Capítulo 30

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-Nate-

Después de la confesión de Julie, no pude pensar con claridad. ¿Había sido tan ciego como para no darme cuenta de que mi amiga tenía sentimientos por mí? ¿En qué había estado pensando? «Dalia». ¿Y los otros ocho años? No tenía excusa. Ellos siempre habían estado ahí para mí y yo... Nunca me enteraba de nada.

Observé su habitación destrozada y a ella tumbada en el suelo sollozando y temblando. Sentí un nudo en la garganta, mi amiga estaba rota de dolor y yo... Yo no lo había visto. Escuché el ruido de las llaves y como se abría una puerta, sus padres ya habrían llegado. No tardaron mucho en llegar y en sobresaltarse al ver el estado de la habitación. Su madre se tiró al suelo y la acunó con sus brazos como pudo mientras Julie seguía llorando y gimiendo.

— Tranquila, cielo, todo irá bien.

Pero eso no tranquilizó a mi amiga, que se puso a llorar más fuerte. No podía seguir más aquí, me acerqué a ella y le susurré con voz temblorosa:

— Lo siento.

Me fui de allí. Julie tenía a alguien que la cuidara.

Me aparecí en el lugar del accidente y llamé a Aiden a gritos, no hubo respuesta. Estupendo, nunca estaba cuando se lo necesitaba. ¿De qué servía que dijera que estaba ahí para ti si cuando lo necesitabas no acudía ni llamándolo a gritos?

Estaba de los nervios y necesitaba desahogarme con él, y me aparecí en la casa de la persona que me vino a la mente, Karla. Lo que era una tontería porque ella no podría escucharme, pero Karla siempre había sido la voz de la razón en el grupo y su tranquilidad me ayudaría a calmarme.

No estaba preparado para lo que tenía delante de mí, lo cual parecía una constate en mi vida últimamente. 

Había varias botellas vacías decorando la mesa del comedor de mi amiga, ella, por el contrario, estaba tirada en el suelo empinando una botella de whisky. ¿Pero qué narices estaba pasando hoy? ¿Todo el mundo se había vuelto majara o qué?

Estaba murmurando, pero no entendía lo que decía.

— Joder, ¿en qué estáis pensando todos? —espeté de malas maneras, ella seguía murmurando, así que me acerqué para oír lo que decía.

— Nate...hip...bastardo...hip...muerto...

Estaba como una cuba. La maldije a ella, a todo el mundo, e incluso a la diosa. Ya había visto esto, era una escena constante con mi padrastro. Mi amiga no podía caer en el pozo profundo del alcohol y la cantidad de botellas que había en la mesa, confirmaba mi idea. Nunca había bebido tanto, ni en nuestras noches más locas.

— April... lo siento...

Siguió murmurando incoherencias, palabras sueltas sin ningún sentido. Empecé a temblar, pero ahora de enfado. ¿Cómo Karla podía caer tan bajo? ¿Apoyarse en el alcohol para superar sus problemas? ¿Qué iba a ser lo siguiente? ¿Drogas? Los problemas no desaparecían por arte de magia, había que superarlos y para ello enfrentarte a ello. Empinarte una botella no ayudaba a superar nada, solo le añadía otro peso muerto. Todavía no podía creerlo, primero, Julie y sus sentimientos y, ahora, Karla y la bebida. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Dalia y las carreras de coche ilegales? Ya me esperaba de todo.

Sabía que mis pensamientos eran irracionales, pero era mi amiga, joder. No quería que le pasara nada malo y el alcohol no solucionaba nada, solo daba problemas. El enfado empezaba a extenderse en mi interior como si fuera fuego, no podía creer como todo se había venido abajo en un abrir y cerrar de ojos. Mis amigos debían extrañarme como era lo normal, pero no matándose en el proceso. «Existen muchas formas de afrontar la muerte», no me importaba. Esa no era una manera, solo una maldición. Sin darme cuenta, las botellas comenzaron a tambalearse. Después de unos segundos, incluso los muebles comenzaron a vibrar. ¿Qué cojones pasaba?

Vi como una Karla borracha tropezaba cuando intentaba ponerse de píe, estaba asustada. Sus ojos abiertos reflejaban incomprensión y derivaron rápidamente en terror cuando la situación empeoró. La ventana se cerró de golpe provocando un gran estruendo, las botellas inquietas se desparramaron por el suelo y las sillas se tambaleaban como si fueran manejadas por marionetas. Debía calmarme, la diosa me lo había dicho: las emociones fuertes tenían su repercusión en el plano de los vivos.

Intenté pensar en otra cosa, cualquier cosa que me diera algo de paz. Dalia, pero el recuerdo de Paul se coló. Mierda. Tenía que concentrarme en algo más concreto, nuestra primera cita. Esa tarde en el parque con el sol bañándonos mientras yo sacaba las cosas del picnic, el movimiento de su pelo mecido por el viento. Las risas, las miradas... era un recuerdo jodidamente precioso.

Abrí los ojos y me encontré con qué el panorama había mejorado. Al menos, las cosas habían dejado de moverse, pero Karla se la seguía viendo afectada y, por supuesto, seguía estando como una cuba. Eso le daría problemas para recordar esto mañana, algo bueno sacaba de esto.

Igualmente alguien debería venir para ayudarla.

— Ahora, vuelvo. Aguanta.

Me aparecí en casa de Sarah.

**********

¿Dónde estaba esa maldita pelirroja?

En su habitación por lo visto no. Recorrí toda la casa, nada. Karla no tenía tanto tiempo, alguien debía asegurarse de que estaba bien.

Me salí al exterior esperando como un idiota que apareciera. No tenía tiempo para pasármelo esperándola, pero no tenía otro remedio. No conocía a ninguna otra persona capaz de ver a los muertos y si Sarah no aparecía rápido a saber lo qué haría Karla. ¿Qué pasaba hoy que todo el mundo había decidido desaparecer?

Reconocí esa melena roja desde lejos, me aparecí delante de ella y provocando que diera un respingo.

— Te necesito —declaré nervioso. Sarah levantó las cejas sorprendida, iba a decir algo, pero no la deje—. Karla está borracha, muy borracha. Tú eres la única que puede ayudarla, no puedo avisar a nadie más.

— ¿Dónde vive?

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora