Capítulo 8

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-Nate-

La partida de bolos había acabado sorprendentemente con un empate.

Julie y Dalia ya habían cogido el coche para volver a casa. Mi chica salió sonriendo y eso me alegró más de lo que había podido imaginar, no quería verla destrozada por mí cuando todo había sido mi culpa. Quizá era egoísta por no querer verla sufrir sin pensar que para ella era necesario pasar el duelo, pero nunca pensé que fuera tan horrible. Cuando mi madre murió, yo apenas era consciente, así que no sabía lo que significaba perder a alguien. Y probablemente nunca lo sabría.

Me aparecí en la puerta de su casa esperando su llegada.

— ¿Tu plan es seguirla durante día y noche? —Aiden apareció delante de mí. Alcé una ceja—. ¿No esperarás que mantenga la boca cerrada durante horas? El ser humano necesita hablar, es su naturaleza.

— Perdona si me he acostumbrado a no tener con quién hablar. Además, llenar el silencio para evitar este nunca ha sido una de mis prioridades.

— Así que eres un chico de pocas palabras. Pensaba que tu silencio se debía a qué seguías embobado con Dalia, pero veo que es tu esencia. ¿En serio, todavía funciona ese rollo de chico malo?

No. Ese no era nuestro caso. Hablaba poco porque sabía que las palabras se iban con el viento, las acciones ya eran otra cosa. Me había acostumbrado a actuar. Con Dalia, eso no me funcionaba. Ella quería que me abriese y solo hablando podía. Saqué toda la mierda en mi interior a las dos semanas de conocerla, le conté mucho más de lo que había hecho con mis amigos incluso con Kay. Dalia era una roca donde agarrarme mientras las olas tempestuosas de mi pasado volvían para arrastrarme con ellas. Era mi puerto seguro. Ella era todo para mí.

No. Él no sabía nada, no podía juzgar. No tenía ningún derecho.

— Cállate. Tú no sabes nada.

— Tienes razón. —Me sorprendió que me diera la razón—. No conozco vuestro pasado ni a vosotros, pero lo que haces no está bien. Siguiéndola a todas partes no la dejas avanzar, Dalia percibe tu presencia y tu recuerdo la persigue hostigándola impidiendo que logre olvidarte. Le haces mal.

— Cierra la puta boca, Aiden.

— La verdad duele, ¿verdad? —Enfadaba, más bien—. Te veía más maduro pero veo que me equivocaba. Dale un par de vueltas a mis palabras y verás que tengo razón.

— Vete.

Me dijo que nos volveríamos a ver y desapareció.

**********

Seguía enfadado por las palabras del fantasma. ¿Por qué tenía que entrometerse en mi vida? Estaba harto de que me dijeran lo que tenía que hacer. Primero mi padrastro y ahora una diosa y un fantasma empeñados en que actuará como ellos querían. ¿No qué era mi decisión? Pues que me dejasen en paz.

Nadie les había pedido ayuda o consejo.

Vi como Dalia se despedía de Julie y entraba en su casa. No sé si fueron las palabras de Aiden, pero decidí dejarla sola, por primera vez desde que había muerto, e ir a ver lo que hacían otros.

A la cabeza, me vino la imagen de mi padrastro. A pesar de que lo odiaba con toda mi alma, la curiosidad me ganaba. Me aparecí en la puerta de mi antiguo piso, que nunca pude considerar un hogar, y me esperaba cualquier cosa excepto lo que encontré cuando traspasé la puerta.

Estaba lleno de cajas.

Lo único «normal» era las decenas de latas de cerveza abiertas repartidas por toda la mesa. Esa era una de mis tristes constantes de mi vida y no parecía que mi muerte la hubiese alterado. Entré esperando encontrarlo durmiendo la mona en el sofá, pero no fue así. Se encontraba en el balcón a voces maldiciendo a las vecinos vete a saber por qué.

Inspeccioné el estado de la casa y me sorprendió ver que todo lo de valor tanto material como personal había sido guardado o tirado. Salí dispuesto a dar un último vistazo para no volver cuando mi padrastro entró en el comedor y abría otra cerveza que se unió al collage de la mesa.

— M-Malditos vecinos... —El muy idiota era incapaz de mantenerse de pie—. Ni mi último día aquí pueden dejarme tranquilo.

Esto último lo dijo gritando. Siguió despotricando pero yo solo podía retener tres palabras: «mi último día». ¿Se iba? Esa información tampoco lograba sorprenderme demasiado porque era yo quien pagaba las facturas con mi trabajo, él lo único que sabía hacer era beber cerveza y dependiendo de lo borracho que estuviera, ni eso.

Siempre esperé alegrarme de sus desgracias pero, sorprendentemente, solo sentí indiferencia. Él no era nadie para mí, no se merecía ni una pizca de lástima. Él había hecho su cama, ahora que durmiese en ella. Ya no era mi problema.

Iba a largarme cuando el sonido de latas cayendo hizo que me diese la vuelta, había perdido el equilibrio y había tropezado con la mesa provocando que las cervezas vacías cayeran. Era una imagen lamentable.

«Al menos, ya no tengo que temer acabar con él», pensé lanzándole una última mirada aquel que debía ejercer como mi padre y se convirtió en una carga más rápido de lo esperado.

Adiós, Clint. 

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora