Sin sus amigos y su familia, Sebastián se sentía como si fuera un extranjero en su propia patria. La vida no era igual sin ellos, pero quedarse allí, en el virreinato, no hubiese sido una buena opción. Ahora podría empezar de nuevo en la tierra que lo vio nacer.
Su hogar y los campos estaban tal y como los recordaba. Cuando su madre abrió la puerta principal con cautela, el olor a encierro les dio la bienvenida y aunque una delgada capa de polvo lo cubría todo, parecía como si nunca se hubieran ido. Aun así, él había cambiado mucho en tan solo algunos años. Nunca olvidaría el tiempo pasado en Buenos Aires. La Rosa se había convertido en su hogar, mientras que la sala en la que estaba en ese momento se sentía familiar y distante al mismo tiempo.
Comenzó a recorrer su casa e ignoró los gritos de su padre que no entendía quién podía haber sido tan cruel como para hacerlos cruzar el océano por nada. Era evidente que no había rastros de nadie que hubiese vivido allí durante su ausencia. A pesar del mal trago que había pasado, Óscar parecía aliviado de no tener que recurrir a la fuerza para enfrentar a los intrusos. María Esther volvió a contratar a algunos de sus antiguos criados y en pocos días la estancia volvió a estar impecable.
Al tercer día de su regreso a España, alguien llamó a la puerta. No esperaban visitas porque aún estaban terminando de desempacar y de organizar sus cosas. Sebastián se sorprendió mucho cuando una de las criadas le comunicó que alguien esperaba por él. Era la persona con la que más temía encontrarse y al mismo tiempo en quien más había pensado mientras estaba en el barco.
—¡Adriana! —dijo Sebastián acercándose muy despacio.
Lucía tan hermosa como la última vez que estuvo entre sus brazos. Sobre su pecho caían salvajes sus bucles de un color rubio tan pálido que parecía blanco. Sebastián aguardó con cautela mientras sus ojos turquesas se llenaban de lágrimas al verlo.
—Siempre supe que regresarías —confesó ella y se secó la mejilla con el dorso de la mano.
—Lo siento —dijo aunque sabía que no era suficiente.
—Quiero que conozcas a alguien —agregó y se movió apenas.
Sebastián reparó en que una niña pequeña se escondía detrás del vestido de Adriana y sintió una opresión en el pecho. Se arrodilló para verla mejor. Era preciosa, tenía el mismo cabello rebelde y platinado de su madre, pero en sus ojos de color verde esmeralda estaba la prueba de que era una Pérez Esnaola.
ESTÁS LEYENDO
Cinco espinas tiene La Rosa✔️
Ficción históricaDISPONIBLE EN AMAZON EN E-BOOK Y EN PAPEL La novela «Cinco espinas tiene La Rosa», está ambientada en el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Se narra la vida de cinco jóvenes españoles adinerados que se ven envueltos en una peligrosa trama llen...