El puerto de Buenos Aires estaba atestado de esclavos, de pescadores e incluso de españoles. La niebla se arrastraba entre los puestos de los vendedores y acarreaba consigo un fétido aroma a pescado y a humanidad. Sebastián no pudo evitar fruncir la nariz.
—Me pregunto si un bufón le puso nombre a esta ciudad o acaso el fundador carecía del sentido del olfato —dijo. Su voz denotaba un cierto dejo de altanería que era característica en él.
Diego, su hermano menor, soltó una risa por la ocurrencia.
—¡Silencio, niños! Alguien podría oírlos —los reprendió su madre.
—Tonterías, mujer. ¿Acaso, te preocupa ofender a los esclavos o es a los pescadores a quienes buscas impresionar? —manifestó Óscar y María Esther optó por quedarse en silencio.
Habían realizado el viaje más largo de sus vidas, para celebrar la unión en matrimonio de Isabel, la mayor de las primas de Sebastián, pero no solo por eso toda la familia había cruzado el océano. Óscar se había hecho con unas nuevas y fértiles tierras en Buenos Aires y todo gracias a que le había prestado dinero a un pobre diablo que no había podido devolverlo a tiempo. Tendrían que poner los cultivos a funcionar y conseguir a alguien de confianza que los administrara antes de poder regresar a España. Sebastián esperaba que eso no fuese hasta dentro de mucho tiempo, por lo menos hasta que se calmasen un poco las aguas en su tierra natal. No era extraño que algunos hombres tuvieran hijos bastardos antes e incluso después del matrimonio, pero había embarazado a una joven lo suficientemente adinerada como para tener que llevarla al altar si sus padres se enteraban. Adriana había accedido con ingenuidad a darle algo de tiempo para arreglar sus asuntos y, por supuesto, él evitó mencionarle que estaban al otro lado del Atlántico.
Dos carruajes que transportarían a los nueve Pérez Esnaola hasta una de las mansiones de la familia Páez los estaban esperando. Los padres y los tíos de Sebastián intercambiaron algunas palabras con un chofer y luego les indicaron a las muchachas, a Diego y a él que subieran en uno de los vehículos.
Amanda se apresuró a sentarse junto a su primo mayor. La joven llevaba un elegante vestido verde que combinaba con sus ojos del mismo color esmeralda que tenían todos los Pérez Esnaola, con excepción de Sofía quien era idéntica a su madre, la tía Catalina. María Esther era prima de Óscar por parte paterna, por lo que el matrimonio no había supuesto un gran cambio para ella, como solía decir la mujer.
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Cinco espinas tiene La Rosa✔️
Historical FictionDISPONIBLE EN AMAZON EN E-BOOK Y EN PAPEL La novela «Cinco espinas tiene La Rosa», está ambientada en el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Se narra la vida de cinco jóvenes españoles adinerados que se ven envueltos en una peligrosa trama llen...