Capítulo 34: Diego

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Mientras cabalgaba, Diego se llevó casi por instinto la mano hacia el bolsillo de su chaqueta

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Mientras cabalgaba, Diego se llevó casi por instinto la mano hacia el bolsillo de su chaqueta. Sintió con la yema de los dedos el frío contacto con el metal y sonrió. Aunque no era demasiado para él lo que había ganado jugando a las cartas en la pulpería, sabía que era el equivalente al pago de una semana de sus contrincantes.

Era consciente de que si sus padres se enteraban que frecuentaba ese tipo de antros, podía tener muchos problemas. Aun así, tenía un don para ganar en los juegos y no iba a desperdiciarlo.

El fresco aire del campo traía consigo el aroma a tierra húmeda y le producía cierta sensación de paz. Había bebido suficiente aguardiente como para que mantener la dirección del caballo se volviera un logro difícil de conseguir. Pero aquello no importaba en ese momento ya que se había ganado el respeto de todos, incluso de los jugadores más experimentados.

Por desgracia, al llegar cerca de La Rosa su dicha se esfumó casi al instante. Pese a que no dejaba de repetirse que iba a olvidar a Sofía, lo que vio provocó que un torrente de ira se extendiera por todo su cuerpo. La preciosa joven se encontraba aprisionada entre un árbol y Antony Van Ewen. Ninguna mujer estaba velando por el honor de su prima y el inglés la besaba y manoseaba como si no fuera más que una mujerzuela. Lo peor de todo era que ella parecía disfrutar semejante indecencia y tenía los dedos enredados en el cabello alborotado de aquel hombre.

Diego detuvo el caballo con la mandíbula tensa. Una parte suya quería golpear a Van Ewen y defender a su prima. Sin embargo, sabía que si armaba un escándalo semejante, lo más probable era que Sofía lo odiara por el resto de su vida. Contuvo el impulso de ir hacia ellos y permaneció observando durante unos instantes. Tenía las riendas del caballo tan apretadas que le producían daño en las palmas de las manos.

Van Ewen acarició con una mano el pecho de la joven sin dejar de besar sus labios y su cuello y Diego estuvo a punto de ir a detenerlo, pero por fortuna fue la misma Sofía quien puso fin a esa situación. La joven lo empujó con suavidad y le sonrió sonrojada.

—Será mejor que regrese. Pronto mi tía se preguntará dónde estoy —dijo y soltó una risita nerviosa.

—La extrañaré muchísimo, mi preciosa Sofía —añadió el inglés con su espantoso acento.

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