-Sarah-
Por unos segundos, el recuerdo de mi cita con Kay aparcó el asunto de Nathan de mi mente. Me reí como una tonta y me sonrojé al pensar en nuestra despedida. Me tapé la cara con la almohada y empecé a mover los pies. Por dios, ¿cómo podía ser tan tonta? Que no tenía quince años. «Tienes dos más tampoco hay mucha diferencia», bueno, pero a esas edades esos dos son cinco años de madurez. O eso me gustaba pensar. Había cambiado mucho desde entonces.
«Tienes una vida por delante, por ejemplo». Exacto.
Cogí el móvil y vi que tenía nuevos mensajes. Dos de April y cinco de Kay, intentando tranquilizarme empecé por la primera de los dos.
April: Bnos días
April: E pensado k podría invitarte a un café o un chocolate. Lo k kieras.
Le respondí que si podíamos dejarlo para la semana que viene y contestó que sin problema. La chica lo estaba intentando, pero a mí me seguía doliendo su actitud del pasado. Entonces, con el corazón en un puño, abrí los mensajes restantes.
Kay: Como as dormido?
Kay: Yo muy bien
Kay: No kiero parecer impaciente pero ya tngo ganas de verte
Kay: Ah! Y si no t has arrepentido...
Kay: La siguiente cita corre por tu cuenta J
Estuve varios minutos mirando la pantalla sin saber qué escribir. ¿Por qué era tan difícil encontrar las palabras adecuadas? Finalmente le respondí que había dormido genial, que yo también tenía ganas de verle y si no tenía miedo de mí, todo eso en un mismo mensaje. Su respuesta llegó al instante de responderle.
Kay: Después de lo de anoche poco vas a sorprenderme. Pues espero con ansías tu propuesta.
Ni se imaginaba lo que podía llegar a sorprenderle. Y tenía el lugar perfecto para ello.
Dejé el móvil en la mesita con reticencia, no quería ponerme a «trabajar» (véase en mi diccionario, buscar información sobre ese Paul y averiguar si puede ser la alma gemela de Dalia).
Cogí mi portátil del cajón y rebusqué en el suelo la libreta. La abrí por dónde había apuntado en grande: PAUL. Yo, la discreción en persona. Cuando acabase todo este asunto, debía quemar esa libreta cualquiera que la viese pensaría que era una acosadora. Y dentro de ese cualquiera, estaba en primer lugar, Kay. Él menos que nadie debía hacerse con ella.
Abrí Facebook en el portátil para haber si tenía suerte cuando me sorprendió tener cuatro nuevas solicitudes de amistad. Sonreí al ver el nombre de Kay en el ordenador, pero los otros tres me daban más respeto. Entonces caí, esto era real. Me había colado en su vida y, ahora, para bien o para mal formaba parte de ella. Como ayudante de la muerte o como ¿pareja? de Kay, estaba ahí. Acepté todas, pero con la de Dalia necesité respirar profundo y hacerlo casi sin mirar.
Bueno, esto haría mi vida más fácil. Buscar ahora a Paul sería como quitarle un caramelo a Amy, algo que nunca había hecho, claro.
Busqué el nombre de Paul y touché, Dalia seguía a un Paul. Ahora a investigar que no fuera un familiar suyo.
Me metí en su página, pasé un buen rato cotilleando comprobando los pocos datos que Kay me había dado. Parecía de la edad de ellos y con un par de fotos sabías que iba al mismo instituto que Dalia; debía ser este. Paul Thomas.
Me reí ante la maldita coincidencia. Thomas significa 'gemelo' y yo buscaba a la alma gemela de Dalia. «¿Casualidad? Yo no lo creo». Era broma, pero me hizo gracia. Además, quizá era una señal de que iba por buen camino. Iba a apuntarme algunos datos de interés como el nombre del lugar donde estaba el chico en la mayoría de fotos cuando Nathan apareció delante de mí. Di un saltito por el susto.
— ¿Es que queréis cargaros mi corazón nuevo o qué? —El fantasma me miró como si no me entendiese—. ¡Qué dejéis de darme esos sustos, maldita sea! Ya sé que no puedes llamar a la puerta, pero ten un poco de cuidado cuando te aparezcas de la nada. ¿O acaso no sabes que morir de un susto es posible? Ten un pelín más de cabeza, ¿vale?
Vale, me había levantado con el pie izquierdo. Definitivamente. Pero, bueno, nadie dijo que para ser coach fantasmal necesitaba estar siempre de buen humor. Por cierto, algo completamente imposible si no dejaban de aparecer fantasmas pidiéndote ayuda. A algunos no les había llegado al recado de la diosa de que estaba ocupada con uno de los suyos.
— ¡Oye! ¿Vas a prestarme atención ya o sigues en tus mundos de yupi? —El sarcasmo en su voz me sacó de mi retahíla mental—. Bien, por fin consigo captar tu atención. ¿Qué parte no has entendido de alejarte de mis amigos? O mejor, ¿qué entiendes tú por alejarte? ¿Tener una cita con ellos?
— Mi cita con Kay no es asunto tuyo —le respondí mientras me sentaba en la cama, discutir con un fantasma tumbada no era el mejor plan.
— ¡Es mi amigo! Y te dije que te alejarás de TO-DOS, ¿es tan difícil?
— Él único que tiene voz para decidir su vida es Kay y él quiere que esté en la suya, así que no hay nada más que hablar sobre eso.
¿Era tan cabezota cuando estaba vivo? ¿O era algo que había empeorado tras la muerte? Puede que nuestro primer encuentro se debiera a él, a mi intento de ayudarnos mutuamente (no era tan hipócrita como para decir que todo era por él), pero yo no fui quien le propuse una cita y mucho menos quien se puso en contacto con él. Además, Kay le pidió salir a Sarah, no a la amiga de Nathan.
— No puedes aparecer en sus vidas, contarles mil mentiras y esperar que yo acepte tu presencia como si nada.
— ¿Crees que yo quiero mentirles? —Me estaba poniendo de los nervios—. ¡No me has dejado opción! Si no fueras tan cabezota y aceptaras que debes avanzar, no estaríamos así. ¡Estás muerto, Nathan! Quedarte aquí no es lo correcto. No sé con qué te justificas para permanecer aquí y no juntar el maldito hilo rojo que empezó todo, pero debes engañarte muy bien a ti mismo si crees que lo haces por una buena razón.
— ¡¿Por qué iba a mentirme?! —Nathan alzó el tono, era una discusión en toda regla.
— Pues no lo sé, quizá tienes miedo. Miedo de avanzar, de aceptar que, aunque todo parecía maravilloso entre tú y Dalia, cuando esté con otra persona veas que no eres el indicado para ella. No lo sé. Dímelo tú.
Nathan empezó a dar vueltas en mi habitación murmurando cosas. Quizá me había pasado, pero tal vez era de esas personas que necesitaban tirarse de golpe a la piscina, en vez de ir poco a poco.
— Tú no sabes nada sobre mí.
— ¿Alguien lo sabe?
Me apuntó con el dedo y se estaba acercando a mí cuando algo llamó su atención. Miré qué era y me quedé paralizada, la libreta. Se había quedado abierta.
— ¿Por qué tienes escrito el nombre de Paul?
No esperó respuesta y desapareció.
Genial, Sarah. Debería haber cerrado la libreta y no haber perdido los nervios.
«Hoy te has lucido», me reproché.
....,...............
Sorry por el retraso
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Almas entrelazadas
FantasySarah Edgards ve fantasmas. No es una ilusión ni resultado de ningún gen raro familiar. Empezó a verlos después de morir y volver a la vida tras una operación. Pero todo eso no acaba aquí. Lo complicado está en el hecho de que una diosa (sí, una a...