Madre 4

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LALI:

    Allegra no paraba de hacer pucheros desde que le había dicho que hoy se iba a quedar en casa. La pedí que me ayudara a recoger el desastre que había dejado Santiago (realmente parecía que dentro de la casa había habido un huracán), pero se negó rotundamente. Estaba muy enojada, enojadísima.

    —Alle, creo que sos la única nena que conozco a la que la gusta tanto el jardín como para enojarse por no ir —dije terminando de recoger la última lata de cerveza de la alfombra. Había tardado alrededor de una hora en arreglarlo todo, pero estaba listo—. Parece que no te gusta estar con mamá.

    Mi hija suspiró:

    —Siempre que estoy con vos en casa y no voy al colegio, está Santiago mandándome que haga cosas. Que le haga masajes en la espalda poque le duele, que le prepare sándwiches... —dijo Alle volviendo a suspirar.   

    Me senté a su lado en el sillón y la coloqué sobre mis rodillas:

    —Olvídate de Santiago, él no va a volver nunca más a esta casa —dije yo con una gran sonrisa, pese a estar cansadísima—. Ya no va a poder hacernos más daño, ya no hay nada de lo que preocuparse, Alle —la agarré las manitas y la di un beso en la sien.

    —¿Estás segura?

    Asentí con la cabeza. No estaba 100% segura, pero al menos tenía la esperanza de no volver a ver nunca más al idiota de Santiago.

    —Igual mamá te va a seguir protegiendo, esté Santiago o no. Porque todas las mamás deben proteger a sus hijos... Además, mamá ahora va a estar mucho más tiempo con vos, y ya nadie va a gritarnos ni a decir lo que tenemos que hacer —añadí con una sonrisa—, excepto cuando mamá diga que Alle tiene que recoger su habitación o dejar de jugar con sus juguetes cuando es la hora de comer —dije mientras la hacía cosquillas en su panza y ella reía.

    —Entonces, ¿Santiago ya no es mi papá? —preguntó ella, que era muy chiquitita, pero lo entendía todo a la perfección.

    Negué con la cabeza:

    —Ya no es tu papá —respondí.

    —¿Ya no voy a tener papá nunca más? —me preguntó ella con una cierta sonrisa en la cara, lo cuál me sorprendió por una parte, aunque por la otra entendí que fuera más feliz sin una figura paterna.

    Santiago había llegado a mi vida cuando Alle tan solo era una bebita de tres meses. El maltrato comenzó seis o siete meses después de empezar la relación, por lo que mi hija había crecido con una figura paterna mala, que la trataba mal y que la obligaba a hacer cosas que no quería y que no la gustaban. Era entendible que no quisiera más padres, ni más novios míos. Pero lo que Alle debía saber, es que siempre iba a tener un papá biológico, perdido por el mundo.

    —Vos, tenés un papá de verdad. El de sangre, ¿entendés? —la pregunté, pero ella puso cara con gesto raro. Tragué saliva y traté de explicárselo de otra forma—. Verás, yo soy tu mamá de sangre, pero Santiago, aunque tu le llamaras papá, no era tu papá de verdad.

    —Sí, eso lo sabía —dijo Allegra asintiendo con su pequeña cabecita.

    —Pues, tenés un papá que sí que es de verdad... Un papá que junto conmigo, elegimos que llegaras a nuestras vidas y fueras nuestra hija —la expliqué.

    —Y ese papá, ¿dónde está? —me preguntó la nena.

    Me encogí de hombros:

    —La última vez que lo vi, vos aún estabas en la pancita de mamá. Se marchó a estudiar a los Estados Unidos... Era estudiante de medicina, y sé muy bien, que si te hubiera conocido, te hubiera amado mucho.

MADRE (Laliter)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora