Capítulo 24

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-Nate-


Necesitaba calmarme.

Lo necesitaba tanto como respirar cuando estaba vivo.

Miré a mi alrededor para ver donde me había aparecido, reconocí el lugar al instante. Estaba en casa de Kay, en su habitación. Mi amigo estaba levantando pesas con los cascos puestos, estaba en su mundo seguramente pensando en Sarah.

¿Todo el mundo se había olvidado de mí o qué?

¡Yo era su amigo, no ella!

«Tú estás muerto». Joder, lo sabía. Nadie tenía que recordármelo, ni mi querida conciencia.

Todo lo que había intentado evitar se me venía encima, la vida avanzaba y yo ya no tenía control sobre ella. Solo había una cosa donde todavía podía decidir y no iban a quitarme esa elección, intentaran lo que intentaran. Sarah había logrado entrar en el grupo, encandilar a Kay y hacer que Julie y Karla comiesen de su mano. Quizá estaba exagerando, pero esa era mi percepción. Solo faltaba Dalia, y la pelirroja metiche tenía que encontrarlo...

«¿Sabes, vida? No hace falta que me sigas demostrando que me odias. Ya me ha quedado lo suficientemente claro, gracias».

Gruñí su nombre: Paul. Paul Thomas, compañero de Dalia. Me acordaba de haberlo visto cuando iba a buscarla al instituto, siempre estaba ahí. ¿Había sido un mensaje divino? ¿Qué el que estorbaba allí era yo, no él?

¡No! Dalia me quería, sus sentimientos no podían ser mentira. Paul no era nadie, un habitante más de este pueblo. Dalia me quería a , sus sentimientos eran verdaderos y si el hilo ese era tan peligroso como para crear emociones falsas, no pensaba unirlo jamás. Dalia debía querer sin tejemanejes de por medio, «pero no te quejabas cuando esa cosa le hacía tener sentimientos por ti». Era un hipócrita, como el borracho de mi padrastro. Pero no podía aceptar esa realidad, aceptar que nunca me habría querido sin el maldito hilo... Mi corazón muerto no podría soportarlo.

Eso era lo peor de ser fantasma, tu cuerpo no era más que ilusión, pero los sentimientos eran iguales o más fuertes que antes.

Dolía, joder, y mucho. Dolor mezclado con ira y celos, una combinación letal. Imágenes de Dalia con Paul se metieron en mi cabeza y se negaban a irse: ellos besándose, ella diciéndole que lo quería, él cocinándole algo mientras ella ponía la mesa, ella quitándole la ropa... Un fuerte dolor de cabeza fue acumulándose hasta que...

¡Pum!

La puerta de la ventana se cerró provocando un gran estruendo, lo necesario para que Kay se quitase los cascos para comprobar qué había pasado. Lo vi acercarse poco a poco, con temor, yo también estaba asustado. Su móvil empezó a vibrar encima de la cama, en grande, un nombre que me hizo volver a verlo todo rojo. SARAH. Apreté los puños, intentando calmarme, pero no pude hacerlo. ¡Crack!

Miles de cristales chocaron contra el suelo y mi amigo se apartó tan rápido como pudo.

— Joder. —Me sorprendió escucharlo utilizar ese tipo de lenguaje más propio de mí—. ¿Qué narices ha pasado?

Oí a su padre preguntar si había pasado algo y Kay gritó que nada grave, pero pidió que le trajera la escoba. Yo no podía apartar la mirada del destrozo. ¿Eso lo había hecho yo? No, no, no. Los fantasmas no podían hacer nada, lo llevaba intentando desde hace semanas.

— ¡Diosa! Háblame. —No obtuve respuesta así que alcé el tono—. ¡DIOSA!

Tampoco hubo respuesta, al menos, no verbal. Después de soltar una retahíla de palabras poco decentes, me sentí arrastrado y cuando abrí los ojos, me encontraba en el santuario de la diosa. Allí donde me había llevado cuando había muerto.

La diosa estaba frente a una fuente y pasaba la mano como si acariciase el agua con ella.

— Deberías aprender de Sarah, ella sabe convocarme adecuadamente.

— Ella no me importa, lo que ha sucedido en casa de Kay, sí.

— ¿Y qué ha sucedido? —preguntó sin quitar la mirada de la fuente.

— ¿Acaso no lo ves todo? —La diosa soltó una risa suave—. ¿Qué? ¿Acaso no es verdad?

Por fin, conseguí que me mirara a la cara. Esbozó una sonrisa que me puso los pelos de punta, era aterradora. Se acercó a mí y pasó una de sus congeladas manos por mi mejilla hasta que, con fuerza mayor de la que imaginaba, me cogió la barbilla con ella.

— Tengo muchas cosas más que hacer que vigilar cada segundo de tu vida, Nathan. No eres el centro del universo. Ahora, me dirás que quieres después de disculparte o te dejo de nuevo en casa de Kay o Dalia, como más te guste.

Ambos teníamos nuestro amor propio y me costó agachar al mío.

— Lo siento. —Me dijo que con eso era suficiente, me animó a continuar mientras volvía a perder su mirada en aquella agua como si todo el tiempo que se perdiese fuera directamente ya un desperdicio—. Estaba cabreado y la puerta de la ventana se cerró y, luego... Ha explotado el cristal de la ventana.

— ¿Alguien ha resultado herido? —Negué y ella comentó que entonces no pasaba nada grave.

¿Nada grave? Podía haber matado a Kay, un trozo de cristal en un mal lugar y mi amigo me habría hecho compañía. Sabía que eso no era verdad, Kay tenía el pase al cielo asegurado.

— Lo importante es el porqué.

— ¿Por qué? —preguntó de vuelta.

— Por qué ha sucedido esto.

— Ahh, eso es muy sencillo. Tu humanidad ha empezado a desvanecerse... Y cuanto más tiempo pases aquí peor será, tus sentimientos tendrán sus consecuencias en el plano de los vivos. No podrás comunicarte cómo y cuándo quieras, pero algo es algo, ¿no?

No quería respuesta de mi parte porque con un movimiento de manos me volvía a encontrar en la casa de Kay, ya no quedaba nada del estropicio anterior excepto la ventana sin cristales. Mi amigo se encontraba sentado en su cama jugando a la consola y yo no pude evitar pensar en todas las partidas que nos habíamos echado en su casa, en esa misma habitación. Pero eso era cosa del pasado, ahora solo servía para asustar a mis amigos. Felicidades, Nate. 

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