Capítulo 5: Sofía

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Los días que siguieron a la llegada de los Pérez Esnaola a la estancia fueron tan cálidos y soleados como el primero

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Los días que siguieron a la llegada de los Pérez Esnaola a la estancia fueron tan cálidos y soleados como el primero. Pablo Ferreira y Sebastián habían congeniado muy bien desde su primer encuentro en el arroyo. El criollo había conocido a Leónidas algunas semanas atrás y en los momentos en los que el muchacho no estaba haciendo algún recado para los señores de la casa, los tres disfrutaban las tardes juntos.

Amanda y Sofía no le habían mencionado a Isabel las circunstancias en las que habían conocido a Pablo aquella tarde en el agua. Sería su pequeño secreto, puesto que si bien adoraban a su hermana mayor, siempre había sido muy correcta y más ahora que estaba a punto de convertirse en la señora Páez.

Su primer domingo en el virreinato del Río de la Plata llegó y todos los miembros de la familia se vistieron con suma elegancia. Acudirían por primera vez al pueblo más cercano para asistir a misa y aquello significaba que iban a conocer a todos los habitantes del pueblo y de la campiña. Sofía estaba muy emocionada.

La joven se recogió su largo cabello rubio con una peineta de marfil que su tío le había traído de uno de sus viajes. Estaba muy hermosa y lo sabía, mas eso no evitó que se sonrojara un poco cuando se encontró con Pablo en la entrada de la iglesia y la elogió con una sonrisa seductora dibujada en su encantador rostro.

—Mi señor es muy amable —respondió ella inclinando apenas su cabeza.

Los padres de los chicos ya conocían a Pablo quien había ido a presentar sus respetos en nombre de su abuela puesto que eran los vecinos más cercanos. La mujer se había excusado, por no poder ir ella misma, ya que padecía un fuerte dolor de espalda. Sofía reflexionó en que el dolor debía ser muy fuerte ya que le había impedido incluso asistir al culto.

Los humildes feligreses que pasaban frente a ellos los observaban como si fuesen pájaros exóticos y aquellos que iban mejor vestidos se presentaban. Sofía se percató de que la mayoría de los que asistían a la única iglesia que había, y alrededor de la cual se alzaba el pequeño pueblo, eran personas humildes en su mayoría familias de gauchos. Los mestizos, mulatos y zambos superaban en número a los españoles y criollos en aquel lugar. La joven pensó con amargura que le sería muy difícil encontrar gente de bien con la cual trabar amistad. A decir verdad, no había casi muchachas de su edad.

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