Capítulo 16: Isabel

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Después de unas conmovedoras palabras pronunciadas por Antonio Pérez Esnaola todos los presentes alzaron sus copas para brindar por los recién casados

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Después de unas conmovedoras palabras pronunciadas por Antonio Pérez Esnaola todos los presentes alzaron sus copas para brindar por los recién casados. Isabel probó un poco de vino y a pesar de que el primer trago le resultó amargo, continuó bebiendo.

—El día de hoy no he perdido a una hija, sino que he ganado un hijo —agregó el hombre con falsedad y abrazó a su yerno.

Isabel aceptó los cumplidos de los invitados, se forzó a probar diferentes platillos y un trozo de pastel; bebió hasta que su vista se nubló y bailó en los brazos de su esposo. Sin embargo, el temor que oprimía su corazón no desaparecía.

Mientras bailaban Roberto Páez le había dicho que no vivirían en su mansión de la ciudad, sino en una estancia que había adquirido recientemente. Estaba a media hora de La Rosa por lo que podría ir a visitar a su familia con regularidad. Además, continuaría asistiendo a la misma iglesia. Saberlo le produjo cierta sensación de alivio temporal que desapareció cuando su marido le dijo que había llegado la hora de partir hacia la habitación que les habían asignado. Por la mañana conocería su nuevo hogar.

Se despidió sin prisas y con pesar de su familia. Uno a uno la abrazaron y le dieron sus buenos deseos. Cuando llegó el turno de saludar a Sebastián, él la abrazó y se acercó a su oído.

—Intenta relajarte. Será más fácil con el tiempo —le susurró.

Las pálidas mejillas de la joven se tiñeron de carmesí por un momento. Su tía, María Esther, la tomó del brazo y clavó sus severos ojos verdes en ella.

—No te preocupes. Estaré justo afuera de la habitación por si necesitas algo —le dijo con solemnidad.

Isabel sintió que se moría de vergüenza, pero no se resistió cuando su esposo la guio del brazo hasta la habitación. Su tía los seguía a unos pocos centímetros. La mujer al estar casada desde hacía años contaba con mucha experiencia y solo tenía intención de ayudar. Sin embargo, la joven hubiera preferido que la primera noche con Roberto fuera más íntima o bien que no ocurriese jamás.

Una vez que la pareja ingresó a la alcoba, María Esther cerró la puerta. Alguien le había dejado un hermoso camisón blanco extendido sobre la cama matrimonial.

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