvieran en un funeral y eso no me hacía ni una pizca de gracia. Karla se iba a recuperar. La iban a castigar de por vida y ellos solo podrían verla en su casa, pero iba a estar bien.
— Oye, ¿y si las dejamos solas? —propuso Dalia.
— No es necesario, en serio.
— No digas tonterías, April. Además, creo que a todos nos vendría bien salir de aquí. ¿Verdad, chicos?
— Sí —respondieron Julie y Kay.
Todos se fueron de la habitación y fue entonces cuando April se acercó a la camilla, se sentó y se puso las manos en la cara. Tenía la intención de aparecerme en el pasillo cuando la escuché murmurar algo que me sorprendió:
— Mamá, por favor, no te la lleves.
¿Mamá? Tenía que haberla escuchado mal. Sí, era eso. Después de todo, estaba hablando muy bajito, habría dicho Karla o algo así. No tenía que darle más vueltas.
Ya en el pasillo, Julie y Kay se despidieron de Dalia. La primera tenía entrenamiento de baloncesto y dijo que era lo que necesitaba para distraerse, Kay la acercaría a su casa a por la mochila y luego al campo. Mi amigo se ofreció a llevar también a Dalia, pero ella declinó la invitación. Esperaría a April.
Mi chica se sentó en los bancos, me senté a su lado como había hecho infinidad de veces y deseé solo por un segundo poder acariciarla de nuevo, un roce que fuera capaz de transmitir todo el amor que ella me había hecho sentir y que todavía seguía latiendo en mi cerebro.
Su móvil vibró y sonrió al ver la notificación de unos mensajes. ¿Quién era?
Sabía que no debía hacerlo y que invadir la privacidad de una persona era malo, muy malo, pero no pude evitar echar una mirada. Era Paul, como no.
Paul: puede k la k me sigas seas tú.
Dalia envió unas caritas pensativas y un diablillo. Se mordió el labio, dio golpecitos con los pies para finalmente escribir: Puede ser... Seguido de un par de emojis riéndose.
La rabia se apoderó de mí. Mis amigos pasándola mal y ella tonteando por el móvil.
Me fui.
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Almas entrelazadas
FantasíaSarah Edgards ve fantasmas. No es una ilusión ni resultado de ningún gen raro familiar. Empezó a verlos después de morir y volver a la vida tras una operación. Pero todo eso no acaba aquí. Lo complicado está en el hecho de que una diosa (sí, una a...