Durante la cena, Amanda casi no probó bocado. Llevaba el corset tan apretado que incluso respirar le resultaba difícil. La conversación giró en torno a Isabel y luego viró a cuestiones políticas. Como debía ser, ella y sus hermanas se mantuvieron al margen.
Después de que las criadas retiraron los platos, los mayores insistieron en que Sofía interpretase una melodía en el lujoso piano de los Páez. Fingiendo modestia, la más pequeña de las Pérez Esnaola evadió en un principio la propuesta. Sin embargo, no tardó en ceder a las insistencias de su madre. Lo cierto era que a diferencia de Amanda, a Sofía le encantaba ser el centro de atención y no desaprovechaba ninguna oportunidad para demostrar los dones que Dios, sus institutrices y maestros le habían dado.
Todos pasaron una hermosa velada. Después de tanto tiempo en el mar, Amanda agradecía estar en tierra firme. Si de ella dependiera, no regresaría de nuevo a España y no porque no extrañase su tierra natal, sino porque no se creía capaz de sobrevivir a otra travesía en el océano.
Lo único que había disfrutado de aquel viaje había sido contemplar por primera vez en su vida a unos pintorescos peces que acompañaban la embarcación cuando bordearon las costas del Brasil. Los marineros los llamaban: delfines y a la joven le había reconfortado escuchar las historias que narraban de aquellas criaturas que, según decían, rescataban a los náufragos de las embarcaciones. Por fortuna, no habían naufragado, pero sí habían atravesado tormentas terribles y visto olas tan grandes como barcos enteros. Sebastián aseguraba haber distinguido el ojo de un kraken en una de las olas, pero ya todos en la familia ignoraban sus cuentos.
Amanda sabía que la mayor parte de las historias de Sebastián no eran más que intentos por llamar la atención, pero lo cierto era que la hacían reír bastante. Le gustaba pasar tiempo con él, porque algunas veces era el único que la hacía partícipe de su vida, aunque fuera solo para que lo cubriera con sus tíos, cuando quería escabullirse con alguna joven del pueblo. Su primo se había ganado en poco tiempo la fama de rompecorazones y con ello la enemistad de muchos de los miembros de las familias de sus conquistas. Ella estaba segura de que empezar de nuevo y dejar atrás su pasado, sería la mejor opción para él.
Amanda observó por un instante al mayor de sus primos. Él la descubrió enseguida y le regaló media sonrisa al mismo tiempo que acomodaba hacia atrás su cabello negro y ondulado. La muchacha le devolvió la sonrisa y no pudo evitar pensar que la mujer que se convirtiera en la esposa de Sebastián, tendría que esforzarse mucho para ganarse su corazón, pues sin dudas tendría mucha competencia. Su primo era muy guapo.
Apartó la mirada y sus pensamientos del joven para preguntar con timidez a los dueños de casa por una pequeña estatuilla de elefante que reposaba sobre la madera lustrada del piano en el que había estado tocando su hermana.
—Nuestra querida madre le tenía mucho aprecio a esta pequeña pieza de bronce. Son muy comunes en las Indias —se apresuró a responder Esteban, el menor de los hermanos Páez.
—Es muy hermosa. Sin dudas su madre tenía buen ojo para el arte —respondió Amanda, algo avergonzada, pues era consciente de que todos en la sala tenían su atención puesta en ella.
Sofía por su parte, la fulminaba con la mirada. Quizás hubiese estado esperando algún cumplido o reconocimiento por parte de Esteban quien no parecía interesado en ella en absoluto. Sin embargo, la intención de Amanda no había sido opacar el talento de su hermana y cuando pensó que la velada no podía tornarse más incómoda, Diego comenzó a hablar:
—A mi prima Amanda le encanta el arte. Sus dibujos son muy hermosos.
—Sin dudas sería un enorme placer poder contemplar su arte, mi bella dama —dijo Esteban.
—Le agradezco, pero para ser sincera son solo bocetos. Mi primo tan solo exagera —respondió la joven sin ninguna intención de develarle a un extraño aquellos recortes de la realidad que hacía.
Los dibujos realizados con carbonilla que creaba Amanda eran realmente muy buenos. Sebastián le había dicho en más de una ocasión que tenía el don de capturar la esencia que emanaba desde el alma de las personas. Sus primos y sus hermanas eran sus modelos favoritos y no necesitaba someterlos a que posasen durante horas. No, ella prefería captar los momentos en pleno movimiento y así sus dibujos parecían cobrar vida.
Tenía una muy buena memoria visual y podía dibujar lugares, animales o personas que hubiera visto años atrás con una claridad asombrosa. Aun así, sus dibujos eran muy personales y no le gustaba mostrarlos, mucho menos si se trataba de alguien a quien ni siquiera conocía.
Entrada la noche, se retiraron a las que serían sus habitaciones. Amanda estaba exhausta y se durmió apenas apoyó la cabeza en la almohada de plumas. Quizás hubiera dormido igual de bien si se hubiese acostado sobre el suelo, siempre y cuando el piso no se moviese como en aquel barco infernal.
Sus sueños estuvieron cargados de recuerdos del campo que la vio crecer. Podía sentir la frescura del rocío sobre la hierba bajo sus pies descalzos y escuchaba el canto de los zorzales a su alrededor. La rodeaban y aquella melodía parecía atraer a más aves que pronto se tornaron pájaros negros. Una bandada de aves de rapiña se amontonaba y amenazaba con cubrir el sol.
Se despertó sobresaltada al despuntar el alba y no se atrevió a volver a conciliar el sueño. Sus hermanas dormían a ambos lados de su cama con el semblante sereno. No quería perturbar la calma de sus sueños y aguardó hasta que su madre fuese a despertarlas. Partirían pronto hacia la estancia La Rosa. Deseó con todas sus fuerzas que los buitres no encontraran allí a su familia.
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Cinco espinas tiene La Rosa✔️
Historical FictionDISPONIBLE EN AMAZON EN E-BOOK Y EN PAPEL La novela «Cinco espinas tiene La Rosa», está ambientada en el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Se narra la vida de cinco jóvenes españoles adinerados que se ven envueltos en una peligrosa trama llen...