Capítulo 14

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-Nate-

Después de escuchar a Dalia relatar nuestro primer encuentro, me vi incapaz de permanecer dentro observando como esa chica le hacía pasar por eso. Puede que ya no fuera mi novia, pero Dalia siempre sería mi chica y no podía permitir que Sarah la hiciera sufrir, ni a ella ni a mis amigos.

Sentía unas inmensas ganas de romper algo, aunque mi estado como fantasma no me dejaba. A veces, cuando pensaba que la vida después de la muerte era llevadera, venía la realidad para darme una bofetada y quitarme esas ideas. Gracias, como si alguien tuviera que recordarme lo jodido que era estar muerto.

Miré desde dentro como Julie se acercaba a la mesa y se presentaba, como Dalia se escabulló rápidamente y como Karla iba detrás de ella sigilosamente. Vi a Sarah sonrojarse mientras mi amiga le tendía la mano y como la pelirroja abría la boca diciendo algo que no lograba escuchar. Era como estar viendo una película muda en color y tus conocidos como protagonistas. De repente, apareció Kay que le dio un susto a Julie levantándola del suelo sin avisar. Los vi a los tres reírse como si ella no fuera una intrusa, como si ese fuera su lugar.

Algo le tuvo que decir Julie porque después de un par de pucheros, mi amigo se fue para aparecer rápidamente con una chaqueta que entregó a la pelirroja. Deduje que Sarah había decidido que era hora de volver a casa.

Desde que supe que la había enviado la diosa, mi mente se dividía en dos cosas: la primera era que no me gustaba nada que ella estuviera aquí y la segunda, pensar en qué iba a decirle cuando estuviéramos a solas. Pero ella me quitó ese placer cuando nada más salir dijo:

— Hablaremos en mi casa.

Cualquiera habría pensado que estaba loca al ver que estaba hablando sola, pero no había nadie allí. Y, quizá la estaba sobrevalorando, pero no creía que fuera casualidad. El hecho de que se fuera cuando aún quedaba mucho tiempo de fiesta por delante, no podía ser causalidad.

**********

Ok.

Me equivocaba. No era casualidad, pero tampoco un plan trazado al milímetro. ¡Estaba castigada! Su madre se lo recordó al instante de entrar en la casa. ¡Castigada! ¿Cuántos años tenía? Sarah le recodó que, al final, no la castigaron. Eso no le sirvió para evitar comerse el rapapolvo que la odiosa de su madre le dio. Esperaba que la chica no hubiera salido a ella, porque si no sentía pena por sus futuros hijos.

Sin embargo, a la vez, la escena me daba nostalgia, no por algo que hubiese vivido, todo lo contrario, era una escena que me hubiera gustado vivir: padres preocupados. Bueno, en su caso, madre/hidra preocupada.

— Asco de vida —escupió Sarah mientras subía las escaleras todavía escuchando murmurar a su madre sobre la suerte que había tenido con sus hijos. Todo esto con un tono sarcástico para nada camuflado, claro.

— Te equivocas.

La chica detuvo sus pasos y se me quedó mirando. Mierda, se me había escapado. No estaba a acostumbrado a que alguien escuchara mis comentarios en esta «nueva» etapa de mi vida, Sarah achicaba los ojos como intentando leer lo que pensaba. No me gustó y me aparecí arriba de las escaleras.

— ¡Eso es trampa!

Su exclamación me recordó tanto a Kay. La vi correr hasta posicionarse a mi lado y sin dirigirme la palabra, entró en una habitación y dejó la puerta abierta para que yo pasara. Rodeé los ojos y entré, ella cerró la puerta con mucho cuidado. Me señaló el baño y, aunque levanté una ceja, ella frunció el ceño y me volvió a indicar el lugar.

— Es la parte más alejada de la casa —comentó sentándose en el retrete. La situación era de comedia mala—. Mira, necesito mucho valor para hacer esto. Los únicos fantasmas con los que he tratado se limitaban a hablar mientras yo lloriqueaba y les rogaba que se fueran. Bueno y una mujer, pero esa no cuenta porque no pedía mi ayuda.

— Yo tampoco la he pedido —la interrumpí ganándome una mirada hostil.

— Tú no, pero poco a poco. Antes de esto, mi vida era normal. Bueno, normal no porque iba a morirme, pero no perse... no veía fantasmas. De repente, bum, muero, pero no. Me reviven, pero he estado muerta. Empiezo a ver seres pululando que me piden ayuda, pienso que me he vuelto loca...

¿No iba a coger aire para respirar? Sarah había cogido carrerilla y no parecía querer soltarla. ¿A quién había escogido la diosa para «ayudarme»? ¿No había nadie más disponible? Alguien que no estuviera loca ya de por sí, tal vez. Seguía hablando, ¿me habría perdido mucho?

— ¡Pum! Aparece una mujer en mi habitación que dice ser una diosa ¿maya? ¿inca? Bueno, eso da igual. Me dice que puedo dejar de ver fantasmas, pero hay un pero. Siempre los hay. Tengo que ayudar a alguien, concretamente...

— A mí —terminé la frase por ella.

La diosa era una capulla en mayúsculas. Viendo que yo no pensaba hacer nada, había mandado a alguien a animarme a hacerlo. Aiden no había servido y ahora mandaba a Sarah, la diferencia entre esos dos es que ella no tenía opción. Conocía su historia, todo el mundo se la sabía de memoria (¡Gajes de vivir en un pueblo pequeño!). Y después de sobrevivir a un trasplante de corazón, la diosa la metía en este pantanal. Pensé en todas las veces que me decían que el destino siempre ponía a todos en su lugar, estaba seguro de que a los dioses no tenían esa suerte. ¿Habría más dioses? Buena pregunta.

En fin, podía ser que la chica me diese pena, pero lo sentía mucho porque no iba a ayudarla. No iba a hacer lo que la diosa quería, Dalia no iba a estar unida a un idiota de por vida porque lo hubiese decidido alguien allá arriba.

— Bueno, sí —confirmó Sarah.

Salí del pequeño cuarto de baño, me paseé por la habitación, vi hojas esparcidas por doquier y todas giraban sobre un tema: NATHAN WALKER.

— ¡¿Me has estado investigando?! —Mi tono debió reflejar el enfado que me había invadido, pero eso no la hizo retroceder. Todo lo contrario, parecía darle más fuerzas.

— ¡Pues claro! —lo dijo como si fuera lo más evidente y cuerdo—. ¡Cómo iba a encontrarte si no sabía ni quién eras!

— Aquí hay información de mis amigos —contraataqué.

— Si te llamaba no ibas a aparecer, debía llamar tu atención. Aunque tengo que admitir que se me ha ido de las manos.

— ¡Les dijiste que me conocías! ¡Que hablábamos día sí día no! ¿Por qué no les has dicho que eras mi hermana perdida? Ya habría dado igual.

— ¡No me chilles! Porque mis padres puede que no te oigan gritar a ti, pero a mí sí y puede que tú ya no puedas ir a un manicomio, pero yo sí. Así que baja el volumen.

¡Ella! ¿Ella estaba cabreada? Yo no me había metido en su vida a trompicones, había sido ella. Se estableció un tenso silencio acompañado de un duelo de miradas para ver quien se rendía primero, pero ninguno daba su brazo a torcer. Después de un tiempo, fui yo quien aparté la mirada. Esto era una pérdida de tiempo.

— Deja a mis amigos en paz.

— ¿O qué? —La chica tenía razón. Como fantasma poco podía hacer—. ¿Lo ves? Tienes que avanzar, este no es tu sitio. Esto no es vida. No hagas las cosas más complicadas, por favor. Te resistes a lo inevitable...

Alcé una ceja. Todo eso ya me lo habían dicho y porque me lo dijera ella no iba a cambiar nada.

— Puede que no pueda avisar a mis amigos de tus mentiras, pero como sigas molestándolos vas a ver lo que es realmente que un fantasma te persiga las veinticuatro horas del día.

— ¡Eso es acoso! —Me encogí de hombros.

— Intenta denunciarlo.

Y me desaparecí. 

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora