Capítulo 43

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La diosa se apareció en la fuente después de comprobar que Nathan había hecho lo correcto y todo volvía a estar donde debía. Ahora era hora de ajustar cuentas con el malhechor que se había atrevido a mover sus hilos y, aunque todos pensaban que no sabía su identidad, se equivocaban. Lo había sabido desde el primer momento. Después de todo, solo una madre entendería hasta donde estaba dispuesta a llegar otra madre para ayudar a su hijo.

― ¿Creías que no me daría cuenta?

― ¿Perdón? —respondió Amaya palideciendo.

― Que habías sido tú quien manipuló los hilos.

― Yo...

La diosa rodeó la fuente y se colocó cara a cara frente a la fantasma. Un solo hilo en el sitio erróneo y las consecuencias podían ser fatales. Nadie, ni siquiera ella, podía saber las repercusiones de un mísero cambio. Era fortuna, azar. Danna, la reina de los espíritus, daba gracias a que todo hubiera salido bien. No sabría qué hacer si hubiera sido al contrario.

— Después de todo, el cambio benefició, sobre todo, a tu hijo. Eh, Amanda.

— ¡Iba a morir! —gritó exaltada la mujer—. Iba a hacerlo sin conocer... sin conocer...

— ¿El amor? —terminó la diosa—. Es verdad que tu hijo iba a morir de una forma u otra en aquella carretera, pero eso no te da ningún derecho a interferir con el destino. Los hilos rojos son sagrados y modificaste uno de ellos. Le diste unos meses más de vida, ¿valió la pena?

«Sí, y mil veces sí», pensó Amanda. Nunca había visto tan feliz a su hijo como el tiempo que pasó con Dalia, ella le ayudó a mejorar. Todo el mundo debería conocer el amor o eso consideraba la madre del chico, su hijo merecía conocerlo. La diosa seguía hablando:

― No obstante, has salvado tres almas con tu infracción, por lo que...

― ¿Tres almas? —La sorpresa invadió el rostro y las palabras de la criada de la Diosa reina.

― Sí, tres. La de tu hijo, la de Sarah y la tuya propia. —La diosa remató—. Hiciste pleno, querida.

― Yo no entiendo...

― Tú sabías que si no hubieras hecho nada tú hijo habría muerto. Lo que no sabías es que el accidente también habría acabado con la vida de esa pelirroja endemoniada y tú no habrías podido completar tu cometido. Es decir, habrías permanecido aquí hasta el final de los tiempos conmigo. Ups, ¿eso no es muy nórdico?

Las palabras de la diosa celta impactaron a Amanda, ¿cómo la verdad podía dar tanta paz y, a la vez, tanto dolor? Había salvado dos almas pero, ¿a qué precio? Su hijo había avanzado, Sarah seguía respirando, sin embargo, ella iba a ser castigada. Nunca volvería a estar con él, no podría decirle las palabras que durante años llevaba guardadas. Era irónico, tanto que dolía.

― ¿Cuál será mi castigo?

― Tu alma se desintegrará y regresará al gran árbol de la Vida —dijo seria la diosa Danna.

― ¡¿Es una maldita broma?!

― Cuidado con esos modales, querida. No olvides con quién hablas... Pero sí, es una broma. Estoy practicando mi sentido del humor como me aconsejaste.

La fantasma insultó mentalmente a la Reina de los Espíritus hasta que se cansó, mientras que la diosa celta esperó impasible a que la antigua humana se calmara para continuar con la conversación. Danna observaba, de forma maliciosa, la furia que transmitían los rasgos de la madre de Nate a pesar de que esta luchaba para no exteriorizarlos. Era una delicia, pensó la diosa.

― Entonces, ¿cuál es?

― Permanecerás aquí otros quince años, cinco años por cada destino que alteraste con tus acciones. —Amanda asintió aceptando su condena—. Reconocerás que el castigo es menor del que mereces al haber manipulado el destino a tu conveniencia.

― Sí. —La Reina sonrió dulcemente, adoraba a esa mujer con la que había convivido durante dieciséis años y que, en un futuro, debería dejar marchar.

Después de todo, su capricho no había ocasionado grandes cambios excepto por el hecho de que Sarah seguía vivita y coleando, pero si la chica aceptaba, este cambio sería beneficioso. Había muchas almas que necesitaban ayuda y su hijo no daba abasto, esperaba que la chica aceptara el trabajo. Pensaba la diosa mientras Amanda ya se podía imaginar reencontrándose con su hijo y explicándole todo.

― Espero que comprendas lo indulgente que estoy siendo contigo ahora mismo. Una infracción más, aunque solo sea que no hayas llamado a la puerta, y te irás – Ardiente furia brillaba en los ojos de la Reina, furia que se consumió en un instante al observar a la mujer asustada—. Tranquila, querida. De momento, no muerdo.

La diosa se acercó todavía más a la antigua humana y pasó sus dedos por el rubio cabello de la mujer, Amanda permaneció quieta aceptando el gesto de cariño que la dueña de los espíritus le dispensaba. Una vez llegó al final del mechón dorado, Danna dirigió su mano al rostro de hada (ocasionado por su larga estancia en ese plano) y acarició sus perfilados rasgos con extremada delicadeza para luego desaparecer de forma repentina y dejar a Amanda confusa, desorientada y sola en la estancia donde moraba el árbol de la Vida.

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora