-Nate-
Me aparecí en la carretera donde todo cambió, la que una vez muerto deseé no haber recorrido aquel día. Me senté en un árbol cerca del altar improvisado que me habían dedicado, monumento que recordaría lo peligrosas que podían llegar a ser esas carreteras en un día de lluvia. Era un buen lugar para pensar y reflexionar, aunque la filosofía siempre me había parecido una tremendísima chorrada. Si los filósofos tenían el mismo tiempo libre, entendía porque se habían puesto a pensar. No era igual de divertido que ver una película, pero algo era algo.
Las primeras veces que me aparecía aquí pensaba en mi madre. Estaba seguro que estaría en el cielo o dónde fueran las almas buenas, todo el mundo hablaba de la buena persona que era con todos. Muchas veces soñé con una vida donde ella me hubiera criado y ayudado a crecer, habría sido mucho mejor persona. Habría sido la persona que se merecían mis amigos. Pero la vida era cruel.
Las otras veces pensé en todas las decisiones malas que había tomado a lo largo de mi corta vida. Al contarlas me di cuenta de que eran muchas. Aunque ninguna de ellas demasiado grave, creía yo. La verdad es que contarlas todas me llevó bastante tiempo, pero eso ayudó a matar el tiempo, daría lo que fuera por poder dormir. Odiaba no poder evitar pensar, era lo único que podía hacer a parte de observar, pero incluso eso se había vuelto monótono.
Ahora con la presencia de Sarah como espada de Damocles, tenía un motivo para mantenerme alerta y eso sentaba maravillosamente. Era irónico que lo único que no quería que pasase desde que estaba muerto fuera lo que me diese algo de vida. Aunque eso no cambiaba nada, ella debía salir de la vida de mis amigos. Esperaba que mi primera advertencia hiciera efecto porque no me apetecía nada ir detrás de ella durante todo un día.
El problema es que a Sarah había que sumarle el componente de Kay que no parecía ser inmune a esa melena pelirroja. Mi amigo era un conquistador nato, la genética había sido demasiado buena con él y Kay lo sabía, lo utilizaba a su conveniencia. Solo una vez lo vi destrozado y hacía años de eso, cuando Andrea le rompió el corazón al marcharse de la ciudad. Desde entonces, mi amigo había tonteado y mucho, pero nunca había demostrado interés en nadie. Hasta ahora.
¿Podría la diosa coquetear con el destino? ¿Era posible que pudiera mover tantos hilos? Ella dijo que no, que los hilos eran consecuencias nuestras excepto los rojos, esos estaban destinados. ¿Podría haber hecho que Kay se sintiera atraído por Sarah?
— Hola, Campanillo.
Aiden hizo acto de presencia justo para responder a mi pregunta, si es que sabía lo de los hilos.
— Oye, ¿tú sabes lo de los hilos?
— Ni hola, ni nada. Tus modales van empeorando, Campanillo. —No iba a caer en su juego de provocación, le pedí que respondiese a la pregunta. Hizo que dudaba—. Sí, sé lo de los hilos. Llevo bastante tiempo aquí.
— ¿Sabes si la diosa puede manipularlos? —El chico negó con la cabeza—. ¿Estás seguro?
— Nadie en su sano juicio manipularía los hilos, no sabes las consecuencias que podría suponer ese cambio. Puede que nada, puede que todo. Cada relación, incluso la más superflua, tiene su consecuencia, por ejemplo, el hecho de que te pares a hablar con un vecino puede evitar que te atropelle un coche que va a toda pastilla. ¿Acaso nunca has escuchado lo del efecto mariposa? Pues es lo mismo. Y la diosa más que nadie, ya que ella lo ve todo, sabe lo importante que es dejar estar al destino.
Entonces no solo tenía una diosa en mi contra, ahora, también el destino. Tenía una suerte de pena. Pero dos preguntas me seguían rondando por el coco, ¿quién sería tan estúpido como manipular los hilos sin saber lo que podía suceder? Y la más importante: ¿Por qué unirnos a Dalia y a mí?
— Aunque no tienes que preocuparte por quién lo hizo. —Le pregunté por qué no—. La diosa ya se está encargando de ello, no le gusta que jueguen con sus cosas. Además, no es la única. Hay varios fantasmas ayudándola. Te tienes que preocupar por tu asunto pendiente.
— Yyyy vuelta al ruedo. ¿Y por qué no me hablas del tuyo?
— ¿De mi asunto pendiente?
— Sí, dices que llevas mucho tiempo, pero tus rasgos no están tan afilados como otros. Explica —le ordené.
Aiden se me quedó mirando mientras yo me ponía de pie para estar a su altura, de repente, sonrió y me dijo que no era una historia larga. Le respondí que mejor, nunca había sido muy paciente.
— Que sepas que te lo cuento porque es lo justo, yo sé el tuyo. —Asentí, me daba igual el motivo. Lo importante es que lo sabría—. Erase una vez...
— ¿En serio?
— Cálmate, Campanillo. Es una historia corta, pero es imposible comprender el final sin conocer el inicio.
— Anda, no me jodas.
— Esa boca, Campanillo. ¿Si quieres no te lo cuento? —Le respondí que lo hiciera rápido—. Erase una vez una mujer que concibió a una parejita de mellizos, un niño y una niña. Los niños crecieron a la par, igual de guapos, igual de rebeldes. Cuando cumplieron ocho años dieron el primer de los grandes sustos a su madre, se escaparon de casa y cogieron un autobús que los llevó a cinco horas de su hogar. Esa fue la primera travesura, pero no la última. A los diez, casi prenden fuego a su casa.
— Más que rebeldes, diría delincuentes en potencia. —Aiden sonrió con mi interrupción como si le hiciera gracia mi comentario.
— Puede ser. Nos saltaremos otras travesuras porque te he prometido una historia corta, pero fueron muchas las que siguieron. Hasta que su madre, agotada, decidió darles una lección que no olvidarían ―Hizo una pequeña pausa para darle más énfasis―: separó a los hermanos.
Aiden se quedó en silencio, seguramente, sumergido en sus recuerdos.
— ¿Y qué pasó? —pregunté.
— El chico tuvo una gran pelea con su madre donde le dijo de todo menos guapa y esa misma noche se escapó con tan mala pata que se perdió en el bosque, justo la noche que al día siguiente calificarían como la noche más helada de los últimos cincuenta años. Colorín colorado, este cuento se ha acabado y las perdices vivieron felices porque nunca fueron comidas.
Reconocí una mala decisión a distancia: él se había escapado, yo había cogido la moto. Nuestras vidas eran cortas y tristes.
— Lo siento.
— No te disculpes. No puedes hacer nada para cambiar lo que pasó. Y, ahora, solo me queda esperar el momento para poder resolver mi asunto pendiente y ten por seguro que yo lo haré. No pienso quedarme aquí más tiempo del debido.
Aiden giró la cabeza para mirar cómo el sol se ponía.
— Ups, que tarde es. Oye, me voy. Que ahora empieza la segunda tanda de Detective Conan y no quiero perdérmela. Adiós, Campanillo.
No me dio tiempo a decirle adiós cuando el chico desapareció.
ESTÁS LEYENDO
Almas entrelazadas
FantasySarah Edgards ve fantasmas. No es una ilusión ni resultado de ningún gen raro familiar. Empezó a verlos después de morir y volver a la vida tras una operación. Pero todo eso no acaba aquí. Lo complicado está en el hecho de que una diosa (sí, una a...