Capítulo 49: Diego

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Pablo y Amanda visitaban La Rosa casi todos los días

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Pablo y Amanda visitaban La Rosa casi todos los días. Tal vez tenían tanto miedo del inglés como el mismísimo Diego. Sofía, por su parte, se asustaba y palidecía cada vez que alguien llamaba a la puerta. Ninguno había tenido el valor suficiente como para explicarle a Catalina lo que sucedía. Todos tenían la esperanza de que Antony Van Ewen se olvidara de su compromiso con Sofía.

El día en el que finalmente el inglés se presentó en La Rosa, era demasiado temprano como para que los Ferreira estuvieran de visita allí. Cuando llamaron a la puerta, Catalina se apresuró a atender. Diego y Sofía abandonaron el desayuno recién preparado para acercarse a ver de quién se trataba.

Al verlo allí de pie tan arrogante como siempre, Diego apretó los puños y sintió que todos sus músculos se tensaban. Detestaba a Antony Van Ewen más de lo que nunca había detestado a nadie. Aún conservaba las marcas en el cuerpo y en el alma por culpa de sus enfrentamientos. Tenía la cicatriz irregular de la sutura que Sofía le había hecho después de que uno de sus perros lo mordiera. Sus movimientos estaban limitados porque le dolían las costillas desde que Antony le había dado patadas en el fango y recordaba con un intenso odio cada indecoroso acercamiento entre el inglés y Sofía.

—Mi señora... —dijo Van Ewen y besó con cortesía la mano de Catalina.

—¡Qué dicha volver a verlo! —exclamó doña Catalina.

—Mi amada Sofía. La he extrañado con toda mi alma —dijo con su ridículo acento mirando a la joven que estaba tan pálida como la taza de leche que no había llegado a beber.

—¿No recibió mi carta? —aventuró Sofía con voz tenue y Antony hizo una mueca de dolor.

Catalina se veía confundida y cerró la puerta cuando el inglés comenzó a acercarse hasta Sofía. La joven retrocedió y Diego la siguió. No pensaba separarse de su prima. Quizás no fuera tan fuerte como para ganarle en una pelea, pero con un poco de suerte podría detenerlo el tiempo suficiente para que Sofía pudiera escapar. Estaba dispuesto a dejarse golpear una vez más si era para salvarla.

—Esperaba que no fuera más que una broma de mal gusto —dijo arrastrando las erres.

—No, lo siento —dijo ella y retrocedió, pero se chocó contra la mesa.

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