Capítulo 39

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-Sarah-

Después de pasar gran parte de la tarde escondiéndome de mis propios invitados, ambos parecían haber hablado y pasado un buen momento sin interrupciones. Mientras el reloj avanzaba, las palabras de Aiden iban calando más y más en mí. Había organizado una velada con motivos egoístas, no muy nobles se podría decir. Pero, gracias a Dios (o puede que Diosa), este encuentro no los había forzado a estar unidos, sino a pasar un rato juntos. Si Nathan no unía los hilos, el contacto lo haría tarde o temprano. Tenía fe en ello.

— Al final, te saliste con la tuya. —Me giré para ver al intruso.

— Yo no estoy tan segura, pero eso ya lo sabías, ¿no?

Aiden se sentó en mi cama con las piernas cruzadas y una gran sonrisa maliciosa que le llegaba de oreja a oreja. Parecía un niño pequeño antes de hacer una travesura, esa sonrisa daba miedo y no siempre indicaba algo bueno.

— Los pelirrojos somos sumamente inteligentes y no es obra del diablo, sino... pura genética. —Me guiñó un ojo, suspiré y me senté en la silla de escritorio—. Pero, tranquila, no vine a decirte «ya te lo dije». Vengo a contarte otra historia.

— ¿De quién esta vez? —pregunté fingiendo cansancio. Él no pareció darle mucha importancia—. No tengo otro fantasma a cargo.

— Creo que esta historia te gustará más, bueno, o al menos removerá tu consciencia. Una historia no es buena si no enseña algo.

Sus palabras llamaron mi atención. ¿De qué hablaba? ¿Enseñar? Me lo quedé mirando esperando que empezara a hablar, no tenía ganas de quedarme hasta las tantas, él podría no dormir, pero yo sí.

— ¿No vas a preparar palomitas o algo para picar? —Alcé una ceja—. ¿No? Que sosa eres, jefa.

— ¿Quieres empezar ya?

— Está bien, está bien. Hace mucho, mucho tiempo una diosa tuvo un idilio con un, aunque atractivo, caduco humano. Se quedó embarazada ocasionando la ira de sus padres, por lo que fue desterrada al Inframundo, donde moran las almas...—Un momento. ¿Me estaba hablando de mi diosa? ¿Cómo sabía él eso?—. Allí tuvo su descendencia: un niño y una niña... —Aiden se detuvo y pareció pensárselo—. ¿Sabes qué? Voy a ir a por la versión corta. Los dos hermanos crecieron inseparables hasta que, por culpa de sus travesuras, su madre los castigó. Uno permanecería en el plano de ella y el otro tendría una vida de humano. Toda una vida separados, tiene gracia, ¿no?

— ¿Quieres decir que tú eres... ese niño? —Lo que había empezado como una pregunta terminó siendo una afirmación. Aiden no era un fantasma, era el hijo de la diosa. Por eso lo había mandado a él para ayudar a Nathan—. Eso es imposible. ¿Crees que yo soy tu hermana?

¿De dónde había salido ese pensamiento? «Ambos sois pelirrojos y ninguno de tu familia lo es». Eso no era verdad, había una tía lejana. El fantasma, corrección, hijo de la diosa se echó a reír hasta el punto de encorvarse.

— No, tranquila, mi hermana mantiene sus recuerdos intactos. Lo sabrías si fueras ella. —¿Entonces qué? ¿Qué quería decirme? No entendía nada—. Shh. Todo a su debido tiempo, la historia todavía no se ha acabado.

— Para ser la versión corta, se está alargando, Aiden —le reproché. Me moría de sueño y eso me ponía de mal humor.

Quería saber lo que me quería contar el pelirrojo, pero la falta de sueño me estaba matando. Necesitaba dormir y descansar, aunque solo fueran las ocho de la tarde.

— Ya voy, impaciente. Mi hermana vivió como otra chica más, hizo amigos y sus padres la querían. —«Una historia muy distinta a la anterior», pensé—. De todas las personas que conoció, solo una fue especial. Una niña con el pelo de fuego, pero con un corazón débil. —No. ¡No! Eso no era verdad, ella no. Algo dentro de mí se congeló—. Aunque se hicieron grandes amigas, finalmente se separaron, pero lo que Sarah nunca supo fue que alguien obligó a su amiga a distanciarse. Una madre que sabiendo que su hija haría todo lo posible para salvar a su amiga, no tuvo más remedio que hacerle cortar lazos. Nadie debe entrometerse con el destino.

¡No! April no podía ser... la hija de la diosa. Yo lo habría sabido, tenía que haber notado algo. Ella era normal. La niña que siempre llegaba tarde cuando quedábamos, la que le echó en cara a un profesor que nos trataba como tontos, la que estuvo ahí cuando la necesité cuando éramos niñas, no podía ser. Aiden se equivocaba.

— ¿Nunca te preguntaste por qué April decidió abandonarte sin más? —Me puse las manos en las orejas y negué con la cabeza, no quería escucharlo más—. No lo hizo. Nuestra madre la obligó porque tú debías pasar la enfermedad y ella no podía hacer nada para evitarlo, madre se aseguró de ello.

— Pero, ahora...

— Ahora todo ha cambiado. La pregunta es ¿por qué? Y si algún día llegaremos a saberlo todo realmente. Si no me crees, pregúntale y ella responderá tus dudas. —Aiden calló y me indicó que no hiciera ningún ruido como si estuviera intentando escuchar algo—. Debo irme, me parece que tienes visita.

Desapareció, otra vez, dejándome la palabra en la boca. Mala costumbre entre los fant... seres del otro plano. Tenía que acostumbrarme. Además, ¿a qué se refería cuando hablaba de visita?

No necesité más de un par de segundos para averiguarlo, me giré y allí estaba Nathan. El asunto de April podía esperar.

— ¿Qué haces aquí? Si es por lo de Dalia y...

— No. Has hecho bien. —Le lancé una mirada sospechosa, ¿y este cambio?

— ¿Estás bien? Me amenazaste de que no interfiriera el otro día y, ahora, me dices que todo va bien. No me lo creo. ¿Qué quieres?

— Nada, de verdad. Solo venía a decirte que voy a hacerlo.

¿Iba a hacerlo? ¿Estaba hablando de lo que yo pensaba? Después de tantas vueltas, mentiras y giros, por fin, ¿iba a hacerlo? No podía ser tan sencillo, no con Nathan.

— ¿Cuánto tiempo vas a necesitar para cambiar de opinión?

— ¿Perdón? —Mi pregunta debió cogerlo por sorpresa, de nodo que se la repetí—. No, esta vez es definitivo. Voy a hablar con la diosa y le diré que ya estoy listo.

Iba en serio. ¿Por qué eso no me alegraba? Iba a dejar de ver fantasmas, había logrado mi cometido y ya no tendría que soportar visitas de seres a cualquier hora. Podría tener una vida normal... Porque les has cogido cariño: Dalia, Karla, Julie y, sobre todo, a Kay. Pero eso ya no podía ser, el fantasma presente se había encargado de ello.

— Muy bien, te ha costado mucho —lo felicité dulcemente a pesar del enfado que revoloteaba en mis venas haciendo que me cabreara aún más—. Aunque dime de qué me sirve a mí que, ahora, hayas decidido hacerlo, ¿vas a dar marcha atrás con el tiempo para que Kay no piense que soy una maldita loca acosadora? No, ¿verdad? Pues lárgate, haz lo que tengas que hacer y yo lo haré también. No quiero verte, Nathan, me la has jugado pero bien.

Me di la vuelta dándole la espalda, en otras circunstancias, habría sido feliz del progreso del chico. Pero no podía, no podía esbozar una sonrisa y decirle que estaba orgullosa. No lo estaba, estaba destrozada. No solo se trataba de haber perdido la oportunidad de estar con Kay, había perdido la ocasión de tener un grupo de amigos que harían lo que fuera por los demás. Me caían bien y los iba a extrañar, por muy loco que sonase y las circunstancias que llevaron a hacer coincidir nuestros caminos. Se habían convertido a lo más parecido en un amigo que había tenido en mucho tiempo.

Las cosas de la habitación empezaron a vibrar como si se estuviera produciendo un terremoto, pero todo estaba demasiado tranquilo para que fuera algo así. ¿Esto era lo que había sucedido en casa de Kay? ¿De esto me había advertido Amaya? Los temblores aumentaron de intensidad, ¿qué narices le pasaba a Nathan?

— ¡Nathan, para! —le ordené—. ¡Esto no es una broma!

— ¡No lo controlo, maldita sea! Son mis emociones.

— ¡Pues cálmate!

Libros y decoraciones de las estanterías empezaron a caer, la cama de los temblores se movía lentamente, la ventana se cerraba y abría. Hojas sueltas volaban por mi habitación, la escena parecía sacada de una película de fantasía. Fui corriendo a cerrar la ventaba para evitar así llamar la atención, el remedio fue peor que la enfermedad, en el momento que la cerré, fueron las puertas de mi armario y mi habitación las que comenzaron a tener vida propia. Mientras intentaba mantener cerrado mi armario con un cinturón, la puerta de mi habitación chirrió al abrirse mostrando a un sorprendido Kay. ¿Qué hacía allí? Y la pregunta más importante, ¿cuánto había escuchado? 

Almas entrelazadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora