Capítulo 21: Isabel

231 55 86
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Isabel se encontraba tejiendo en la mecedora de la entrada de aquella casa, que por mucho que deseara, no lograba sentir como propia. Echaba de menos a su familia, pero su tía le había dejado claro que ya no era bien recibida allí.

Aunque extrañaba muchísimo a sus hermanas, la joven no tenía motivos reales para quejarse. Roberto Páez era un hombre amable que la quería y ella a cambio aceptaba sus regalos y lo trataba bien. Los negocios que él tenía en la ciudad lo mantenían alejado de la estancia, a veces durante días enteros.

Desde el momento en el que la partera le confirmó a Isabel que estaba embarazada, Roberto había dejado de compartir su lecho por las noches. Su cuñado, por el contrario, rara vez dormía solo. Era frecuente que el muchacho disfrutara de la compañía de jóvenes mestizos. Incluso, había días en los que el mismísimo Mariano Bustamante llegaba a la estancia muy entrada la noche y partía al despuntar el alba.

Distinguió a su tío que se acercaba montando un caballo color canela. A su lado caminaba una esclava negra. Llevaba un bulto entre los brazos y a medida que se acercaban Isabel distinguió que se trataba de un niño. La joven se puso de pie y bajó la escalinata de la entrada para ir a recibir a Óscar Pérez Esnaola.

—¡Tío, qué sorpresa! Me alegra mucho verte —exclamó la joven.

El hombre se apeó de su montura y besó la mano de su sobrina. Ella llamó a un peón para que se encargara del caballo.

—¿Está todo bien en La Rosa? —preguntó frunciendo un poco el ceño, puesto que era extraño que la fuera a ver.

—Sí, todo está bien. No te preocupes. Fui al mercado y pensé en traerte un regalo —dijo empujando con cuidado a la esclava para que avanzara.

La mujer se aferraba a su niño y temblaba, pero los siguió cuando entraron al interior de la casa.

—¿Una esclava? —preguntó Isabel.

—Sí. Acaba de parir y me aseguré de que tenga leche en su pecho. Podrá amamantar a tu hijo cuando nazca, así podrás seguir viéndote bien para tu esposo —añadió Óscar, jugando con su bigote, incómodo por el rumbo que estaba tomando la conversación.

Cinco espinas tiene La Rosa✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora